Umberto Eco.
Enciclopedia Herder. Una gran base de conocimiento en humanidades. Filósofo, semiólogo, crítico y novelista italiano, nacido en 1932, en Alessandria (Piamonte). Estudia filosofía en la universidad de Turín y se especializa en historia y estética medieval, con una tesis sobre Tomás de Aquino (El problema estético en Tomás de Aquino). De 1956 a 1971, enseña en Turín, Florencia, Milán y Nueva York y, en 1975, obtiene la cátedra de semiótica en la universidad de Bolonia. Tras sus estudios de estética medieval, se interesa por las formas estéticas de la modernidad, la teoría de la comunicación, tanto de masas como popular y, en definitiva, por la semiótica en todas sus formas comunicativas y referida tanto a los signos lingüísticos como a los no lingüísticos (instituciones, mitos populares, modas, muebles, formas de comportamiento, etc.). Su punto de partida teórico y metodológico son las teorías del estructuralismo francés y de los semiólogos americanos, en especial, Peirce. Ve el arte, en general -según los principios de la Estética de su maestro Luigi Pareyson-, como una manera de «formar» o comprender el mundo, a través de las estructuras formales de la obra de arte; el arte construye, así, la realidad, porque construye modelos de ella y, por esto, es poética en el sentido del poiein griego y en el de la tradición estructuralista de producción de un objeto artístico para el consumo. En esta tarea de construcción de la realidad comprendida ve necesaria la complicidad del «lector», o intérprete, al que la obra incita a desarrollar sus diversas posibilidades de sentido: de aquí que la noción de «obra abierta» sea una de las constantes de su pensamiento, y una de las características fundamentales de los productos artísticos actuales (ver texto). Son de notable importancia sus obras A Theory of Semiotics (1976) [Una teoría de la semiótica] y Semiotics and the Philosophy of Language (1984) [Semiótica y filosofía del lenguaje], escritas primero en inglés y luego traducidas al italiano. Sus últimas novelas: El nombre de la rosa (1980), El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1995), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) y El cementerio de Praga (2010), en las que no descuida referencias a teorías semióticas, le han dado fama mundial. |
Se pueden definir dos presupuestos clave en la amplia producción del autor: en primer lugar, el convencimiento de que todo concepto filosófico, toda expresión artística y toda manifestación cultural, de cualquier tipo que sean, deben situarse en su ámbito histórico; y en segundo lugar, la necesidad de un método de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos y, por lo tanto, al margen de cualquier interpretación idealista o metafísica. Teniendo en cuenta este planteamiento, se puede comprender el porqué de la variedad de los aspectos analizados por Umberto Eco, que abarcan desde la producción artística de vanguardia, como en Obra abierta (1962), hasta la cultura de masas, como en Apocalípticos e integrados (1964) o en El superhombre de masas (1976). A la sistematización de la teoría semiótica dedicó, sobre todo, el Tratado de semiótica general (1975), publicado casi al mismo tiempo en Estados Unidos con el título de A Theory of Semiotics, obra en la que el autor elaboró una teoría de los códigos y una tipología de los modos de producción sígnica.
Durante los años del auge del estructuralismo, Umberto Eco escribió, enfrentándose a una concepción ontológica de la estructura de los fenómenos naturales y culturales, La estructura ausente (1968), que alcanzaría su óptima continuación en Lector in fabula (1979). En esta última obra, efectivamente, se afirma que la comprensión y el análisis de un texto dependen de la cooperación interpretativa entre el autor y el lector, y no de la preparación y de la determinación de unas estructuras subyacentes, fijadas de una vez por todas. Algunos conceptos básicos del Tratado de semiótica general, en cambio, fueron estudiados nuevamente, discutidos y, en ocasiones, modificados por el propio autor en una serie de artículos escritos para la Enciclopedia Einaudi y recogidos después en Semiótica y filosofía del lenguaje (1984). El concepto de signo, especialmente, abandonando el modelo propio "de diccionario" por un modelo "de enciclopedia", ya no aparece como el resultado de una equivalencia fija, establecida por el código, entre expresión y contenido, sino fruto de la inferencia, es decir, de la dinámica de las semiosis. A estas obras teóricas se añaden los volúmenes en los que Umberto Eco reunió escritos de circunstancia y artículos de actualidad, tales como Diario mínimo (1963), que contiene los conocidos Elogio di Franti y Fenomenologia di Mike Bongiorno; Il costume di casa (1973); Dalla periferia dell'impero (1976) y Sette anni di desiderio (1983). En 1980 dio a conocer la novela El nombre de la rosa, antes citada, de ambientación medieval e inspirada en el subgénero policiaco, en cuyas páginas se combinan a la perfección todos los temas teóricos de la obra de Eco, con una adecuada reconstrucción histórica como escenario de una imaginativa trama y de un sólido arte narrativo. Se trata de un denso relato que transcurre en una abadía medieval italiana y donde, con una estructura similar a la de las novelas policiacas, el protagonista, un fraile inglés llamado Guillermo de Baskerville, indaga en una serie de asesinatos y llega a descubrir al autor y a los inductores de todos ellos. Este largo relato, escrito bajo la advocación de Jorge Luis Borges (convertido en el bibliotecario ciego de la narración), es un genial pastiche de diversas formas literarias: la novela negra, el género histórico, la imitación de estilos medievales o humorísticos de la historieta contemporánea. Gran parte del éxito de la obra, que se convirtió en un best-seller europeo, reside en la perfección de la escritura, que mezcla con habilidad las citas con los materiales originales, dando forma a un paradójico catálogo de la posmodernidad, en la que cualquier creación nace del sentimiento, según Eco, de que "todo ya ha sido dicho y escrito". El péndulo de Foucault (1988), el segundo relato del autor, intentó recrear la tradición hermética, ocultista y masónica como metáfora de la irracionalidad superviviente en los contemporáneos movimientos terroristas y en las mafias económicas. Aunque también traducido y vendido en todo el mundo, no gozó del favor de los críticos y los lectores, como tampoco despertaron juicios tan favorables La isla del día antes (1994) ni sus siguientes novelas. En mayo de 2000 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias Novelas El nombre de la rosa (Il nome della rosa, 1980) El péndulo de Foucault (Il pendolo di Foucault, 1988) La isla del día de antes (L'isola del giorno prima, 1994) Baudolino (Baudolino, 2000) La misteriosa llama de la Reina Loana (La misteriosa fiamma della regina Loana, 2004) El cementerio de Praga (Il cimitero di Praga, 2010) Número cero (Numero zero, 2015) Ensayos El problema estético en Tomás de Aquino, 1956 Arte y belleza en la estética medieval, 1959 Obra abierta (Opera aperta, 1962) Diario mínimo, 1963 Apocalípticos e integrados (Apocalittici e integrati, 1964) Las poéticas de Joyce, 1965. Apuntes para una semiología de las comunicaciones visuales (1967), incluido en La estructura ausente. La definición del arte, 1968. La estructura ausente, análisis de semiótica en edificaciones orientado al diseño arquitectónico; 1968. Socialismo y consolación, 1970. Las formas del contenido, 1971. Il segno, 1973. Las costumbres de casa (1973), incluido en La estrategia de la ilusión. El beato de Liébana, 1973. El espanto hecho muro, 1974. Sociología contra psicoanálisis, 1974. Tratado de semiótica general (Trattato di semiotica generale, 1975) Introducción al estructuralismo, 1976 El superhombre de masas, 1976 Desde la periferia del imperio, 1977, incluido en La estrategia de la ilusión Cómo se hace una tesis, técnicas y procedimientos de investigación, estudio y escritura, 1977 A semiotic Landscape. Panorama sémiotique. Proceedings of the Ist Congress of the International Association for Semiotic Studies, Den Haag, Paris, New York: Mouton (= Approaches to Semiotics, 29) (con Seymour Chatman y Jean-Marie Klinkenberg). Lector in fabula (Lector in fabula, 1979) Función y signo: la semiótica de la arquitectura, 1980 De Bibliotheca, 1981 Siete años de deseo, 1983, incluido en La estrategia de la ilusión Semiótica y filosofía del lenguaje, 1984 De los espejos y otros ensayos, 1985 Ensayos sobre El nombre de la rosa, 1987 El signo de los tres, 1989 El extraño caso de la Hanau 1609, 1990 Los límites de la interpretación, 1990 Segundo diario mínimo (Il secondo diario minimo, 1992) La búsqueda de la lengua perfecta, 1993 Seis paseos por los bosques narrativos, 1994 ¿En qué creen los que no creen?, 1996, diálogo epistolar sobre la ética con el cardenal Carlo Maria Martini Interpretación y sobreinterpretación, 1997 Kant y el ornitorrinco, 1997 Cinco escritos morales, 1997 (entre ellos Los 14 síntomas del fascismo eterno) Entre mentira e ironía, 1998 La estrategia de la ilusión, 1999 La bustina de Minerva, 2000 Apostillas a 'El nombre de la rosa' y traducción de los textos latinos, 2000 El redescubrimiento de América, 2002 Sobre literatura, 2005 La historia de la belleza, 2005 La historia de la fealdad, 2007 A paso de cangrejo: artículos, reflexiones y decepciones, 2000-2006, 2006 Decir casi lo mismo. Experiencias de traducción, 2008 El vértigo de las listas, 2009 Cultura y semiótica, 2009 La nueva Edad Media, 2010 Nadie acabará con los libros, 2010, con Jean Claude Carrière Confesiones de un joven novelista, 2011 Construir al enemigo, 2013 Historia de las tierras y los lugares legendarios, 2013 Contra el fascismo, Lumen, 2018 (incluye Los 14 síntomas del fascismo eterno) Recopilación de columnas periodísticas De la estupidez a la locura (Pape Satàn Aleppe, 2016) |
Pensado por Umberto Eco. El pensamiento de Umberto Eco sobre la interpretación de la realidad está fuertemente influido por la doctrina de Luigi Pareyson del que Eco fue discípulo. El filósofo piamontés argumentaba que “el objeto se revela en la medida en que el sujeto se expresa” porque el objeto es “conocimiento de las formas por parte de las personas” en el sentido de que la interpretación del objeto cambia según las personas quienes consideran que varía el objeto interpretado y varía el sujeto que lo interpreta. En un sentido más amplio, esta teoría implica que la verdad nunca es unívoca sino que se compone de un infinito proceso interpretativo de los objetos en el que sólo queda una "forma formadora" que el sujeto debe interpretar continuamente. Eco extenderá esta concepción de la interpretación al concepto fundamental de la semiótica , el signo . Es decir, la correlación que se forma entre la palabra escrita o hablada (el " significante ") y la cosa real a la que se refiere el signo (el referente) según Eco es enteramente convencional; así como sustentar una semejanza entre el signo y la cosa depende de la subjetividad de quien expresa la comparación. Por ejemplo, la misma obra de arte, tanto el arte "elevado" como las producciones artísticas masivas y populares, nunca se vincula a un significado único y permanente, sino que necesita una integración interpretativa continua tanto de los críticos como del usuario común. La obra "abierta" es entonces un texto que permite interpretaciones múltiples o mediadas por parte de los lectores. Por el contrario, un texto cerrado lleva al lector a una única interpretación. Posteriormente, Eco completará su teoría argumentando que la novela es una “máquina perezosa” que debe renovar continuamente su significado a través de la interpretación de los lectores. Eco dice que: «un texto quiere que alguien le ayude a funcionar» , ya que es «un producto cuyo destino interpretativo debe ser parte de su propio mecanismo generativo». Por tanto, entre el autor, que sigue su propia "estrategia" textual, y el lector, que sigue la suya, siempre distinta a la del autor, debe formarse una cooperación textual a partir del encuentro entre las dos estrategias. Más tarde, Eco moderará estas creencias afirmando que «Parecería... que mientras entonces -scilicet en los años 60- celebraba una interpretación 'abierta' de las obras de arte, asumiendo que se trataba de una provocación 'revolucionaria', hoy me refugio en posiciones conservadoras. No me parece. Hace treinta años, también a partir de la teoría de la interpretación de Luigi Pareyson, me preocupé por definir una suerte de oscilación, o equilibrio inestable, entre la iniciativa del intérprete y la fidelidad a la obra. En el transcurso de estos treinta años alguien se ha pasado del lado de la iniciativa del intérprete. El problema ahora no es exagerar en la dirección opuesta, sino subrayar una vez más la ineliminabilidad de la oscilación. En breve, decir que un texto es potencialmente interminable no significa que todo acto de interpretación pueda tener un buen fin. Incluso el deconstruccionista más radical acepta que hay interpretaciones que son radicalmente inaceptables. Esto significa que el texto interpretado impone restricciones a sus intérpretes. Los límites de interpretación coinciden con los derechos del texto. » En el ensayo de 1964 Apocalípticos e integrados , el análisis de Eco se extiende a las más variadas expresiones de la cultura de masas, que el intelectual, más que criticar, debe hacer susceptibles de transmitir valores culturales. Se realizan luego otras consideraciones en el mismo trabajo sobre el cómic , juzgado como ejemplo de literatura de masas y potencial instrumento de persuasión oculta. En 1983, Gianni Vattimo , compañero de estudios de Eco y también alumno de Pareyson , publicó El pensamiento débil , una especie de "manifiesto" de un nuevo movimiento filosófico. La obra incluye numerosos ensayos, incluidos los de Pier Aldo Rovatti , Maurizio Ferraris , Diego Marconi y también uno de Eco titulado L'antiporfirio . En este ensayo, Eco ve en el alumno de Plotino , Porfirio , el representante ejemplar de ese "pensamiento fuerte" que con argumentos metafísicospretende alcanzar verdades absolutas y definitivas oponiéndose al "pensamiento débil" " socrático " que, consciente de los límites humanos, sitúa el diálogo y la confrontación con los demás como el único camino para conquistar una verdad que siempre debe ser cuestionada. En 1975, Eco obtuvo, como profesor titular, la cátedra de semiótica en la Universidad de Bolonia . Esta disciplina -la semiótica- , a diferencia de la semiología , se inspira en los estudios del filósofo estadounidense, fundador del pragmatismo , Charles Sanders Peirce (1839-1914), quien, a partir del análisis de los fenómenos cognitivos subyacentes , pretendía identificar las posibles reglas de transmisión de mensajes . Sin embargo, ambas disciplinas se refieren al signo (del término griego σημεῖον semeion, que significa "signo"), que en una primera aproximación puede definirse -en general- como "algo que remite a otra cosa" (para los filósofos medievales , "aliquid stat pro aliquo"). Peirce, en su libro Semiotics (publicado póstumamente en 1932), considera que en el signo , entendido como icono (por ejemplo, un retrato), existen unas propiedades, debidas a la similitud con el objeto real representado ( referente ), que hacer la referencia no arbitraria pero determinada a este último, mientras que cuando el signo es un índice , es decir, está situado cerca del objeto real al que se refiere (como el humo, es un índice del fuego) o es un símboloabstracto (como, por ejemplo, la bandera, el símbolo de una nación o una señal de tráfico), entonces la relación entre signo y referente es bastante convencional y tiene cierto grado de arbitrariedad. Pues bien, Eco argumenta que esta última convencionalidad o arbitrariedad debe extenderse también al icono al que el sujeto atribuye significados que deben estar relacionados con su entorno particular o contexto sociocultural así como con su experiencia personal, como sucede, por ejemplo, para poblaciones que, desconociendo la perspectiva, interpretan de forma diferente las figuras representadas en una foto. Para Eco, la semiótica es, por tanto, una «teoría de la mentira», […] es la disciplina que estudia todo lo que puede servir para mentir.» , como una novela, que es un texto basado en mentiras. La semiosis es pues ilimitada : todo signo, lingüístico o no, puede definirse refiriendo su interpretación a otros signos como cuando consultamos una palabra en el diccionario que nos remite a otros lemas y significados, etc. |
Frases. 1. Sobre los libros "Los libros no están hechos para que uno crea en ellos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa". El nombre de la rosa. 2. Sobre los padres. "Creo que aquello en lo que nos convertimos depende de lo que nuestros padres nos enseñan en pequeños momentos, cuando no están intentando enseñarnos. Estamos hechos de pequeños fragmentos de sabiduría". El péndulo de Foucault. 3. Sobre Dios. "Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no quiere decir que creen en nada: creen en todo". 4. Sobre el amor. "El amor es más sabio que la sabiduría". El nombre de la rosa. 5. Sobre los héroes. "El verdadero héroe es héroe por error. Sueña con ser un cobarde honesto como todo el mundo". 6. Sobre los villanos. "Los monstruos existen porque son parte de un plan divino y en las horribles características de esos mismos monstruos se revela el poder del creador". El nombre de la rosa. 8. Sobre el periodismo. "No son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia". Número cero. 9. Sobre internet. "Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles". Eco al diario La Stampa. 10. Sobre la corrupción. "Hoy, cuando afloran los nombres de corruptos o defraudadores y se sabe más, a la gente no le importa nada y solo van a la cárcel los ladrones de pollos albaneses". Frases de Umberto Eco “El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda”. “Los libros no se han hecho para que creamos lo que dicen, sino para que los analicemos. Cuando cogemos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué quiere decir”. “La ciencia no consiste sólo en saber lo que debe o puede hacerse, sino también en saber lo que podría hacerse aunque quizá no debiera hacerse”. “En el fondo, la pregunta fundamental de la filosofía (igual que la del psicoanálisis) coincide con la de la novela policíaca: ¿quién es el culpable?”. “He llegado a creer que el mundo es un enigma, pero un inocente enigma hecho terrible por nuestro loco intento de interpretar todo como si existiese una verdad subyacente”. “Hoy no salir en televisión es un signo de elegancia. Un héroe es siempre héroe por equivocación. Él siempre ha soñado con ser un cobarde honesto como todo el mundo”. |
Umberto Eco: Pensador vigente. Sábado 11 de marzo 2017 Me encontraba en París el 20 de febrero del año pasado, cuando los canales televisivos de toda Europa informaron sobre el fallecimiento de Umberto Eco. En todos los medios, visuales, orales y escritos, se despidió al académico y escritor de conocimiento enciclopédico, de espíritu generoso y divertido, de vida profundamente comprometida con la ética y el laicismo. Hay autores que acompañan, a través de sus obras, nuestra trayectoria intelectual y en mi caso este semiólogo y filósofo italiano era uno de ellos. El primer libro suyo que leí fue Apocalípticos e Integrados ante la Cultura de Masas (Lumen, 1973), siendo yo estudiante de Filosofía en la Universidad de Chile. Eran tiempos en que el profesor Juan Rivano nos enseñaba sus proposiciones sobre la totalización tecnológica, introduciendo al provocador pensador canadiense Marshall Mcluhan en nuestros ambientes académicos. En esta obra, Umberto Eco analiza las ideas de McLuhan y, además, distingue dos posturas frente a los cambios culturales, sociales y políticos acarreados por las tecnologías electrónicas de comunicación (cambios de tal impacto que hacían prever el nacimiento de una nueva civilización): la de quienes retrataban los acontecimientos mundiales con un diagnóstico pesimista y proclamaban caos, crisis de valores y deshumanización (los “apocalípticos”) y la de quienes veían en ellos manifestaciones de una época mejor, de un progreso evidente en la evolución de las sociedades humanas (los “integrados”). Esta distinción –apocalíptico/integrado, equivalente a conservadurismo/progresismo y correspondiente también a pesimismo/optimismo– fue por años para mí una útil herramienta de medición de actitudes humanas frente a toda clase de experiencias sociales que significaran transformaciones radicales. Fui leyendo, más tarde, otros libros de su autoría. No solo textos filosóficos y de análisis social, sino también sus novelas. Porque Eco decidió, a sus 48 años, incursionar en los thriller literarios de corte histórico. Su primera obra de ficción, El nombre de la rosa –cuya trama versa sobre unos crímenes cometidos en un monasterio medieval–, alcanzó rápidamente un éxito planetario. Más tarde fue llevada al cine por el director Jean-Jacques Annaud y protagonizada por Sean Connery (como el fraile franciscano William de Baskerville) y Christian Slater (como el novicio Adso de Melk). Para quienes no la han visto, recomiendo buscarla… Número Cero (Lumen, 2015), una intriga en las esferas de los medios de comunicación, donde se prepara la edición de un diario que se adelantará a los acontecimientos en base a suposiciones e imaginación y en que, para ello, los periodistas deben indagar en archivos secretos de la CIA, del Vaticano y en la vida de Mussolini, fue la última novela que escribió. Y de sus obras de no ficción –de las muchas que publicó sobre análisis filosófico, social, cultural– ha llegado recientemente a nuestras librerías De la estupidez a la locura (Lumen, 2016), texto editado póstumamente y que reúne un interesante conjunto de artículos que Eco publicó en medios de prensa desde el año 2000 hasta el 2015, y que seleccionó él mismo poco antes de morir. Verdadero maestro del humanismo laico, Eco nos otorga páginas plenas de argumentos eruditos, fundamentados, algunos muy graciosos y todos motivadores de reflexión, sobre temas de candente vigencia que importan a la marcha del mundo, ejemplos del tránsito de la humanidad a ratos por parajes cercanos a la estupidez o a la locura. Así, analiza variadas características de nuestra “sociedad líquida” (sigue a Bauman en esta denominación) señalando que estos fenómenos no son hoy cabalmente comprendidos ni por las castas políticas ni por la mayoría de los intelectuales, quienes siguen insistiendo en tratar lo nuevo con instrumentos conceptuales del pasado. Algunos de los fenómenos que analiza son: la crisis de las ideologías y de los partidos; la pérdida de privacidad en las redes sociales y sus consecuencias; las exigencias de la educación y la función del profesor en la era de internet; la pornografía en la red; la extendida credulidad de la gente que la lleva a ver conspiraciones por todas partes y la vuelve fácil presa de la charlatanería de adivinos, astrólogos, tarotistas, videntes y espiritistas; las diversas formas de racismo contemporáneo; la religión como causa de los mayores actos de violencia humana, por lo que más que ser “opio de los pueblos” (al decir de Marx) ha sido más frecuentemente su cocaína; la amenaza expansionista del fundamentalismo islámico; la extendida confusión e ignorancia ante los descubrimientos científicos, como por ejemplo ante las abundantes pruebas de la teoría de la evolución; los riesgos de un descontrol de la ideología de lo políticamente correcto… Al ser artículos cuyo destino eran los lectores de notas periodísticas, cada escrito no se extiende más allá de cinco o seis páginas, lo que convierte este libro en un volumen muy adecuado para andar trayéndolo y leer estas “píldoras de sabiduría” en esos ratos de que disponemos al desplazarnos en el metro, al estar en alguna sala de espera o en la noche antes de quedarnos dormidos. Al cumplirse un año de su muerte, Eco nos sigue regalando su pensamiento lúcido, irónico y firmemente asentado en los valores fundamentales del ser humano. |
La Biblioteca Braidense (La Biblioteca Nazionale Braidense o Biblioteca Nacional Braidense, generalmente conocida como la Biblioteca di Brera, es una biblioteca pública en Milán, en el norte de Italia.) adquiere la impresionante Biblioteca de libros antiguos de Umberto Eco. La Biblioteca Braidense se enriquece con una nueva adquisición muy importante: la colección de libros antiguos de Umberto Eco. Dicha colección fue formada por Umberto Eco en el curso de su actividad como bibliófilo, la cual denominó como «Bibliotheca semiologica curiosa, lunatica, magica et pneumatica». Dicho fondo antiguo contiene unas 1.200 ediciones anteriores al siglo XX, un patrimonio que incluye 36 incunables y 380 volúmenes impresos entre los siglos XVI y XIX. La Biblioteca Nazionale Braidense de Milán custodiará dicho fondo de libros antiguos y garantizará su conservación, puesta en valor y uso por parte de estudiantes y estudiosos. Además, un comité científico se encargará de establecer los métodos de conservación, también para garantizar la unidad de consulta digital.
Muchas de las obras de la colección de Eco en las primeras ediciones están referenciadas en sus ensayos y novelas, lo que atestigua la relación entre su investigación académica y creación cultural y sus intereses coleccionistas: para «El nombre de la rosa» y «Baudolino» las ediciones de Aristóteles y Santo Tomás, los tratados medievales de Alberto Magno, Isidoro de Sevilla y Vicente de Beauvais, para «La isla del día de antes» las obras geográficas de la antigüedad clásica de Pomponio Mela y Ptolomeo y las renacentistas de geografía anteriores a las exploraciones transoceánicas: El «Isolario» de Benedetto Bordone, el «Itinerario verso Gerusalemme» de Breydenbach, y las obras de los inicios de la ciencia experimental y de la hermética y la alquimia: Galilei y Kircher, Fludd y los «Serragli» de Tommaso Garzoni. Algunos de ellos (Breydenbach, Colonna, Fludd) tienen un valor anticuario apreciable. La colección completaría los fondos de la Braidense en historia de la ciencia y tecnología (15.000 volúmenes del Fondo Haller), y la de los autores jesuitas del Colegio milanés de la Compañía de Jesús: Pignoria, Kircher y Postel. Me consolé con mi colección de libros antiguos, que se llama «Bibliotheca semiologica curiosa, lunatica, magica et pneumatica», e incluye solo libros que hablen de cosas falsas. En mi colección están las obras de Tolomeo y no las de Galileo, y si de pequeño soñaba con mis viajes mirando el Atlas De Agostini, ahora prefiero hacerlo mirando mapas de origen tolemaico. [Texto extraído de su libro «Construir al enemigo»]
La disponibilidad de esta colección en Milán permitirá integrar la documentación relativa a las actividades de Umberto Eco tanto en su faceta como académico como de director editorial y presidente de distintas asociaciones y editoriales. La biblioteca de Eco será recibida y estudiada en la Braidense como una biblioteca de autor, indispensable para el estudio crítico de sus obras.
Se trata del material más preciado del semiólogo y novelista italiano, fallecido en 2016. La serie incluye 1200 volúmenes anteriores al siglo XX, entre ellos 36 incunables. Ahora, entonces, Bolonia recibirá la parte moderna y el archivo, y la Braidense los 1.200 volúmenes antiguos, de los cuales 36 son incunables y 380 impresos entre el siglo XVI y el XVIII. "Umberto Eco amaba Milán y amaba la Biblioteca Braidense, que consideraba 'su' biblioteca. Él quería que sus libros quedaran en Milán y vinieran a la biblioteca", subrayó Bradburne, recordando que en casa del escritor "los libros raros eran privilegiados y ubicados en forma separada respecto de su biblioteca moderna". "Vigilará" su colección de libros antiguos, o mejor su "biblioteca semiológica, curiosa, lunática, mágica y pneumática", un comité científico con cinco miembros, dos de ellos indicados por los herederos de Eco y dos por el ministerio de Bienes Culturales. Su tarea será controlar la conservación y uso de la colección, para garantizar también la "unicidad de la consulta digital". En cuanto a la biblioteca moderna y el archivo de Eco, serán confiados en comodato de uso a la Alma Mater de Bolonia durante 90 años. Hace unos días, la Corte de Cuentas dio el vía libre a la adquisición a los herederos de parte del ministerio de Bienes Culturales. |
Por qué los libros prolongan nuestras vidas por Umberto Eco, La Nación en 1997 No hace mucho me entretenía imaginándome a aquellos progenitores nuestros que hablaban de sus esclavos adiestrados en trazar caracteres cuneiformes como si fueran modernos computers. Me entretenía pero no bromeaba. Cuando hoy leemos artículos preocupados por el porvenir de la inteligencia humana frente a nuevas máquinas que se aprestan a sustituir nuestra memoria, advertimos un aire de familia. […] La misma reacción de terror debe de haber sentido quien vio por primera vez una rueda. Habrá pensado que nos olvidaríamos de caminar. Acaso los hombres de aquel tiempo estaban más dotados que nosotros para realizar maratones en los desiertos y en las estepas, pero morían antes y hoy serían dados de baja en el primer distrito militar. Con esto no quiero decir que, por esa razón, no nos debamos preocupar de nada y que tendremos una bella y sana humanidad habituada a merendar sobre la hierba de Chernobyl; si acaso, la escritura nos ha hecho más hábiles para comprender cuándo debemos detenernos, y quien no sabe detenerse es analfabeto, aunque vaya en cuatro ruedas. […] ¿Qué hemos ganado? ¿Qué ha ganado el hombre con la invención de la escritura, la imprenta, las memorias electrónicas? En una ocasión, Valentino Bompiani hizo circular una frase: “Un hombre que lee vale por dos”. Dicha por un editor, podría ser entendida solamente como un eslogan feliz, pero pienso que significa que la escritura (en general, el lenguaje) prolonga la vida. Desde los tiempos en que la especie comenzaba a emitir sus primeros sonidos significativos, las familias y las tribus necesitaron de los viejos. Quizá primero no servían y eran desechados cuando ya no eran eficaces para la caza. Pero con el lenguaje, los viejos se han convertido en la memoria de la especie: se sentaban en la caverna, alrededor del fuego y contaban lo que había sucedido (o se decía que había sucedido, ésta es la función de los mitos) antes de que los jóvenes hubieran nacido. Antes de que se comenzara a cultivar esta memoria social, el hombre nacía sin experiencia, no tenia tiempo para forjársela y moría. Después un joven de veinte años era como si hubiese vivido cinco mil. Los hechos ocurridos antes de que él naciera, y lo que habían aprendido los ancianos, pasaban a formar parte de su memoria. Hoy los libros son nuestros viejos. No os damos cuenta, pero nuestra riqueza respecto del analfabeto (o del que, alfabeto, no lee) consiste en que él está viviendo y vivirá sólo su vida y nosotros hemos vivido muchísimas. […] Esto podría dar a alguien la impresión de que, no bien nacemos, ya somos insoportablemente ancianos. Pero es más decrépito el analfabeto (de origen o de retorno) que padece de arteriosclerosis desde niño, y no recuerda (porque no sabe) qué ocurrió en los idus de marzo (*) Naturalmente, también podríamos recordar mentiras, pero leer ayuda también a discriminar. No conociendo las culpas de los demás, el analfabeto ni siquiera conoce los propios derechos. El libro es un seguro de vida, una pequeña anticipación de inmortalidad. Hacia atrás (¡ay!) más que hacia adelante. Pero no se puede tener todo y al instante. Humberto Eco. La Nación, 1997 (fragmento) |
Un viaje extraordinario la biblioteca de los libros antiguos de Umberto Eco.
El núcleo fuerte de la colección del escritor incluye 1.300 libros anteriores al siglo XX. Ahora se exponen en la Biblioteca Nacional Braidense de Milán, una de las más grandes de Italia Ángel Gómez Fuentes El mundo de libros antiguos en el que vivía el semiólogo, filósofo y escritor Umberto Eco (Alessandria, 5 de enero de 1932 - Milán, 19 de febrero de 2016) se muestra al público para descubrir los secretos de la extraordinaria colección del bibliófilo y erudito . Desde el 5 de mayo hasta el 2 de julio estará abierta la exposición 'La idea de la biblioteca. La colección de libros antiguos de Umberto Eco', en la sala más importante de la Biblioteca Nacional Braidense, una de las más grandes de Italia, que forma parte de la Pinacoteca de Brera de Milán, que contiene una de las colecciones más importantes de pintura italiana.
Se mostrarán por primera vez al público una selección de volúmenes antiguos adquiridos por el Ministerio de Cultura a la familia Eco en el año 2018. Al mismo tiempo, se inaugura el 'Studiolo' en la Biblioteca, un espacio disponible para los estudiosos, donde se guardan los 1.300 títulos raros, incluidos 36 incunables , los libros impresos antes de 1500, provenientes de la que Umberto Eco denominaba su «Biblioteca semiológica, curiosa, caprichosa, mágica e inspiradora». Estos 1.300 libros extraordinarios están colocados como en la casa del escritor. Además, también están en el «Studiolo» su flauta, bastones, lámpara verde, cómics de Mandrake el mago y la escalera. La exposición tiene como objetivo celebrar la importantísima adquisición de los volúmenes antiguos del gran intelectual. La inmensa y querida biblioteca de Umberto Eco ha encontrado destino en dos ilustres y prestigiosas instituciones. En la biblioteca pública Braidense de Milán está el núcleo fuerte, su colección erudita y genuinamente bibliófila. Por su parte, la Universidad de Bolonia ha obtenido en préstamo los 35.000 volúmenes de la biblioteca moderna de Umberto Eco para su uso durante 90 años. Costantino Marmo, profesor de semiótica, alumno de Eco que sigue el nacimiento de la 'Biblioteca Umberto Eco' en Bolonia ha manifestado: «Queremos crear una biblioteca virtual de libros con anotaciones de Eco». Para él, los libros tenían que vivirse, escribirse. Ahora sus notas se convierten en un nuevo tesoro. Galaxia de libros En la galaxia de libros de Eco había lugar para todo, desde ensayos hasta novelas románticas y cómics . Su sabiduría e inmenso conocimiento se repartía en muchas corrientes, desde la semiología a la literatura, desde la crítica a la docencia universitaria, pasando por la bibliofilia. Seguramente, como excepcional bibliófilo que era, este ha constituido su campo de juego predilecto, porque le ha permitido expresar el amor por los libros, su historia, su significado, referencias y conexiones. Pero siempre en el centro de todo estaba para él el libro. Y la biblioteca, hasta el punto de afirmar: «Si Dios existiera, sería una biblioteca», una frase que evoca una idea parecida de Jorge Luis Borges : «Siempre me he imaginado el Paraíso como una especie de Biblioteca». En la exposición de la Biblioteca Nacional Braidense se han colocado 82 volúmenes en vitrinas, cada una dedicada a un tema o a una novela de Eco. En la de 'El péndulo de Foucault' (la novela más querida de su autor) se puede, por ejemplo, admirar, entre otros volúmenes, el 'Atalanta Fugiens' del médico y músico alemán Michael Maier (1566-1622), libro fundamental de la cultura alquímica, publicado en 1617. Esta obra literaria compuesta por 50 discursos filosóficos, 50 grabados de Matthäus Merian y 50 cánones musicales, es una de las joyas de la colección de Eco . Incunables Otro libro que amaba, expuesto en la exposición, es el incunable 'Liber Chronicarum cum figuris' (Núremberg, Koberger, 1493) de Hartmann Schedel, el historiador, médico, humanista y uno de los primeros cartógrafos en utilizar la imprenta. Se trata de un precioso volumen, en cuyas ilustraciones también trabajó Alberto Durero . Ofrece una serie de vistas geográficas de ciudades reales y tierras de fantasía, con una variedad de temas que van desde el Antiguo y Nuevo Testamento hasta la historia clásica y medieval. En la colección de Eco cabe destacar también el incunable 'Hypnerotomachia Poliphili' (Venetiis, Aldi Manutii, Romanus, 1499) de Francesco Colonna, uno de los libros más importantes del siglo XV. La obra, que cuenta con importantes xilografías, presenta una misteriosa alegoría arcana en la que el protagonista Poliphilo persigue a su amada Polia a través de un paisaje onírico y arquitectónico. Umberto Eco tenía «locuras» de bibliófilo. Soñaba con un túnel para conectar su casa milanesa con la Biblioteca Tribulziana «y consultar los textos por la noche». Próxima a su domicilio, la Tribulziana es una biblioteca especializada en historia y literatura del período humanístico-renacentista, así como en manuscritos autografiados, con fondos comprados a antiguos monasterios. «Locuras» del bibliófilo Eco era un asiduo en las ferias de libros antiguos y voraz frecuentador de librerías de antigüedades de todo el mundo, a la conquista de joyas para su colección. Disfrutaba y se divertía respondiendo con ironía quienes, conociendo su inmensa biblioteca, le preguntaban: «¿Has leído ya todos los libros?». » ¿Los has leído todos? « Eco, erudito y coleccionista insaciable , respondía: «No, estos libros son los que tengo que leer la próxima semana. Los que ya he leído están en la universidad«. |
Umberto Eco: la pasión según un bibliófilo. En 1991, Umberto Eco pronunció una famosa conferencia en Milán, la ciudad del norte de Italia donde vivió y enseñó el escritor. En él hizo una enfática defensa de los libros, su papel en la sociedad y en la formación humana. “Temed al que destruye, censura, prohíbe los libros; quiere destruir y censurar nuestra memoria”, dijo. Ese encuentro fue luego publicado, por supuesto, en un libro llamado Memória Vegetal y otros escritos sobre la bibliofilia, en el que Eco se asumía no como escritor en primer lugar, sino como amante de los libros por encima de todo. Un bibliófilo que posee una colección que daría envidia a cualquier otro amante de la escritura. Esta obra se estrenó en 2009, siete años antes de la muerte de Eco, quien se dio a conocer mundialmente hace 43 años, cuando su novela más famosa, El nombre de la rosa, llegó a las librerías. La obra, por supuesto, tiene una relación muy fuerte con los libros, como no podía ser de otra manera en lo que se refiere a quién la escribió. El éxito inmediato de la obra, que en pocos meses vendió más de 300.000 copias solo en Italia y pronto se convertiría en una película con grandes nombres de Hollywood en el reparto, supuso un punto de inflexión en la carrera del profesor, filósofo, semiólogo y medievalista. Y fue su biblioteca la que lo ayudó. La colección de Eco sorprendió al mundo cuando, tiempo antes de morir, el autor aparece, en un video que se virilizó en internet, paseando por su universo de libros. Busca un volumen concreto y va entrando y saliendo de diferentes salas, todas atestadas de obras y más obras, dueño absoluto de ese laberinto circular. De vez en cuando es posible ver una cúpula de cristal, donde guardaba uno de sus cientos de tesoros, como primeras ediciones de clásicos, libros raros o incluso manuscritos de más de 500 años. Finalmente, encuentra lo que busca. Aunque murió en 2016, recién en 2021 se definió el destino de decenas de miles de libros. La familia del autor y el gobierno italiano llegaron a un acuerdo por el que los elementos más antiguos de la colección del escritor, que incluyen 1.200 volúmenes desde el siglo XIX en adelante y 36 incunables, producidos poco después de la invención de la imprenta a mediados del siglo XV, se incorporaron a la Colección Braidense, dentro del Palazzo di Brera, perteneciente a la Universidad de Milán, donde Eco enseñó durante décadas. La mayor parte de los 35.000 volúmenes, integrados por libros publicados en el siglo XX, fueron a parar a otra institución donde el autor también fue profesor, la Universidad de Bolonia, ubicada a 215 kilómetros de Milán, por un período de 90 años. Las dos universidades se encuentran entre las más prestigiosas de Italia, con la mayor cantidad de estudiantes. Y fue a partir de la investigación que desarrolló en ellos que Eco se convirtió no sólo en un referente de los estudios literarios, la Semiología y la Historia Medieval, sino también en un escritor de divulgación mundial. Sumando todas sus obras, ya son más de 30 millones de ejemplares vendidos. La Biblioteca Nazionale Braidense se encuentra en el segundo piso de un palacio por el que circulan cada día miles de estudiantes. El edificio alberga la famosa Pinacoteca di Brera, la colección de arte más grande de todo Milán y una de las más importantes de Italia, con obras de Caravaggio, Tintoretto, Rafael, Tiziano, Giovanni Bellini, El Bosco, Bramante, Veronese y Vasari, entre otros. repartidas en 38 habitaciones. El sitio es también la sede de la Academia de Bellas Artes, fundada en 1773 por la emperatriz María Teresa de Austria, en el edificio donde alguna vez funcionó el Monasterio de Santa Maria di Brera Humillate. El inmueble histórico contiene muchos episodios dramáticos, desde incendios hasta bombardeos durante la guerra, pero la colección logró conservarse, luego de haberse formado, en su mayor parte, a partir de la confiscación de obras de arte por parte de familias aristocráticas y órdenes religiosas de las regiones de el Véneto, Lombardía y Emilia-Romagna, ordenada por Napoleón Bonaparte, cuando dominaba estas regiones a principios del siglo 19. La biblioteca, ahora añadida con la colección de Eco, fue creada en 1770, también por la emperatriz María Teresa, con el nombre de Imperialis Regia Bibliotheca Mediolanensis y nunca dejó de funcionar. Buena parte de la colección de la biblioteca ya está digitalizada y disponible en su sitio web, que recientemente recibió una nueva versión. Y los números son impresionantes. En la hemeroteca hay más de 2 millones de páginas de 1.000 publicaciones periódicas italianas, 500.000 imágenes de más de 9.000 libretos de teatro y ópera y unas 325.000 imágenes y 9.000 novelas del Siglo XIX También hay elementos bibliográficos y de imaginería, como obras y grabados, del siglo XV. La colección de Eco, por tanto, encaja como anillo al dedo en este tesoro. Previa inscripción, es posible acceder a las instalaciones, como la sala de lectura y la sala de consulta. No es todo el tiempo, sin embargo, que está abierto. El número de visitantes está controlado y hay tiempos reservados para los investigadores, que pueden consultar documentos y obras raras en microfilm. La colección personal de Eco aún no ha sido digitalizada y se mantiene en una reserva especial, la Colección de Libros Antiguos de Umberto Eco. Entre marzo y julio de 2022 se realizó una exposición para celebrar la donación de libros. Los especímenes más curiosos procedían de lo que Eco llamó su Biblioteca Semiológica, Curiosa, Lunática, Mágica y Neumática. Se inaugurará un espacio, denominado Studiolo, para estos libros. La Biblioteca de la Universidad de Bolonia, por su parte, tiene como premisa integrar, de forma muy sencilla, la universidad más antigua del mundo y formar parte de uno de los complejos bibliotecarios más grandes del planeta. El traslado de la colección de Eco a este espacio, en régimen de préstamo, inicialmente, durante nueve décadas, es una forma de darle continuidad en el lugar donde, a los 42 años, se convirtió en profesor. Era un profesor en ascenso en la jerarquía de la universidad más tradicional del país. En la institución ocupó la cátedra de Semiótica y director de la Escuela Superior de Ciencias Humanas. Más tarde, se convirtió en profesor emérito. Pasión por las estanterías En sus entrevistas, a Umberto Eco le gustaba repetir que quien no lee, cuando llegue a los 70, habrá vivido una vida de 70 años. Cualquiera que lea, al llegar a esa edad, habrá vivido 5.000 años. Es la imaginación la que nos lleva a la eternidad. Un aprendizaje que el niño Umberto, nacido en la pequeña Alejandría, entre Milán y Génova, recogió muy pronto. Su pasión por los lomos de los libros en las estanterías y lo que estos pueden revelar es algo que siempre ha formado parte de su formación y de su forma de ser. De adulto, frecuentaba una de las bibliotecas más bellas y valiosas de Italia y examinaba su colección con una curiosidad juvenil. Muy cerca del Duomo de Milán, principal postal de la ciudad, se encuentra el edificio de la Biblioteca Veneranda Ambrosiana, referente mundial en obras religiosas. Umberto Eco amaba este lugar, que puede parecer un poco serio –y, de hecho, lo es–, pero que encierra una riqueza cultural invaluable. Fundada por el cardenal Federico Borromeo en 1607 e inaugurada en 1609, la biblioteca fue la primera en permitir que el público no religioso la visitara, leyera o escribiera. El diálogo con la biblioteca restringida de la Abadía de O Nome da Rosa es evidente. La Ambrosiana es el contrapunto a la de la ficción. En el complejo se encuentra la Pinacoteca Ambrosiana, fundada por el mismo cardenal en 1618, dueña de una valiosísima colección de maestros como Tintoretto y Tiziano, además de poseer las cartulinas sobre las que Rafael preparó los bocetos para el fresco Escuela de Atenas, en el Vaticano. En esta biblioteca se depositan piezas únicas, como un ejemplar de Historia Natural, de Plinio el Viejo, fechado en 1389. También están los dibujos del Códice Atlántico, realizados por Leonardo Da Vinci. No es de extrañar que a Eco le fascine un lugar con tales tesoros. La biblioteca está al lado de la Iglesia del Santo Sepulcro, una de las más visitadas de Milán. Creación entre libros La gran biblioteca de Umberto Eco contenía más que los libros que contenía. Además de miles de copias, volúmenes raros, ediciones únicas, también fue testigo de un gran creador en acción. Decía que no necesitaba salir de casa a investigar para su trabajo: todo lo que necesitaba estaba al alcance de su mano. Y era un escritor exigente en ese sentido. Aficionado a la historia, gran especialista en semiología, lector ávido y curioso, era imperativo que su stock de materias primas fuera diversificado, amplio y sorprendente. Su biblioteca nunca ha defraudado. La primera gran prueba llegó a finales de la década de 1970, cuando decidió que, además de publicar libros sobre teoría literaria, filosofía y semiótica, también escribiría ficción. Corría el año 1978 y Umberto Eco ya había participado en un movimiento de vanguardia en Italia 15 años antes, el llamado Grupo 63. Pero en ese momento era más un analista que un productor de literatura. En varias entrevistas que concedió sobre O Nome da Rosa, su novela debut, el escritor relató que, inicialmente, pensó en un libro de género policiaco, pero su imaginación lo llevó a otro terreno, el de las órdenes religiosas y sus escritos clásicos. Como buen semiólogo que era, las imágenes estuvieron muy presentes en su creación y fue una de ellas la que le llevó a tomar la decisión de situar la trama en la Edad Media, dentro de una antigua abadía, con monjes como personajes y una inmensa biblioteca. con volúmenes únicos. Era, literalmente hablando, una imagen imaginada. “Me imaginé a un religioso, frente a una enorme librería, leyendo las Actas de Santos”, dijo en una entrevista con el diario Folha de S. Paulo, en 2006. Según él, la palabra Rosa en el título tenía la intención de “engañar al lector”, que se centra en el simbolismo de esta flor y no nota otros detalles. La táctica es bien conocida en las novelas policiacas, que asustó a mucha gente. Al fin y al cabo, fue uno de los principales intelectuales de su época, ya respetado a nivel mundial, incursionando en un género considerado menor por muchos críticos. Pero llevar la trama al siglo XIV y llenarla de pistas complejas, referencias eruditas, intrigas laberínticas fue el gran salto de Eco. La obra, si bien se consideró difícil -fue rechazada por una importante editorial italiana, que no apostó a que pudiera venderse bien- cayó en el gusto popular apenas se estrenó y cinco años después ya estaba lista su adaptación al cine. en exhibicion. El nombre de la rosa repitió en Hollywood el éxito de las librerías, con nada menos que la estrella Sean Connery al frente del reparto. Y los detalles de esa trama, las formas en que se cometen los asesinatos e incluso el entorno espacial del libro se extrajeron de una fuente: la gran biblioteca personal del autor. El conocimiento de matar a alguien con sustancias letales colocadas en lugares insospechados provino del libro Tratado de los Venenos, del catalán Mathieu Orfila, considerado el Padre de la Toxicología. Eco poseía un ejemplar de esta obra publicado en 1815, que compró en una librería de París. No es casualidad que haga uso de otra marca de novelas de suspenso, especialmente aquellas que traen el ADN de la llamada literatura negra o gótica: el manuscrito apócrifo y antiguo que guarda terribles secretos y que acaba reapareciendo en manos de alguien de la actualidad. Conduce a entornos olvidados hace mucho tiempo, a personajes que en el pasado fueron maldecidos. Sin embargo, los métodos de reproducción de Eco eran aún más complejos. El Nombre de la Rosa estaba todo escrito con pluma. Pluma con la que dibujó planos de abadías a partir de ilustraciones antiguas que había en la biblioteca y de visitas a monasterios. Estos dibujos originales fueron parcialmente publicados en la edición conmemorativa, difundida en varias partes del mundo, que O Nome da Rosa ganó recientemente por sus 40 años. Y por algo estos esquemas estaban junto a las hojas en las que Eco desarrollaba la novela. Reveló que la duración de los diálogos entre los personajes dependía del tiempo que tomaba caminar de una habitación a otra, subir una escalera, cruzar un patio o corredor. Como ves, se trata de una elaborada técnica de verosimilitud literaria que alcanza un nivel de detalle impresionante. Esta pasión por los libros también motivó al ensayista. Obras como Seis Passeios Nos Bosques da Ficção, que trae conferencias que dio en la Universidad de Harvard en un curso de verano, About Literature, Lector in Fabula u Obra Aberta, el primer libro que publicó, todavía en 1962, hablan de sus lecturas más caras. Otros volúmenes, como Historia de la belleza, Historia de la fealdad e Historia de tierras y lugares legendarios, son sus tributos a la imaginería más rica que se puede encontrar en la literatura y las artes. Esfuerzos que exigen una erudición superior a la media que sólo una biblioteca como la de Eco puede proporcionar. Obra amplia y polivalente. Con sus estudios de Filosofía y Letras Medievales en la Universidad de Turín, donde se doctoró, y su extensa y sólida carrera docente en las universidades de Milán y Bolonia, Eco, del norte de Italia, irradió conocimiento para el mundo. Tal vez no imaginó que algún día se vendería tanto. De hecho, ¿Quién puede imaginar tal éxito? Pero este éxito fue merecido, sobre todo para él, amante y defensor de la lectura, de los libros. Fue con relatos en los que los libros tienen un espacio privilegiado -como en el mismo El nombre de la rosa- que consiguió que cada vez más gente los leyera. Cuando murió de cáncer de páncreas, Eco llevó a cabo el proyecto de una editorial autoral y se mostró preocupado por la contemporaneidad. Testimonio de ello es su obra O Fascismo Eterno, en la que hace un certero análisis del curso de la política actual. Las nuevas tecnologías también le desagradaban. Refutó los libros digitales, diciendo que no habría podido leer a Proust en soportes como un Kindle, por ejemplo. Y era un crítico acérrimo de las redes sociales. Suya es la famosa afirmación de que estos espacios de interacción en internet “daron voz a los imbéciles”. A la vista de lo que hemos visto, ya sea en debate público o en publicaciones más privadas, es difícil no estar de acuerdo con el intelectual italiano. Por cierto, su último libro de ficción, O Número Zero, habla de la tendencia de la prensa a hacer un gran espectáculo de todo. Es el tirón de la oreja para nosotros también. Umberto Eco puede! |
Una lección de Umberto Eco Cuando el semiólogo Umberto Eco publicó en 1980 El nombre de la Rosa instaló una manera de abordar la literatura popular y de misterios y secretos ocultos que luego sería imitada -aunque jamás con tanta erudición- por autores que van desde Arturo Pérez Reverte hasta Dan Brown. Uno de los mayores aportes, sin embargo, del académico italiano fue el acompañamiento de un segundo documento, llamado Apostillas a El Nombre de la Rosa, que significa una lección sobre cómo abordar la escritura y una enseñanza para quienes quieren redactar novelas. A lo largo de su dilatada carrera escribió una serie de manuales que resultan clave para la formación de varias generaciones de estudiantes de las áreas que abordan las teorías del significado (como lingüistas o literatos) y las comunicaciones (como periodistas y comunicadores sociales). Obras como su Tratado de Semiótica General (1976), Signo (1973) y, sobre todo, Cómo se hace una tesis (1977) acompañaban a estos estudiantes tanto por su amplio despliegue de conocimientos, como por su frescura e ingenio que casi nunca dejaba de lado las relaciones con la cultura popular de masas. Eco se daba tiempo de citar a Peirce o los filósofos medievales, tanto como a Superman o a Sherlock Holmes, por lo que la lectura de sus libros, que en los ochenta y noventa en Chile poblaban los anaqueles de muchas librerías, transformándose en una suerte de best-sellers académicos. A esa lista de libros orientadores pertenece una obra suya que se publicó luego de esta, su primera novela: Apostillas a El Nombre de la Rosa. En ella Eco documenta los recursos, métodos, decisiones que fue tomando mientras elaboraba la novela que lo lanzó a la fama, desde entonces también como literato. Aunque el autor indica que no tiene como intención aportar con interpretaciones de su novela, es más o menos evidente tras leer las Apostillas que Eco no quiere abandonar su papel de profesor tampoco en este caso. El amplexo Una de las secuencias más recordadas de El nombre de la rosa es el relato del encuentro sexual de Adso de Melk con la muchacha sin nombre, y más, particularmente en Chile porque en esa secuencia, en la película que llevó al cine el libro, el papel de la muchacha lo interpreta Valentina Vargas. Eco llama a esta secuencia, “el amplexo”, que es una manera medieval de denominar un abrazo amoroso, y merece ser citada al menos en parte:
Y sigue Eco: “En efecto, yo tenía decenas de fichas con todos los textos y a veces de páginas del libro, y muchísimas fotocopias, muchas más de las que luego usé. Pero cuando escribí la escena la escribí de golpe (solo después la he limado, como pasándole por encima un barniz homogéneo, para que se vieran todavía menos las suturas). Mientras escribía tenía al lado todos los textos, tirados sin orden, y ponía el ojo sobre uno o sobre el otro, copiando un trozo y uniéndolo enseguida a otro. Es el capítulo que más rápidamente escribí en borrador. Después entendí que trataba de seguir con los dedos el ritmo del amplexo y entonces no podía detenerme para elegir la cita justa. Lo que hacía justa la cita colocada en ese punto era el ritmo con el que la colocaba, descartando con los ojos las que hubieran detenido el ritmo de los dedos. No puedo decir que la extensión del evento haya durado lo que el evento mismo (si bien hay amplexos bastante largos), pero traté de abreviar lo más posible la diferencia entre el tiempo del amplexo y el tiempo de la escritura. Y digo escritura no en sentido barthesiano sino en el sentido del dactilógrafo: estoy hablando de la escritura como acto material, físico”. Se puede imaginar a Eco abrumado por la necesidad de demostrar su erudición y realizar citas precisas en un tejido textual con todos esos documentos sobre su escritorio. Luego, en un acto de osadía y de resolución, botando con los brazos todos esos documentos desde el escritorio hacia el suelo y lanzándose a escribir, en un acto en que las ideas, la puesta por escrito y lo narrado se hacen uno. La lección es que muchas veces quienes escriben no se atreven a despegarse de sus fuentes, de su investigación, de sus documentos: pero hay un momento en que hay que asumir que todo esto está dentro de la persona que escribe; arrojarse temerariamente sobre el objeto de la escritura. Quizá esta sea una solución al llamado bloqueo de la escritura o el fantasma de la página en blanco. Sobre el autor: Ricardo Martínez es académico de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales y especialista en música popular, es autor del libro Clásicos AM. |
La semiología o semiótica (del griego antiguo σημειωτικός sēmeiōtikós) es el estudio de los símbolos y los signos, y la forma en que los humanos los crean. Un signo es cualquier cosa que comunique un mensaje, que debe interpretarse por el receptor. Es una rama de la filosofía que trata de los sistemas de comunicación dentro de las sociedades humanas, estudiando las propiedades generales de los sistemas de signos, como base para la comprensión de toda actividad humana. Aquí, se entiende por signo un objeto o evento presente que está en lugar de otro objeto o evento ausente, en virtud de un cierto código. Semiótica significa estudio sistemático de los signos y se aplica a un campo particular de estudio, se da con el filósofo francés Saussure. Aunque la semiótica se compagina con el término estructuralista, este último puede o no considerarse como un sistema de signos, mientras que la semiótica aplica métodos estructuralistas. Charles Sanders Peirce, fue el fundador estadounidense de la semiótica y distinguió entre tres clases de signos: Icónico (dónde el signo se parece a aquello a lo que representa), Indexetico (dónde el signo de alguna manera se asocia con aquello de lo cual es signo) y Simbólico (dónde el signo solo es un eslabón arbitrario). Existen muchas más clasificaciones cómo la denotacion (lo que el signo significa), la connotación (otros signos asociados con el), Pragmático (signos entre los cuales uno puede representar al otro) y Sintagmatico (dónde los signos se eslabonan para formar una cadena).(Eagleton, 1994) La semiótica distingue entre la denotación y la connotación; entre claves o códigos y los mensajes que transmiten, así como entre lo paradigmático y lo sintagmático (Eagleton, 1994). Estas dimensiones dan origen a disciplinas homónimas que rigen las relaciones entre signo y cosa designada: la semántica; relaciones entre signos: la sintaxis; y entre signos y sus condiciones de uso: la pragmática. Desde las dimensiones se analizan los fenómenos, objetos y sistemas de la significación, de los lenguajes y de los discursos en los diferentes lenguajes en tanto procesos a ellos asociados (producción e interpretación). Toda producción e interpretación del sentido constituye una práctica significante, un proceso de semiosis que se vehicula mediante signos y se materializa en textos. Disciplina El fenómeno de la semiosis es la instancia donde "algo significa algo para alguien" y es por lo tanto portador de sentido. Se debe aclarar que la significación se realiza como condición de la semiosis de la que Morris (1938) distingue: vehículo sígnico (signo), designatum (lo designado); interpretantes (consideraciones del intérprete) y el intérprete mismo. Estos tres (o cuatro elementos si consideramos a este último) en el marco de un sistema llamado lenguaje, que al decir de Morris es "todo conjunto de signos más un conjunto de reglas"; señala las dimensiones que constituyen un lenguaje. Algunos autores suelen indicar una distinción entre semiótica y semiología como postulando campos de estudios diferentes, problemática superada en el Tratado de Semiótica General de Umberto Eco, en donde este autor minimiza la cuestión dado que todo signo se construye de naturaleza social, aunque no todos lo son. Cabe separarlas también de la llamada teoría de la información y de la comunicología o ciencia que estudia los sistemas de comunicación dentro de las sociedades humanas y la hermenéutica o disciplina que se encarga de la interpretación de los textos. La peculiaridad del enfoque semiológico responde al siguiente interrogante: "¿Por qué y cómo en una determinada sociedad algo —una imagen, un conjunto de palabras, un gesto, un objeto, un comportamiento, etc.— significa?". La luego denominada semiótica, como campo disciplinar, surgió una de las ciencias integradas en la Lingüística. Comenzó su desarrollo sistemático en la década del sesenta, pero sus atisbos se encontraban ya en el Curso de lingüística general4 del suizo Ferdinand de Saussure, publicado póstumamente por sus discípulos en 1913, dentro de una corriente epistemológica denominada estructuralismo saussure-hjelmsleviano que obtuvo una fuerte impronta de esta disciplina lingüística porque sus autores fundamentales fueron filólogos y lingüistas como Ferdinand de Saussure, Louis Hjelmslev, Roman Jakobson y Ludwig Wittgenstein. En palabras de Saussure, la semiótica es una ciencia que estudia la vida de los signos existentes dentro de la sociedad; muestra lo que constituye a los signos y qué leyes los rigen. Deriva del griego semeion, que significa "signo". Esta ciencia sirve para saber interpretar y leer los signos en el día a día, para poder descifrar el mundo y recibir más información a partir de dichas interpretaciones. Asimismo, la percepción del semiólogo Roland Barthes sobre la semiótica consta de las conclusiones que deducimos de los demás y del entorno al mirar y recibir estímulos. Defiende que la mayoría de signos que nos encontramos no se pueden interpretar aisladamente, sino que cada signo tiene ideas asociadas y pueden darnos una información añadida si buscamos su segundo sentido. Eagleton (1994) considera el estructuralismo como un método de investigación que puede aplicarse a toda una gama de objetos, desde partidos de fútbol hasta sistemas de producción en el terreno económico, mientras que la semiótica se refiere más bien a un campo particular de estudio, el de los sistemas que en cierta forma ordinariamente se considerarían signos: poemas, cantos de pájaro, señales de semáforos, síntomas médicos, etc. No obstante, ambos términos se convergen, ya que el estructuralismo estudia lo que no puede ser considerado como un sistema de signos, mientras que la semiótica comúnmente aplica métodos estructuralistas. Asimismo, un análisis estructuralista debe procurar aislar el conjunto de leves subyacentes por las cuales los signos se combinan y forman significados (Eagleton, 1994). El lingüista Ferdinand de Saussure, a comienzos del siglo xx, había concebido la posibilidad de la existencia de una ciencia que estudiara los signos «en el seno de la vida social», a la que denominó semiología. Posteriormente otro lingüista, el danés Louis Hjelmslev, profundizó en esta teoría y elaboró su sistemática formalización dentro del paradigma estructural, que bautizó como glosemática en sus Prolegómenos a una teoría del lenguaje (1943), sentando un conjunto de principios que servirán de fundamento teórico y epistemológico a ulteriores desarrollos de la semiótica estructuralista. A estos autores agregaron sus aportaciones; otro famoso lingüista, el ruso Roman Jakobson, y el austríaco Ludwig Wittgenstein, este último puso las bases de la pragmática lingüística al declarar que "el significado es el uso". Saussure consideraba el lenguaje como un sistema de signos que debía ser estudiado sincrónicamente y no diacrónicamente. Cada signo debía considerarse como constituido por un significante (un sonido-imagen o su equivalente gráfico), y un significado, es decir, el concepto u objeto al que representaba (Eagleton, 1994). Con independencia de este desarrollo europeo, otra línea de investigación semiótica se desarrolló sobre los escritos que dejó el filósofo y lógico estadounidense Charles Sanders Peirce, lo conocido como semiótica anglosajona, semiótica lógica o semiótica a secas. El estudio de Pierce se ha definido como pragmático, es decir, que piensa dando prioridad a las consideraciones prácticas. En su desarrollo teórico, Peirce toma como objeto de estudio a la semiosis, proceso en el cual se daba la cooperación de tres instancias (o subjects):
Así pues, el signo es para él el producto de esta dinámica de semiosis, que la semiología europea designaba con otra terminología, respectivamente, significante, referente y significado, lo que luego se denominó triángulo de Ogden y Richards, estructura que integra estos tres elementos que configuran cualquier signo y que puede desfigurarse por fenómenos como la sinonimia, la homonimia, la polisemia, etc., de forma que el triángulo puede transformarse en un rombo, un segmento, etcétera. Profundizando en la clasificación de los signos, Peirce llegó a la convicción de que estos podían clasificarse por la relación que guardaban estos elementos entre sí en tres tipos determinados:
Diría Fontanille en Semiótica del discurso6 que las investigaciones hechas, hasta finales de los noventa, en torno a la semiótica «han sido desarrolladas desde perspectivas con frecuencia divergentes, a veces incluso francamente polémicas», sin embargo existe una innovación teórica y metodológica que parte del estructuralismo, pero a diferencia de este, en vez de plantear como principio que solo los fenómenos discontinuos y las oposiciones llamadas "discretas" son pertinentes, toma en cuenta los procesos de emergencia y de instalación de estos fenómenos y de estas oposiciones; es así como han surgido las diferentes ramas de la semiótica. Historia La importancia de los signos ha sido reconocida en gran parte de la historia de la filosofía y en la psicología. El origen de esta ciencia se considera el siglo v a. C., con los presocráticos. Estos crean debate sobre la oposición entre la naturalidad y la convencionalidad del signo: lenguaje como espejo de lo real (Heráclito) y lenguaje como convención e imposición (Parménides). En el siglo iii a. C. los estoicos hablan de semainon y semainomenon para interpretar la apariencia. Los sofistas también contribuyeron al estudio de los signos desarrollando el arte de la retórica. La política cobra importancia y se delibera acerca del uso de la palabra, del signo lingüístico, que se tomaba como herramienta persuasiva. Platón y Aristóteles fueron los siguientes en explorar la relación entre los signos y el mundo. Sus teorías han tenido un efecto duradero en la filosofía occidental, especialmente a través de la filosofía escolástica. Galeno, médico, cirujano y filósofo griego en el Imperio romano, escribió libros sobre la semiótica médica y se convirtió en un referente de los estudios de medicina. Galeno habla de semiotique, como la ciencia que estudia los síntomas. El estudio general de los signos que comenzaron en latín con Agustín y culminó con el Tractatus de Signis de John Poinsot en 1632. Y comenzó de nuevo, en la modernidad, con el intento por Charles Peirce de elaborar una "nueva lista de categorías", en 1867. Serán Peirce y Ferdinand de Saussure los que desarrollarán este campo de estudios con más amplitud, considerándose los padres de la semiología. John Locke y otros pensadores de la época serán claves para el nacimiento de la semiótica en el siglo xx. Más recientemente, Umberto Eco, en su obra Semiótica y filosofía del lenguaje (1984), ha argumentado que las teorías semióticas están implícitas en el trabajo de la mayoría, quizás todos, de los pensadores importantes. Desarrollo Diversas corrientes semióticas que pertenecían al estructuralismo se gestaron en la década del sesenta. Estos abordajes difirieron en cuanto a qué rama de este paradigma se adscribían, a la selección que operaban sobre el campo de estudio, los propósitos que las animaron y la metodología que utilizaban. El primer esbozo lo constituye la Semiología de la Comunicación, corriente enmarcada en el saussuro-funcionalismo que se proponía estudiar los sistemas de signos convencionalizados no verbales, cuya función era la de comunicar. Es decir, sistemas de comunicación diferentes de la lengua natural. En su análisis de los cuentos maravillosos rusos (particularmente de las vilinas), que, andando el tiempo, originaría la disciplina denominada narratología, Vladimir Propp, clasificado dentro del formalismo ruso, encontró homologías y regularidades que remitían a una estructura arquetípica común expresa en variantes. Entre dichas regularidades se encontraba su análisis de tres tipos de pruebas:
Existía asimismo un personaje o función constante, el héroe (agonista o protagonista), al que se le pedía un objeto de valor y, para lograrlo, antes debía adquirir la competencia necesaria. Propp la llamó prueba calificante. Después de haberse calificado, el héroe era capaz de superar pruebas difíciles (prueba decisiva) que conducían a su reconocimiento como héroe y a la adquisición del objeto de valor (prueba glorificante). Otro de los aportes hechos por Propp fue la propuesta de la estructura polémica: junto a la historia del héroe, aparece el antagonista o traidor, quien, en la búsqueda del mismo objeto de valor, genera una confrontación. Y la estructura contractual, que Propp representa como un contrato en que un destinatario se compromete a realizar una serie de pruebas (o performances) por petición u orden de un mandador o destinador. Cuando finaliza las pruebas del destinatario, el destinador reconocerá y sancionará el resultado de las pruebas (sanción). Otras aportaciones a la teoría semiológica son las hechas por Georges Dumézil y Claude Lévi-Strauss, este último más bien desde el campo de la antropología, quienes habían planteado la existencia de ciertos patrones o constantes en las estructuras profundas de sus disciplinas. Lévi-Strauss, en su análisis estructural del mito de Edipo, consideraba que había una organización de contenidos que podía ser formulada por categorías binarias de oposiciones, a través de un análisis paradigmático. También se puede citar la obra de Yuri Lotman y su aportación al definir el concepto de la semiosfera, donde la comunicación está definida como un acto de traducción, estructurado por la cultura. Algunos autores han definido la semiótica como la ciencia que estudia todos los sistemas de signos en general, incluyendo al lenguaje humano. Es necesario recalcar que el lenguaje humano es el sistema de signos más potente y complejo que existe (al menos para el hombre) de modo que todos los demás sistemas de signos son traducibles a él, pero no al contrario, que se sepa. Por tanto, el signo lingüístico es comprendido como la asociación más importante en la comunicación humana. Por otra parte, la semiótica puede entenderse también, según autores como José Carlos Cano Zárate, como una de las ciencias sociales que analiza el comportamiento y funcionamiento del pensamiento y busca una explicación de cómo el ser humano interpreta el contexto y entorno social y dónde crea conocimiento y aprendizaje sobre la base de sus experiencias y lo comparte de generación en generación. El signo en la semiótica El signo, en su definición nuclear es un elemento dotado de unidad y carga informativa, tiene una naturaleza diversa, pues signo es la letra, el gesto, el canto del pájaro, el olor, un sonido… El signo, heterogéneo e infinito, es indesligable del sujeto cognoscente, entendido en el marco de una aproximación preliminar a la Semiótica, como sujeto dotado de sentidos e inteligencia. Los cinco sentidos (vista, oído, olfato, gusto, tacto) sumados a la inteligencia conforman el entramado o mecanismo que permite las dos grandes actividades que fundamentan la función del signo: actividad de recepción y actividad de producción. Actividades nucleares y constantes, el canal siempre está abierto, que, en suma e interrelación, dan lugar al macro fenómeno denotado a través del término “comunicación”. Un fenómeno que es posible debido a que los signos, unitarios por definición, establecen relaciones combinatorias con otros signos mediante reglas más o menos fijas dando lugar a códigos estructurados o lenguaje. En consecuencia, la Semiótica, como ciencia que estudia el signo, germen del lenguaje, y del pensamiento, se relaciona de forma inmediata con la Lingüística y las Neurociencia, como también, a raíz del protagonismo del signo en el macro fenómeno comunicativo, la semiótica es una metaciencia que, por un lado, subyace a todo conocimiento y a toda actividad científica y, por otro, se edifica sobre un campo de estudio interdisciplinar cuyo alcance es extensible sin excepción a cualquier conocimiento y actividad humana. Semiótica como metaciencia Charles Morris consideraba que la semiótica tenía una doble relación con la ciencia, de manera que era una ciencia más y un instrumento para estudiar al resto de ciencias; una metaciencia por tanto. Consideraba que solo a través del estudio del sistema de signos en que se basa una ciencia se puede sistematizar, purificar y simplificar, para liberar al hombre de todas las imperfecciones que acarrea el utilizar el lenguaje. La semiología frente a la semiótica. La semiología se origina con la lingüística en cuanto abarca sistemas de signos puramente humanos, entre ellos los verbales, pero también sistemas de signos no verbales pero igualmente humanos, como los códigos de los gestos, la vestimenta etc. que son propios de la vida social. Una escuela de la misma, la semiología rusa o formalismo ruso, se aplicó al análisis de las artes y la cultura. La semiología (desarrollada sobre todo en Europa y con mucho arraigo en América Latina) comprende como enfoque al estructuralismo y los formalismos mientras que la semiótica (de más desarrollo en Estados Unidos) está más emparentada con el funcionalismo, estudia al signo como proceso, sin necesidad de que integre un sistema. Ahí radica una diferencia con la semiología que estudia sistemas de signos. Otra diferenciación bien podría ser la que se realiza en textos doctos pues se habla de semiología refiriéndose a los estudios de la semiología interpretativa con Charles Sanders Peirce o Umberto Eco; y de semiótica relacionándose con la semiótica estructural o generativa de Algirdas Julien Greimas, «escuela de París», que tiene sus raíces en la lingüística y la antropología. Esto bien podría reducirse a la etimología de ambos vocablos, tomándose la semiología (sêmeion [signo] y logos [estudio]) como el estudio de los signos; y la semiótica (-tikos [relativo a]) como lo relativo a los signos; o algo más plausible como lo explica el Profesor Vicente Masip asociando la semiología (ciencia que estudia todos los modos de comunicación en el seno de la vida social) con las señales (convenciones en sistemas abiertos), y la semiótica (área de la semiología de la comunicación entre sistemas cerrados) con los signos (convenciones en sistemas cerrados). Función de la semiología Semiología es la ciencia que estudia sistemas de signos: códigos, lenguas, señales, entre otras. Esta definición abarca todos los sistemas de signos: las lenguas de signos de los sordos, las señales de tráfico, los códigos, el alfabeto Morse, etc. El lenguaje se exceptúa de esta definición debido a su carácter especial, y por ello la semiología puede definirse como “el estudio de los sistemas de signos no lingüísticos”. El estudio de los signos es indispensable para nuestra comunicación, para nuestra necesidad de expresión e interpretación de los complejos mensajes de nuestro entorno. Vivimos en un mundo de signos, por ello la Semiología es fundamental para establecer la diferencia entre términos que se usan indistintamente como signo, índice, icono, símbolo, señal. Cuando una persona desea comunicarse utiliza alguna forma para poder expresarse, tomando como referencia la forma de expresión entendible por los demás tal como: hacer gestos, escribir, hablar, dibujar, etcétera, por lo tanto, el signo, gesto, expresión, que quiera transmitir se le llama referente, mientras que la interpretación de quien recibe el mensaje es denominada representación. La semiología médica, por el contrario, estudia y clasifica una tipología de síntomas que ayuda a determinar qué enfermedad se padece. La semiótica de Charles Peirce o semiótica peirciana tiene como propósito elaborar una teoría general de los signos que los clasifique e identifique. Por último, y para evitar tanta confusión terminológica, en 1969 la Asociación Internacional de Semiología, reunida en Venezuela, acordó englobar todas en la denominación semiótica. Así, confundir semiología con semiótica es tan errado como confundir símbolo con icono.
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Pietro Citati: “Umberto Eco no era un buen escritor” Daniel Verdú 31 ene 2018 Pietro Citati (Florencia, 1930-Roccamare, 28 de julio de 2022)1 fue un escritor y crítico literario italiano. Siempre hay un punto de inflexión. El de Pietro Citati, el gran biógrafo y crítico literario italiano, sucedió con la lectura de Proust a los 14 años. Lo llegó a leer tantas veces, a tomar tantos apuntes y a escribir sobre él que con el tiempo ha desarrollado una cierta melancolía, como si lo hubiese conocido realmente. Una sensación extraña y recurrente para un hombre que ha dedicado toda su vida a escribir sobre la biografía y los textos de otros: Tolstói, Kafka, Katherine Mansfield, Alejandro Magno o Jesús. Hoy Citati tiene 88 años y un espíritu crítico implacable con sus contemporáneos y con los autores que desprecia intelectualmente. Ensayista y crítico de cabecera del periódico La Repubblica, amigo íntimo de Calvino, Pasolini o Gadda, no recuerda ni un solo escritor joven que le haya interesado. Sentado en el salón de su apartamento de Prati, señala uno a uno sobre la mesa los libros que ha ido publicando. Un ejemplar cada dos años, ese es el ritmo autoimpuesto. El último en traducirse en España ha sido La muerte de la mariposa (Gatopardo Ediciones), una detallada reconstrucción de la relación entre Francis Scott Fitzgerald y su esposa, Zelda, mezclada con un análisis delicado de su obra. PREGUNTA. Usted cuenta que Fitzgerald creía en la música de las cosas perdidas. ¿A qué se refiere? RESPUESTA. Para la mayoría de la gente, las cosas se pierden sin remedio. Pero para él, dejaban una música. Y lo esencial en un escritor es encontrar esa música de las cosas perdidas, no las cosas en sí mismas. Es muy distinto. P. Este libro está basado en las cartas. Pero es difícil aportar elementos nuevos a historias tan conocidas. ¿Las nuevas tecnologías le ayudan en ese proceso de búsqueda? R. ¿Nuevas tecnologías? No, yo leo, leo y leo. Textos, libros sobre los textos, tomo apuntes y los vuelvo a leer, los ordeno y entonces escribo. Y ¿sabe qué?, luego vuelvo a releer lo que he escrito y corrijo. Ese es mi método, el mismo que hace 40 años utilicé para escribir mi primer libro sobre Goethe. P. Y ¿dónde termina el libro leído y empieza el escrito? R. Es difícil decirlo. Con el libro de Proust tomé 1.000 páginas de apuntes, no paro de escribir, hago apuntes de los apuntes, los releo y hago el libro. Pero es complicado establecer ese límite. P. Usted es una referencia en Italia. ¿Cuál es el papel de la crítica literaria hoy? R. Tiene dos posibles funciones. El de la crítica que reseña los libros que salen, las novedades… Y eso son artículos que no se guardarán y se tiran a la basura. O bien piezas que buscan ir más allá, como intento hacer, y se convierten en libros. P. ¿Las novedades literarias no le interesan? R. No son nada del otro mundo. ¿Qué libros buenos nuevos han salido? Dígame algo interesante en todo el mundo en los últimos años… P. Eso le pregunto yo, que usted es el crítico. R. Pues no lo sé. Hummm… [piensa 10 segundos]. Ahora estoy haciendo un artículo sobre Philip Roth, el americano, ¿eh? Y está bastante bien. Pero Joseph Roth, el austriaco, es mucho mejor. Y en Italia… Boh… Nada. P. ¿Ninguno? Un autor como Umberto Eco… R. Eco no era un buen escritor. Tuvo mucho éxito con El nombre de la rosa en todo el mundo, pero no es bueno. De hecho, ninguno de sus libros lo es. Él era un ensayista inteligente, pero como escritor, no… El nombre de la rosa era un libro malo, nunca conseguí terminarlo. No pude pasar de la página 70. P. ¿Por qué cree que no se hace nada interesante actualmente? R. La literatura es una cosa extraña, es un cuerpo que de repente entra en reposo 30 años y después se reactiva. Tengamos en cuenta que a finales del siglo XIX, y en la primera mitad del XX, tuvimos una literatura enorme. En Francia, en Alemania, en EE UU… Hoy hay alguna cosa, como John Banville, que ha sacado un libro ahora. Pero tiene 70 años, no es nuevo. Yo no conozco ninguno joven. P. Supongo que tiene que ver también con el nivel de lectura de la gente. R. Sí, pero la gente lee. Aquí y en España, ni aumenta ni disminuye. Los libros siempre se han vendido mal. P. Imagino que los premios literarios tampoco le parecerán de gran ayuda, ¿no? R. Los premios son una estupidez. No han hecho nada por la literatura. Aquí el más conocido es el Strega, que no sirve para nada. Quizá para vender algún libro más. Pero ya. P. Siempre hay cánones, grandes listas… ¿Ha tenido alguna relación con Harold Bloom? R. No me gusta. No me parece bueno… Es muy conocido, desde luego, y he leído algunas cosas, como lo que escribió sobre Melville. Pero no me parece bueno. Está muy considerado, pero eso no quiere decir nada. Es pomposo y vacuo. P. Vaya… Y en todos estos años, ¿cuál ha sido el mejor escritor que ha conocido? R. [Carlo Emilio] Gadda ha sido el más grande del siglo, el más grande. No hay ninguno con esa inteligencia y profundidad intelectual, capaz de representar la realidad como él. Era muy amigo suyo, lo veía muy frecuentemente. Me llamaba cada día, siempre a la hora de comer, a la una en punto. Me pillaba comiendo y siempre se me enfriaba el bistec, pero nunca se lo dije. El zafarrancho aquel de Vía Merulana y El aprendizaje del dolor son los dos libros de prosa italiana más bellos del siglo. P. Entre su círculo de amistades también estaba Pier Paolo Pasolini. R. Sí, le conocí perfectamente, pero como escritor era mucho menor a Gadda, claro. Lo mejor de Pasolini son las poesías que hacía de joven, mucho menos conocidas. L’usignolo della Chiesa cattolica es estupendo. Pero las novelas son malas. P. ¿Cómo era? R. Fuimos muy amigos. Nos veíamos mucho, pero luego la cosa fue terrible. Era un homosexual de tomo y lomo que iba a cenar y todas las noches a las diez en punto se levantaba, se subía al coche e iba a reclutar chavales a la estación de Termini. Luego se los llevaba, se dejaba pegar, tenía relaciones con ellos y, en fin, un día lo mataron. P. Esa historia no está muy clara, ¿no? R. No fue ningún complot, venga ya. Lo mató uno de esos chicos. |
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy |
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy |
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