Henry Every, el capitán que consiguió el mayor botín de la historia de la piratería.
La piratería clásica mantiene todavía ese aura de romanticismo y aventura desenfadada que adquirió fundamentalmente en el siglo XIX. Pero aunque a los ojos de un espectador pueda resultar atractiva y fascinante, para quienes la sufrían no lo era en absoluto porque solía costarles la pérdida de sus bienes, cuando no sus propias vidas.
Lo curioso es que tampoco resultaba tan provechosa para los piratas mismos, pues la gran mayoría acabaron colgados de una soga o fallecieron en circunstancias relacionadas con su oficio, ya fuera caídos en batalla, ya ahogados en medio de una tempestad. Pocos pudieron retirarse a disfrutar de su botín y, junto con Henry Morgan, que logró ser nombrado caballero y gobernador de Jamaica, el caso más célebre fue el de Henry Every. Es difícil saber con certeza cuál era su verdadero nombre, debido a que usó varios alias a lo largo de su carrera. Unos variaban el apellido a Avery o Evory, mientras que otros cambiaban el Henry por John o Jack e incluso consta que utilizó uno completamente diferente como Benjamin Bridgeman, origen del apodo que le daban sus propios hombres: Long Ben (Ben el Largo). A eso hay que sumar los motes populares con que se referían a él sus contemporáneos: The Arch Pirate y The King of Pirates (El Archipirata y El Rey de los Piratas). No está mal, teniendo en cuenta que apenas dedicó un par de años al oficio.
Por los archivos parroquiales de Newton Ferrers (Devon, Inglaterra), donde consta el registro de quienes podrían ser sus presuntos padres, se supone que nació en 1659. Se han sugerido otras alternativas al lugar, pero son todas tardías y a menudo basadas en la novela El Rey de los Piratas, de Daniel Defoe (el autor de Robinson Crusoe, quien también le hizo aparecer en La vida del capitán Singleton), por lo que no suelen considerarse válidas. El caso es que Newton Ferrers era -y sigue siendo- un pequeño pueblo pesquero muy cercano a Plymouth, uno de los principales puertos ingleses y, por tanto, todo un condicionante para la vocación marinera de sus habitantes.
Y, en efecto, Every inició su relación con el mar en las filas de la Royal Navy. Aunque la leyenda cuenta que participó en el bombardeo de Argel en 1671, entre otras andanzas, la primera acción documentada corresponde a 1689, en aquella Guerra de los Nueve Años que enfrentó a toda Europa con la gran potencia del momento, la Francia de Luis XIV. Lo hizo como guardiamarina a bordo del HMS Rupert, un navío de línea de sesenta y cuatro cañones mandado por Sir Francis Wheeler. Los informes conservados sobre Every son positivos en todos los aspectos y su papel en la captura de un convoy enemigo le hizo ganarse el ascenso a suboficial.
Al año siguiente siguió a su capitán a otro buque mayor, el HMS Albemarle, de noventa cañones, con el que al poco participó en el desastre naval de Beachy Head (o Bévéziers, para el adversario), donde la armada francesa hundió una docena de naves de la alianza anglo-holandesa sin perder ni uno. Ese mismo verano, Every abandonó el servicio de Su Graciosa Majestad para iniciarse en la empresa privada con un lucrativo negocio: el tráfico de esclavos.
El monopolio de ese feo negocio lo tenía la Royal African Company, una compañía inglesa fundada por los Estuardo en 1660 que, tras un período de decadencia, había resurgido bajo la dirección del duque de York antes de que éste se convirtiera en el rey Jacobo II. Por tanto, toda actividad negrera al margen era ilegal y así fue cómo Every se puso al otro lado de la ley.
Pese a que la mismísima Royal Navy se ocupaba de proteger los intereses de la compañía, los enormes beneficios que producía la trata hacían que mereciera la pena arriesgarse y, según un testimonio documentado por Thomas Phillips, capitán del HMS Hannibal y encargado de patrullar el litoral atlántico de África, Every trabajó trasladando esclavos desde la costa de Guinea hasta las Bahamas para el gobernador Cadwallader Jones. No se sabe mucho más de esa etapa de su vida, que terminó en 1693 cuando se presentó una nueva oportunidad para muchos marinos en el contexto de la todavía vigente Guerra de los Nueve Años (que no terminaría hasta 1697).
Ese año, Sir James Houblon, un importante comerciante, concejal de Londres y director del Banco de Inglaterra (fundado recientemente por un notable vinculado a la piratería, William Paterson), reunió a varios inversores para intentar revitalizar la economía mediante lo que se bautizó como Spanish Expedition Shipping. Se trataba de una expedición encargada por Carlos II de España para atacar las posesiones francesas en el Caribe, además de llevar mercancías y armas a las tropas españolas destinadas allí y rescatar tesoros de los galeones hundidos.
Constaría de cuatro barcos de guerra: un pingue (tipo de nave pequeña, similar al cúter), de nombre The Seventh Son, más dos fragatas llamadas James y Dove (en la que el segundo era William Dampier, posteriormente famoso por ser el primer inglés que pisó Australia y dio la vuelta al mundo tres veces), a las que la Armada Española aportó otra, la Carlos II.
La escuadra estaría al mando de Don Arturo O’Byrne, un caballero irlandés que había servido a las órdenes de la Corona hispana. El sueldo no sólo era bueno sino que se garantizaba su pago cada seis meses, con el primero por adelantado, así que Every se alistó y, puesto que tenía experiencia, le nombraron oficial. Pero nada salió bien. El capitán del barco almirante murió antes de zarpar, el viaje a la primera etapa en La Coruña se demoró cinco meses por razones burocráticas y, una vez en el puerto gallego, pasaron otros tantos por idéntica causa, con lo que los marineros no tenían dinero para vivir y empezó a correr entre ellos el rumor de que habían sido vendidos como esclavos a los españoles.
Todo ello creó tal malestar que, cuando por fin llegó el momento de partir, exigieron cobrar antes. Para evitar deserciones, se les denegó y empezó a planearse un motín en el que Every, por su veteranía, fue uno de los organizadores. El 7 de mayo de 1694, en efecto, la tripulación del James se apoderó del Carlos II y antes de que nadie pudiera evitarlo escapó a mar abierto, permitiendo marchar en un bote a quienes no quisieran sumarse (excepto al cirujano, profesional siempre necesario a bordo).
Cambiaron el nombre del barco por el de Fancy (Lujoso) y, asumiendo su nueva condición al margen de la ley, pusieron rumbo al Océano Índico porque habóa cirrido la noticia de que el año anterior el pirata Thomas Tew había conseguido un fabuloso botín en el Mar Rojo.
Por el camino, empezaron a asaltar barcos. Su primera presa fue a la altura de Cabo Verde: tres mercantes británicos que iban a Barbados con suministros; varios de sus marineros, por cierto, se les unieron, sumando así un total de noventa y cuatro hombres. Luego capturaron esclavos, pero al llegar a Bioko el peso les hizo escorar, por lo que Every ordenó reducir el número de cubiertas para mejorar la velocidad. De hecho, el Fancy pasó a ser muy rápido, lo que le facilitó nuevas presas en los meses siguientes y doblar el Cabo de Buena Esperanza sin mayores problemas para fondear en Madagascar primero e Islas Comores después.
Fue en ese archipiélago donde, presuntamente, Every escribió una carta con todos los navegantes ingleses como destinatarios. En ella, mentía al asegurar que nunca había atacado barcos de esa nacionalidad y les sugería enarbolar una señal si se encontraban para poder seguir igual en el futuro, dado que sus piratas seguramente no serían tan benignos.
Se supone que en realidad quería evitar problemas con la Compañía Británica de las Indias Orientales, cuya flota podía suponer un peligro por su potencial; pero, en cualquier caso, no logró su objetivo y fue considerado un proscrito. Máxime teniendo en cuenta que, mientras, nuevos asaltos incrementaron aún más sus efectivos a centenar y medio de hombres.
Sin embargo, el gran golpe no se lo iba a dar a intereses europeos sino asiáticos. Sabía que cada año pasaba por aquella zona una flota procedente de la India transportando musulmanes a La Meca y que se trataba de peregrinos acaudalados, así que resolvió esperarla aliado con otros cinco piratas que actuaban por aquellos contornos: el mencionado Tew, Joseph Faro, Richard Want, William Mayes y Thomas Wake, sumando en total casi medio millar de piratas. Era necesaria una fuerza contundente porque la flota india se componía de veinticinco naves y contaba entre ellas con el poderoso Ganj-i-Sawai y el Fateh Muhammed, dhows grandes y artillados pertenecientes a la armada del Imperio Mogol.
El asalto se produjo ese verano y para ello se utilizaron sólo la mitad de los barcos (el Fancy, el Pearl y el Portsmouth Adventure), pues los otros (Amity y Susanna) resultaron ser demasiado lentos -de hecho, llegarían con la batalla ya empezada- y uno (Dolphin) fue abandonado, repartiéndose su tripulación entre los restantes.
El Fateh Muhammed cayó con facilidad, proporcionando un rico botín, entre otras cosas porque a bordo viajaba el comerciante Abdul Ghaffar, acaudalado propietario de docenas de naves mercantes. Según se estima, los asaltantes obtuvieron cantidad suficiente como para comprar cincuenta veces el Fancy. La única pega fue que Tew murió en acción.
A continuación salieron en persecución del Ganj-i-Sawai, que a veces figura en las crónicas con el nombre Gunsway. Era un rival temible, con ochenta cañones y cuatrocientos mosqueteros para defender a otros tantos pasajeros. Una andanada afortunada lo desarboló, inmovilizándolo; pero el intento de abordarlo de los piratas fracasó, al ser rechazados por el fuego de mosquetería. No obstante, volvieron a tener suerte: un cañón explotó y se declaró un incendio en cubierta que sembró el caos, animando a un nuevo intento de abordaje. La lucha duró tres horas, al término de las cuales Every se erigió triunfador.
Los marineros y pasajeros musulmanes, entre los que había mujeres (incluyendo una posible nieta del emperador Aurangzeb), sufrieron torturas durante varios días para que revelaran donde escondían sus riquezas. Muchos hasta se quitaron la vida para evitarse aquellas penalidades y el relato de los hechos, que llegó a todo el mundo, horrorizó a la gente, originando incluso sentimientos de culpa postreros en alguno de los responsables. Ahora bien, de momento veían las cosas de otra manera: el tesoro obtenido (medio millón de monedas de oro, piedras preciosas, telas…) superó al del Fateh Muhammed y en conjunto es considerado por algunos estudios como el más rico de la historia de la piratería.
Se repartió de forma proporcional a la participación en el asalto, lo que no evitó disconformidades. Por ello, los marineros franceses y holandeses decidieron abandonar el Fancy en Isla Reunión, mientras los demás ponían proa a Nassau tras cargar un centenar de esclavos. Durante una escala en Isla Ascensión, varios marineros optaron también por jubilarse y disfrutar de lo ganado.
El robo puso en un brete a la Compañía Británica de las Indias Orientales, que pasaba un momento delicado desde su derrota en la llamada Guerra del Niño contra los mogoles (1686-1690). La contienda se había terminado con un acuerdo de indemnización británico al emperador y, evidentemente, el asalto a su flota lo estropeaba todo, especialmente después de que los supervivientes llegaran a la India contando las atrocidades sufridas.
Es más, Aurangzeb recluyó a cuanto inglés vivía allí, expropió las propiedades de la compañía y bombardeó Bombay, ciudad en manos británicas por entonces. Fue necesario apaciguarlo incrementando el dinero prometido y declarando a los piratas Hostis humani generis (Enemigos de la raza humana), con la promesa de perseguirlos allá donde estuvieran. Se ofreció una recompensa por la cabeza de Every o información sobre su paradero y se emitieron indultos para quienes lo traicionasen.
El problema estaba en que el Fancy había llegado ya a las Bahamas, fuera de la jurisdicción de la compañía, y ancló en el puerto de Nassau, capital de la isla de New Providence. Para ello, Every sobornó al gobernador, Sir Nichollas Trott, regalándole el barco y una sustanciosa suma, aunque él ya era proclive a aceptar su presencia porque había muy pocos habitantes (menos que piratas) y los cuarenta cañones del buque servirían de disuasión a un posible intento de conquista francés. Trott hizo la vista gorda ante el cargamento que llevaban (marfil, pólvora, municiones), que les identificaba como fuera de la ley -y eso sin contar los esclavos-, por lo que la tripulación pudo establecerse en la isla sin problemas, como unos vecinos más. El Fancy se hundió tan misteriosa como oportunamente, con lo que desapareció una prueba importante. Pero ello no impidió que llegara una orden de detención contra los piratas que el gobernador no podía ignorar. Lo que sí hizo fue advertirles para que huyeran antes de la llegada de las autoridades. Gracias a ello, únicamente veinticuatro fueron apresados, de los que cinco acabaron en la horca en Inglaterra, aunque no exactamente por piratería sino por amotinarse y robar la fragata Carlos II. La mayoría se fueron a las colonias de Norteamérica o volvieron a Gran Bretaña, aunque en ocasiones, al desembarcar con sus riquezas, levantaron sospechas y se vieron obligados a escapar otra vez. Algunos llegaron a Bristol, donde al intentar vender las gemas que llevaban consigo les estafaron y quedaron en la pobreza. |
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