1.-Bellezas

1.-Bellezas
Uniformes escolares.

lunes, 2 de noviembre de 2020

viii.-Colección de Libros Gredos II.


anllela hormazabal moya

Introducción 


Editorial Gredos es una editorial española de carácter privado  fundada en 1944 por los académicos españoles don Valentín García Yebra, Hipólito Escolar Sobrino, Julio Calonge y José Oliveira, dedicándose a la publicación de libros especialmente relacionados con la filología hispánica y el mundo grecolatino. 
 Cuenta con un fondo editorial de gran prestigio, un catálogo de obras académicas y de referencia que suma aproximadamente 1.400 títulos. Su director es José Manuel Martos Carrasco.
Destaca asimismo por editar las obras de Joan Coromines, el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico o Diccionario de uso del español de María Moliner.


LA BIBLIOTECA DE ROMA Y GRECIA.

La Biblioteca Clásica Gredos es una colección de la editorial española Gredos compuesta por obras de la cultura clásica grecorromana. Inaugurada en 1977, la edición se caracteriza por estar impresa en cartoné, con similpiel de color azul oscuro y letras capitales doradas. Se estima que, cuando se alcancen los cuatrocientos veinte títulos, contendrá la totalidad de la obra conocida de los clásicos grecolatinos.
Las traducciones al español, basadas en las ediciones críticas más acreditadas de los originales, van acompañadas de introducciones, notas explicativas e índices. El proceso de edición incluye siempre la presencia de un revisor que, tras el trabajo de los especialistas correspondientes, sugiere posibles retoques. La colección está coordinada y dirigida por Carlos García Gual (para la sección griega) y José Javier Iso y José Luis Moralejo (para la sección latina). En la traducción y edición de los volúmenes han participado algunos especialistas de la filología clásica de España.
La característica fundamental de esta colección radica en su carácter exhaustivo, pues junto a los grandes autores ya conocidos, incorpora a autores menores, obras de carácter más científico que literario, textos extraídos de fuentes marginales, como papiros o inscripciones murales, e incluso fragmentos.
En 2000, la colección se reeditó en una edición especial para su venta en puestos de prensa tras firmarse un acuerdo entre RBA y Gredos (que, finalmente, sería adquirida por aquella).
Ejemplar de colección
anllela hormazabal moya

Nº LIBRO TITULO AUTOR


1)- Ilíada : Homero
2).- Odisea:  Homero
3).- Obras y fragmentos: Teogonía. Trabajos y días. Escudo. Fragmentos. Certamen: Hesiodo
4).- Tragedias: Los persas. Prometeo encadenado. Los siete contra Tebas. Agamenón. Coéforas. Euménides: Esquilo
5).- Tragedias: Áyax. Edipo rey. Edipo en Colono. Antígona. Electra: Sófocles
6)- Tragedias vol. I: Alcestis. Medea. Los heráclidas. Hipólito. Andrómaca. Hécuba: Eurípides
7).- Tragedias vol. II: Suplicantes. Heracles. Las troyanas. Electra. Ifigenia entre los Tauros: Eurípides
8).- Tragedias vol. III: Fenicias. Orestes. Ifigenia en Áulide. Bacantes: Eurípides
9).- Fábulas. Vida de Esopo: Esopo
10).- Historia. Libros I-II: Heródoto
11).- Historia. Libros III-IV: Heródoto
12).- Historia. Libros V-VI: Heródoto
13).- Historia. Libro VII: Heródoto
14).- Historia. Libros VIII-IX :Heródoto
15).- Historia de la guerra del Peloponeso: Libros I-II: Tucídices
16).- Historia de la guerra del Peloponeso: Libros III-IV:Tucídices
17).- Historia de la guerra del Peloponeso: Libros V-VI :Tucídices
18).- Historia de la guerra del Peloponeso: Libros VII-VIII: Tucídices
19).- Tratados hipocráticos (selección; PASA, Juramento hipocrático, Tratados médicos): Hipócrates
20).- Comedias. Los acarnienses. Los caballeros: Aristófanes
21).- Helénicas: Jenofonte
22).- Anábasis: Jenofonte
23).- Ciropedia: Platón
24).- Diálogos vol. I: Apología. Critón. Eutifrón. Ion. Lisis. Cármides. Hipias menor. Hipias mayor. Laques. Protágoras: Platón
25).- Diálogos vol. II: Gorgias. Menéxeno. Eutidemo. Menón. Crátilo:Platón
26).- Diálogos vol. III: Fedón. Banquete. Fedro: Platón
27).- Diálogos vol. IV: República: Platón
28).- Diálogos vol. V: Parménides. Teeteto. Sofista. Político: Platón
29).- Diálogos vol. VI: Filebo. Timeo. Critias: Platon.
30).-Dialogo vol. VII: Platon.
31).-Dialogo vol. VIII: Platon.
32).- Política: Aristóteles
33).- Retórica: Aristóteles
34).- Ética nicomáquea: Aristóteles
35).- Metafísica: Aristóteles
36).- Acerca del alma : Aristóteles
37).- Discursos políticos y privados (selección): Demóstenes
38).- Comedias: Menandro
39).-Los caracteres (Con texto de Alcifrón, Cartas de pescadores, campesinos, parásitos y cortesanas) : Teofrasto.
40).- Argonáuticas: Apolonio de Roda
41).- Elementos (selección): Euclides
42).- Comedias vol. I: Anfitrión. La comedia de los asnos. La comedia de la olla. Las dos báquides. Los cautivos:  Cásina Plauto
43).- Comedias vol. II: La comedia de la Arquilla. Gorgojo. Edípico. Los dos menecmos. El mercader. El militar fanfarrón, etc.: Plauto
44).- Historias: Libros I-VI: Polibio
45).- Historias: Libros V-XV: Polibio
46).- Historias: Libros XVI-XXXIX: Polibio
47).- Sobre la República: Cicerón
48).- Discursos I: Verrinas 1º: Cicerón
49).- Discursos II: Verrinas 2º: Cicerón
50).- Discursos (selección vols. III, IV y V): Cicerón
51).- De la naturaleza de los dioses: Cicerón
52).- Guerra de las Galias: Julio César
53).- Guerra civil: Julio César
54).- Conjuración de Catilina. Guerra de Jugurta:  Salustio
55).- Poemas/Elegías: Catulo/Tíbulo
56).- Bucólicas. Geórgicas : Virgilio
57).- Eneida: Virgilio
58).- Geografía: Estrabón
59).- Historia de Roma desde su fundación: Libros I-III: Tio Livio
60).- Historia de Roma desde su fundación: Libros IV-VII: Tio Livio
61).- Historia de Roma desde su fundación: Libros VIII-X: Tio Livio
62).- Historia de Roma desde su fundación: Libros XXI-XXV: Tio Livio
63).- Historia de Roma desde su fundación: Libros XXVI-XXX:Tio Livio
64).- Historia de Roma desde su fundación: Libros XXXI-XXXV:Tio Livio
65).- Historia de Roma desde su fundación: Libros XXXVI-XL :Tio Livio
66).- Historia de Roma desde su fundación: Libros XLI-XLV: Tio Livio
67).- Elegías: Propercio
68).- Amores. Arte de amar: Ovidio
69).- Tristes. Pónticas: Ovidio
70).- Fastos: Ovidio
71).- Carta de las heroínas Ibis:  Ovidio
72).- Epístolas morales a Lucilio I (Libros I-IX, Epístolas 1-80):Séneca
73).- Epístolas morales a Lucilio II (Libros X-XX y XII, Epístolas 81-125): Séneca
74).- Tragedias, I Séneca
75).- Tragedias, II Séneca
76).- Consolaciones. Apocolocintosis Séneca
77).- Diálogos: Séneca
78).- El satiricón: Petronio
79).- Historia natural (selección) : Plinio el Viejo.
80).- La guerra de los judíos, I-III: Flavio Josefo.
81).- La guerra de los judíos, IV-VII : Flavio Josefo.
82).- Autobiografía. Contra Apión: Flavio Josefo.
83).- Farsalia: Lucano
84).- Epigramas I :Marcial
85).- Epigramas II: Marcial
86).- Vidas paralelas I: Teseo-Rómulo. Licurgo-Numa : Plutarco
87).- Vidas paralelas II: Solón-Publícola. Temístocles-Camilo. Pericles-Fabio: Plutarco
88).- Obras morales I : Plutarco
89).- Obras morales II: Plutarco
90).- Historia de Alejandro Magno: Quinto Curcio
91).- Anales: Libros I-VI: Tácito
92).- Anales: Libros XI-XVI :Tácito
93).- Agrícola. Germania. Diálogo sobre los oradores : Tácito
94).- Sátiras:  Juvenal/Persio
95).- Vida de los doce césares: Libros I-III : Seutonio
96).- Vida de los doce césares: Libros IV-VIII: Seutonio
97).- Anábasis de Alejandro Magno, I-III: Arriano
98).- Anábasis de Alejandro Magno, IV-VIII (India): Arriano
99).- Disertaciones por Arriano:  Epicteto (I-II, G)
100).- Meditaciones: Marco Aurelio
101).- El asno de oro: Apuleyo
102).- Apología: Flórida Apuleyo
103).- Himnos homéricos. La batracomiomaquia Himnos: Homéricos
104).- Lírica griega arcaica (700-300 a. C.) Lírica griega arcaica
105).- Odas y fragmentos Baquílides (VI-V a.C.)
106).-Tratados de lógica: Aristoteles
107).-Safo-Poetas Arcaicos.
108).-Discurso I: Demostetes
109).-Discurso II: Demostetes.
110).-Comedias I: Tenencio
111).-Comedias II: Tenencio
112).-Discursos: Iseo
113).-Discurso: Isocrates
114).- Discursos I Lisías (V-IV a.C.)
115).- Discursos  II Lisías (V-IV a.C.)
116).-Comedia I: Aristofanes
117).-Comedia II: Aristofanes
118).-Comedia III: Aristofanes
119).-Recuerdo de socrates: Jerofonte
120).-Comedias: Menandro
121).-Obras Filosófica: ciceron
122).-Sobre El orador: Ciceron
123).-Sofistas
Obras
124).-Obras filosóficas II Diputaciones Tusculanas Cicerón
125).-Euclides Elementos II
126).-Historia Antigua de Roma Dionisio de H.
libros
anllela hormazabal moya


Nota histórica  11/06/2014

Gredos, siete décadas de resistencia.

La editorial de la cabra hispánica cumple años -y con relativa buena salud- en medio de una de las peores crisis que han sufrido las humanidades, relegadas por completo de un sistema que no entiende para qué sirve leer a los antiguos.

Setenta años han pasado ya desde que Hipólito Escolar, Valentín García Yebra y Julio Calonge, a quienes se sumaría poco después Manuel Oliveira, se juntaran para crear un proyecto loco: la editorial Gredos, que venía a paliar, con suma modestia, la exigua presencia de textos latinos y griegos en España. La Segunda Guerra Mundial y, aquí, la guerra civil, habían convertido nuestro país en poco menos que un páramo y la adquisición de Clásicos Anotados y Bilingües era una tarea imposible.
 En este contexto, explica Carlos García Gual, creador y director en 1977 de la histórica Biblioteca Clásica de Gredos, la editorial "nació con una voluntad didáctica: editaba algunos textos griegos y latinos para la enseñanza media, y, por otro lado, era fundamentalmente una editorial de importantes libros de Lingüística y de Crítica literaria". Pronto su ejemplo cundió y otras editoriales se lanzaron, a su rebufo, a la conquista de un terreno, el educativo, en el que entonces eran prescriptivos al menos siete años de estudio de latín.

Aquellos textos escolares financiaron, durante un tiempo, la actividad de la editorial, que no tardó en abordar proyectos más sólidos, de amplio recorrido, como la Biblioteca Hispánica de Filosofía, de Psicología y Psicoterapia, o la de Ciencias Económicas, y, por supuesto, la primera entre las importantes: la Biblioteca Románica Hispánica, fundada y dirigida por Dámaso Alonso y en la que, según recuerdan con orgullo desde la editorial, "no hay escuela o tendencia lingüística que no se halle debidamente representada".

 "La Biblioteca Románica fue -explica Manuel Martos, director, desde 2007, del sello de la cabra hispánica- una apuesta por la lingüística y los estudios literarios como disciplinas científicas, con la publicación de los diccionarios de María Moliner y Joan Coromines y el descubrimiento del Diccionario de autoridades"
Sin esas grandes obras de la lexicografía sería muy difícil entender hoy el legado de aquel proyecto que, definitivamente, puso a Gredos en el mapa.
 "Hablamos de una época en la que la Lingüística - tanto la Lingüística histórica como la estructural- tenía un enorme predicamento académico y una enorme influencia en otras áreas del saber", recuerda García Gual.
La BRH iba dirigida, por su nivel, a profesores, especialistas y bibliotecas universitarias, y se benefició enormemente de la relación de Dámaso Alonso con numerosos expertos del campo filológico, como Amado Alonso, Carlos Bousoño o Lázaro Carreter. Otro factor que fomentó el éxito de la biblioteca fue el auge del hispanismo en América, motivado, en aquel tiempo, por el trabajo de tantos profesores españoles que se instalaron allí por motivos políticos o por la ausencia de perspectivas ilusionantes en la universidad española.

Con altibajos y algún que otro fracaso comercial, como las colecciones de Filosofía y Economía, pero, en general, con un sólido avance propiciado por volúmenes como los antecitados, se llegó al siguiente gran hito de la editorial Gredos: la Biblioteca Clásica, de la que ya van 411 tomos que todos asociamos hoy con el azul oscuro de sus tapas.
 La Biblioteca sigue en marcha bajo los mismos criterios editoriales y, entre sus publicaciones más recientes, están las tanto tiempo esperadas Metamorfosis de Ovidio o el octavo tomo de los Discursos de Cicerón.

Fue García Gual quien convenció García Yebra y a Calonge para que abordaran aquel gran proyecto que pretendía "reproducir, en lengua castellana, todo el legado escrito del mundo clásico grecolatino". 
El catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense recuerda ahora que la BCG "significó una nueva apertura, una ambiciosa apuesta hacia la difusión en traducciones de todo el legado grecolatino, algo que ya Ortega y Gasset, muchos años antes, había considerado la gran tarea pendiente de nuestra cultura".

Para el prestigioso helenista, que asesora desde entonces la colección por la parte griega, "en España, el interés por los textos clásicos fue siempre reducido, y, desde el siglo XVII al XX, nuestro humanismo fue exiguo, en contraste con otros países de Europa"
Junto a García Gual, formaron parte de aquel proyecto José Javier Iso, José Luis Moralejo y Sebastián Mariner, este último hasta el momento de su fallecimiento.
A la vez que corrían malos tiempos para el humanismo, empezaron a aflorar especialistas y cultivadores de las lenguas griegas y latinas, lo cual hizo que el prestigio de la colección fuese en aumento.
 "Fue y es el proyecto más ambicioso, emblemático y perdurable de la editorial -sostiene Martos- y no tiene parangón en ninguna otra lengua, ni siquiera en inglés". 
La BCG siempre ha tenido un claro interés totalizador, una admirable pretensión de publicar tanto a autores mayores como menores. ¿Por qué? "Por la loable ambición de publicarlo todo".

Arrinconamiento de las humanidades

La editorial Gredos se ha tambaleado pero sin caerse, pues ha tenido que lidiar durante las últimas décadas con el progresivo decrecimiento del interés por las humanidades. Esto generó en la editorial una importante crisis económica que vino a solventar RBA con la compra del sello en 2006. Sin perder su identidad, Gredos ha lanzado últimamente importantes proyectos, como la Biblioteca de Grandes Pensadores, que reúne en 38 volúmenes las obras esenciales de los más importantes filósofos de Occidente desde el siglo IV a. C.; o, en el ámbito lexicográfico, la tercera edición del Diccionario de uso español o el Diccionario de sinónimos y antónimos.
Y sigue adelante, aunque la crisis tenga, según parece, difícil solución. Martos es claro al respecto
"Hay una frase famosa que dice que toda la historia de la filosofía es una nota a pie de página de Platón. Así es también con la historia de la literatura, que no es más que una nota a pie de página de los clásicos grecolatinos. Lo que prima cada vez más es el pensamiento mercantilista, es decir, la falta de pensamiento, a partir del error craso de que la cultura no crea riqueza". 
Eso se traslada a la educación, que ha visto, con el paso de los años, cómo las humanidades pasaban a ser optativas, y en algunos caso prácticamente inexistentes según en qué programa de estudios.

En el mismo sentido, opina García Gual que "leer a los antiguos no sirve para ganar más dinero, y la cultura no es rentable de modo pragmático".
 Así pues, a los educadores de empresarios de éxito les cuesta entender que estos autores "ofrecen una perspectiva amplia de la existencia humana, desarrollan el pensamiento crítico y el gusto por los valores como la comprensión, la mirada crítica, la imaginación, la memoria, etc., amplían el horizonte de la existencia, pero no ayudan a medrar ni -en el contexto actual- a conseguir poder".
Y concluye el profesor: 
"La estrechez mental, la vulgaridad, el populismo, ayudan a triunfar. El humanismo ayuda sólo a vivir de manera consciente y a salirse de un presente opresivo y ruidoso. Leer bien requiere tiempo y silencio, lujos raros para muchos".


La Editorial Gredos es una editorial española de carácter privado fundada en 1944 y desde 2006 perteneciente al Grupo RBA​ y con sede en Barcelona, dedicándose a la publicación de libros especialmente relacionados con la filosofía, lexicografía, filología hispánica y el mundo grecolatino.

Historia.

Fue fundada en Madrid en 1944 por Hipólito Escolar, Julio Calonge, Severiano Carmona y Valentín García Yebra con la proposición de remediar la falta de libros españoles científicos y de estudio. A todos ellos se uniría posteriormente José Oliveira Bugallo, aportando el necesario conocimiento del mercado editorial.
Gredos inició el despeje en su andadura editorial de la mano de los Clásicos Anotados y Bilingües, los cuales descubrirían un mercado nuevo: el de los textos escolares latinos y griegos. Los textos escolares permitieron a Gredos crear la Biblioteca Románica Hispánica, fundada y dirigida por Dámaso Alonso, en la que publicaron las mayores autoridades del campo filológico y los próceres de numerosas escuelas lingüísticas. La colección se completó y enriqueció con la aparición de dos cimas de la lexicografía, el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas y el Diccionario de uso del español de María Moliner.
Las colecciones de Filosofía y Economía, así como la Universitaria, no tuvieron especial fortuna; la de Grandes Manuales perduró durante unos años, en tanto que la Historia del Arte de Juan José Martín González y la Historia de la literatura de Juan Luis Alborg supusieron un gran éxito.
Carlos García Gual convenció a Calonge y García Yebra de crear la Biblioteca Clásica, un compendio de todo el legado clásico grecolatino. Sebastián Mariner se hizo cargo de la selección de las obras latinas, hasta que a su muerte le sucedieron José Javier Iso y José Luis Moralejo. El propio García Gual se ocupó de las griegas, que además de los grandes nombres de la Antigüedad incluían autores menores, piezas científicas y textos extraídos de fuentes marginales como papiros, inscripciones o fragmentos. Compuesta por versiones elaboradas ad hoc, a su finalización sumaron 415 volúmenes de una colección identificada por su cuero azul oscuro y el dibujo de la cabra hispánica, obra de García Yebra, en el lomo.
Sus últimas iniciativas fueron una línea de obras lexicográficas agrupadas bajo la marca María Moliner; la Biblioteca Básica, que ofrecía algunos títulos de la Clásica en formato más manejable y a menor precio; la Nueva Biblioteca Románica Hispánica, dirigida por Francisco Rico; la de Estudios Clásicos, que reúne monografías de los grandes clásicos; la de Grandes Obras de la Cultura occidental; y la Biblioteca de Grandes Pensadores, 38 volúmenes lujosamente encuadernados, que recogieron obras filosóficas desde el siglo IV a. C. hasta el presente.

Premios.

El Ministerio de Educación y Cultura le concedió el Premio Nacional a la mejor labor editorial cultural de 19964​ como reconocimiento expreso de su larga trayectoria, y la Sociedad Española de Estudios Clásicos le otorgó el Premio a la Promoción y Difusión de los Estudios Clásicos de 2006.

Colecciones.

Las colecciones vigentes en la actualidad son las siguientes:

  • Nueva Biblioteca Clásica Gredos
  • Textos Clásicos
  • Diccionarios
  • Manuales
  • Biblioteca Lope de Vega
  • Biografías de Grecia y Roma
  • Biblioteca de Estudios Clásicos
  • Clásicos de la Filosofía
  • Introducción a la Filosofía.

Antiguas colecciones:
  1. Biblioteca Clásica Gredos
  2. Biblioteca de Grandes Pensadores
  3. Escuela Lacaniana.

Bibliófilos. 

Mujeres en la Biblioteca Histórica: lectoras, coleccionistas de libros, bibliófilas.

MERCEDES CABELLO MARTÍN
12 de Marzo de 2010

La recuperación de las procedencias de los libros de la Biblioteca Histórica nos ofrece la oportunidad de reunir a una serie de mujeres lectoras, amantes de los libros, coleccionistas o bibliófilas. El número no es muy elevado: únicamente 33 referencias, lo que supone apenas un 2% del número total de antiguos poseedores reseñados en el catálogo de la Biblioteca de la Universidad Complutense. Sin embargo nos permite presentar a algunas mujeres que, a lo largo de la historia, han coleccionado libros o sencillamente los han leído. En este panorama aparecen reinas, damas pertenecientes a la nobleza, mujeres vinculadas a la vida monástica o religiosa, escritoras y también mujeres anónimas que han dejado su huella en los libros que han poseído.

A la cabeza de las lectoras y coleccionistas de libros del siglo XV se encuentra la reina Isabel la Católica, que reunió una colección privada de libros -diferente del fondo de la Corona- formada por obras procedentes de España, Italia, Flandes o Francia. El vínculo de la reina Isabel con nuestra Biblioteca Histórica fue establecido en 1505 por el rey Fernando, cuando vendió al Cardenal Cisneros nueve códices que habían pertenecido a su esposa y que se guardaban en el Alcázar de Segovia junto con sus objetos personales. Entre ellos se encuentran algunos de los más valiosos tesoros de la Universidad Complutense, como su códice más antiguo, De laudibus Crucis de Rábano Mauro, o los Libros del saber de astronomía del rey Alfonso X el Sabio.

Ya en el siglo XVIII otra reina Isabel -en este caso la reina consorte Isabel de Farnesio- reunió una biblioteca de más de ocho mil volúmenes para su uso privado.
 En palabras de Helena Santiago, era "una biblioteca para el ocio y el recreo, una biblioteca para una lectora curiosa por todas las cuestiones que puedan interesar a una persona inteligente y de mente abierta". 
La mayoría de los ejemplares se conservan actualmente en la Biblioteca Nacional, pero en la Biblioteca Histórica se han localizado 48 libros de esta procedencia, con su encuadernación característica de color avellana con los escudos acolados de Felipe V e Isabel de Farnesio. Se trata en su mayor parte de obras impresas en el siglo XVIII, todas ellas escritas en francés, entre las que podemos destacar Les vies des hommes illustres de la France, de Jean Du Castre d'Avigny.

El segundo grupo de mujeres cuyos libros se custodian en la Biblioteca Histórica es el de aquellas pertenecientes a la nobleza. Algunas tuvieron un papel histórico activo, participando en intrigas políticas, como es el caso de doña Leonor de Velasco, dama de la reina Mariana de Austria que incluso llegó a ser acusada de espionaje, o de María Fernanda Connock, Marquesa de Matallana, que estuvo implicada en la conspiración de Alejandro Malaspina contra Godoy. Como ejemplos de la nobleza europea tenemos a Anne van Keppel, condesa de Albemarle y a la escritora portuguesa Leonor de Almeida Portugal Lorena e Lencastre, marquesa de Alorna. Ninguna de ellas se puede considerar coleccionista en sentido estricto, puesto que su legado consistió en uno o dos libros, en algún caso regalo del autor a la dama en cuestión.

Sí entra, por el contrario, dentro de la categoría de amante de los libros Maria Petronila Niño Enríquez de Guzman, condesa de Villaumbrosa, aunque en esta ocasión se trata de lo que podríamos llamar una bibliófila consorte. Su marido, Pedro Nuñez de Guzmán, reunió una rica biblioteca que, tras su muerte, pasó a manos de su esposa. La nota manuscrita que aparece en los libros indica de manera fehaciente que la condesa los apreciaba y leía "desde la primera hasta la última página" (afirmación que establecía, como conocedora de ella, en impecable lengua latina). En nuestra Biblioteca Histórica se conserva su ejemplar de la Nueua filosofia de la naturaleza del hombre compuesta por Oliva Sambuco e impresa en Madrid en 1588, en el que consta la nota de procedencia anteriormente citada: 
«Ego Maria Petronila Niño Enrriquez de Guzman Comitissa Ville Umbrose hunc legi librum à prima usque ad ultimam paginam».

Una de las coleccionistas mejor estudiadas -está escribiéndose actualmente una tesis doctoral sobre este personaje- ha sido la Condesa de Campo Alange. En realidad no se trata de una condesa sino de dos. La primera de ellas, Agustina de la Torre, fue una mujer ilustrada, contemporánea del rey Carlos III, que reunió una biblioteca de unos 1660 volúmenes. Se puede considerar como la primera bibliófila de una familia que se destacó por el amor a los libros a lo largo de su historia. Su colección pudo mantenerse completa debido a una disposición testamentaria que impidió que la biblioteca pudiera fragmentarse y repartirse entre los herederos.

Ya en el siglo XIX, otra condesa de Campo Alange, María Manuela de Negrete y Cepeda, continuó con la afición a los libros de su antecesora. Tuvo un extraordinario papel en la vida cultural y social madrileña, y su biblioteca llegó a ser una de las más notables de la época. Fueron sus herederos quienes vendieron la colección al Estado en 1891, conjunto que en la actualidad se conserva en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense (en su mayor parte) y en la Biblioteca Nacional.

Un tercer grupo lectoras que han dejado su huella en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense estaría formado por aquellas mujeres relacionadas con la vida religiosa, como las monjas Sor Josefa de San Joaquín o Sor María Manuela, del convento de San Bernardo de Alcalá. Un caso especial lo constituye doña Juana de Artajos y Monserrate, madre del jesuita Marcos López, de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de Madrid. Donó quince libros a la librería de esta misma Casa Profesa, en su mayor parte libros de carácter religioso, filosófico y moral, aunque también llaman la atención algunas ediciones de clásicos latinos.   
Como colofón, no podemos olvidar al resto de las mujeres, de diversas nacionalidades y pertenecientes a muy distintas épocas, cuyo nombre se puede recuperar en las páginas de sus libros: María Tomasa Angulo y Espinosa, de quien sabemos que, allá por el siglo XVIII, se hizo cargo de una ganadería de toros bravos, Ana de Carvajal, Cecilia Erencia y Rubio, Laurencia de Zorita... Sus ex libris, notas manuscritas, firmas, sellos... dan testimonio silencioso de su actividad intelectual y las ponen en contacto con nosotros, lectores e investigadores de hoy.

Bibliografía:

Sánchez Mariana, Manuel. Bibliófilos españoles : desde sus orígenes hasta los albores del siglo XX. Madrid : Biblioteca Nacional, 1993
Sánchez Mariana, Manuel. "Manuscritos que pertenecieron a Isabel la Católica en la Biblioteca de la Universidad Complutense". Madrid : Biblioteca de la Universidad Complutense, 2005. En: Pecia Complutense : Boletín de la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid, Año 2, Número 3, Junio 2005
Santiago Páez, Elena. "La biblioteca de Isabel de Farnesio". [Madrid] : Biblioteca Nacional, 2004. En: La Real Biblioteca Pública 1711-1760 : de Felipe V a Fernando VI : [exposición] : Madrid, 2 de junio-19 septiembre, 2004, págs. 269
Santos Aramburo, Ana. "La colección de libros de caballerías de la condesa de Campo de Alange". Madrid : Pliegos de Bibliofilia, 2004. En: Pliegos de Bibliofilia, nº 25, 1er. trimestre 2004, págs. 3-16.
Santos Aramburo, Ana. "Una lectora de libros de caballerías: la condesa de Campo Alange". Madrid : Biblioteca Nacional, 2008. En: Amadís de Gaula, 1508 : quinientos años de libros de caballerías 



El arte de darle una nueva vida a los viejos libros... y convertirlos en objetos de lujo.
Iván Camacho mostrándonos un curioso trabajo que están terminando.

Una pequeña hoja de "oro americano" un material que se una para decorar los lomos de los libros.

Instrumentos para trabajar la piel.

Iván Camacho nos muestra el interior de 'La tentación de San Antonio' y sus espléndidos grabados.

Camacho ante un libro del siglo XVI en el que están trabajando cuando visitamos su taller.

Hojas manuscritas aparecidas en el interior de una cubierta

Instrumentos para decorar los lomos de los libros que los Camacho han ido acumulando durante décadas.

Así se decoran los lomos de los libros.

Iván Camacho posa para Libertad Digital en su taller de restauración y encuadernación.

Papeles marmoleados artesanales que se pueden usar en distintos momentos de una restauración.

Papeles de alta calidad para restaurar viejos libros.

Unas tapas hechas en holandesa con un precioso papel.


Encuadernaciones Camacho es un negocio familiar que persiste en un sector que casi todos daríamos por muerto: encuadernar y restaurar viejos libros.

El taller de Encuadernaciones Camacho está en un zona de preciosas callecitas estrechas del centro de Madrid, uno de los pocos oasis de paz que le quedan a la capital en las zonas traseras de las grandes avenidas. En una esquina de la Travesía del Conde Duque, rodeado por antiguos conventos y fachadas en las que se adivina mucha historia y casi disimulada tras una pequeña puerta, encontramos un negocio familiar que ya lleva 40 años dedicado a algo más que un oficio, casi diría que una pasión.

Nos recibe Iván Camacho, uno de los dos hijos de Ángel Camacho, que puso en marcha el negocio "hace ya cuarenta años". Al contrario que él y su hermano, que también se llama Ángel, su padre llegó al mundo de las artes gráficas por casualidad, como me cuenta Iván: 
"Estaban descargando unos papeles en la calle San Bernardo, necesitaban ayuda, él iba por la calle se ofreció y así empezó a trabajar, primero de aprendiz y luego ya fue profundizando y se decantó por la encuadernación".

Es la historia de una vocación descubierta por casualidad y que Ángel, que por desgracia falleció hace ya algún tiempo, logró transmitir a sus hijos:
 "Yo con 14 años trabajaba para pagarme comida y cama, como decía mi padre. Luego los dos hermanos nos metimos en la escuela de conservación y restauración y así logramos tener un título".

"Si resistes sales adelante"

Un negocio de 40 años pero que puede parecer de otra época y que, desde luego "ya no es como en los años 80 que todo el mundo encuadernaba fascículos", ahora se hacen "poquísimos, de vez en cuando viene alguien que los tiene desde hace 20 años y quiere unirlo ahora".

Así que en un mundo sin fascículos y con internet sus principales clientes particulares son "bibliófilos", aunque también hay "personas que tenían un libro importante, algo que era un recuerdo de la familia, y se les ha estropeado". Finalmente, la parte más importante son probablemente "clientes de alguna administración, tanto en restauración como en encuadernación".

El problema es que "cada vez hay menos bibliófilos, porque esto es un oficio que, un poco como todos, lo aprecias si lo conoces, y la gente joven los pocos que lo aprecian no tienen dinero", nos explica Iván. Además, esos bibliófilos "se van haciendo mayores y o bien fallecen o bien se jubilan y tienen menor poder adquisitivo", así que obviamente la cantidad de dinero que pueden dedicar a su afición no es la misma.

Aun así Iván cree que el negocio tiene futuro, aunque sea "pasándolo mal en algún momento concreto". A él le gustaría que sus hijas siguieran sus pasos: 
"Yo les digo que si resistes sales adelante y que ya tienen el taller montado, que hoy en día es muy difícil, y también tienen un nombre y unos trabajos que te avalan, pero… no están muy por la labor, esto te tiene que gustar mucho".

Un trabajo "absolutamente artesanal"
Rodeados de papeles y utensilios cuyo fin me resulta imposible de adivinar Iván me explica un poco el proceso al que someten cada una de las piezas que reciben y que me recalca que es "absolutamente artesanal" y que "prácticamente desde que llega un libro hasta que sale es todo manual".

Un trabajo en el que antes en un taller como el de los hermanos Camacho "había operarios que cada uno hacía una parte del proceso, oficiales que se encargaban del dorado, de la costura, de cortar…". Ahora el panorama es muy diferente:

 "Prácticamente lo hacemos nosotros todo, incluso carpintería", necesaria a veces si les llega un "libro antiguo con las tapas de madera".

Un precioso ejemplar sobre la mesa de trabajo resulta perfecto para hacernos una idea del trabajo que puede ser un trabajo de restauración. Iván me explica que "es un gótico de principios del S XVI" y me cuenta que "se ha lavado por completo", un proceso que empezó con "una limpieza mecánica con gomas y aspiración" pero que se tuvo que profundizar porque "tenía muchas marcas de humedad, en algún momento de su vida estuvo expuesto al agua, así que lo introdujimos en distintos baños a una temperatura como de 15-18º y después hubo que devolverle el apresto, un tratamiento que se daba al papel para que tuviese más consistencia"
Incluso le han hecho injertos en algunas páginas en las que falta un trozo de papel:
 "Aquí –señala una parte ligeramente distinto del resto– probablemente había un ex libris".

Esto es sólo el trabajo que se ha hecho en el papel, luego viene el que será necesario para recuperar o cambiar las tapas, en este caso "una encuadernación que es típica española –aclara– es una mudéjar que sólo se hacía en España".

También me enseña cómo se decora el lomo con una serie de preciosos utensilios metálicos que se usan para esa ornamentación. "Es lo que más me gusta y a mi madre también era lo que más le gustaba", nos dice mientras contemplamos la enorme colección que ha ido acumulando el taller con los años:
 "Mucho es de colegas que cerraban y nosotros les comprábamos el material".

Joyas y sorpresas

El de los hermanos Camacho es un trabajo que te pone en contacto con pequeñas joyas como el libro gótico que tiene entre manos o un bellísimo ejemplar de La tentación de San Antonio de Flaubert que nos muestra Iván orgulloso y que me fascina por sus grabados de colores intensos y dibujo fino.

Pero en ocasiones es todavía más que eso:
 "Para algunas instituciones hemos podido hacer trabajos de restauración de manuscritos muy antiguos, por ejemplo, para el Banco de España lo hicimos con un manuscrito de principios del siglo XIV". 
Nos cuenta que bel BdE tiene "un fondo documental de mucho valor" y que han tenido la oportunidad de "estar trabajando con ellos bastante tiempo".

En otras ocasiones, la maravilla es una sorpresa totalmente inesperada:

"Encontramos un grabado de Alberto Durero en las tapas de un libro". Ante nuestra sorpresa no explica que "antiguamente las tapas de cartón se hacían con papeles pegados hasta conseguir el grosor que necesitaban" y para ello "usaban restos, cosas como naipes…". 
En definitiva y por sorprendente que nos parezca, alguien pensó hace siglos que un grabado de Durero era una sobra.

¿Cuánto cuesta?

Lo último que nos queda es quizá la pregunta más indiscreta: 
¿Cuánto cuesta restaurar y encuadernar un libro? Respecto a lo primero es imposible dar una respuesta genérica:
 "Si hay que restaurar todo depende del estado de conservación, tenemos que hacer un diagnóstico y valorar el tiempo que nos va a llevar y los materiales", nos explica Iván, por ejemplo, "si es necesario lavarlo eso lo encarece bastante". De hecho, esto es tan delicado que aunque hacen presupuestos previos a través de internet en base a las fotos que les manden los clientes, no son definitivos "hasta que no lo examinamos in situ".

Si es sólo la encuadernación es algo más fácil de calcular:
 "En una plena piel – es decir, toda la tapa con piel– y con una ornamentación bonita pueden ser unos 500 euros".
 Para aquellos que tengan más problemas de presupuesto "en una holandesa –un método que usa menos piel pero también muy elegante– pueden ser 80 o 90 euros".

A mucha gente le parecerá muchísimo dinero, pero hay que tener en cuenta que la encuadernación en plena piel "puede suponer fácilmente una semana de trabajo, hay que tener en cuenta los tiempos de secado o que el cliente puede querer materiales especiales que haya que ir a comprar…".

Iván reconoce que "como hay un desconocimiento muy grande de lo que es el oficio la gente no lo valora" y muchas veces cuando hacen un presupuesto el cliente "no entiende el precio". Peno no hay que olvidar que estamos ante un trabajo completamente artesanal, realizado por gente muy especializada que cuida al máximo todos los detalles. Como nos dice Iván ya casi cuando nos estamos despidiendo:
 
"Lo que nosotros hacemos es lujo", nos dice con un punto de comprensible orgullo. Un lujo delicioso que está logrando pervivir en un tiempo que ya no parece el suyo, pero que todavía lo es para una exquisita minoría.

Bibliófilos románticos.
18 de mayo, 2022

¿Qué sería del historiador, del crítico, del artista, del poeta mismo, sin la diligencia y exquisito celo del bibliógrafo? Él, a ley de entendido y activo mercader, les trae de apartadas y desconocidas regiones los materiales, a que muy pronto el ingenio ha de dar extraordinaria vida; los ordena, los clasifica, muestra el temple y fineza de cada uno, y señala para qué pueden servir y dónde y cómo pueden emplearse…

José Sancho Rayón

No han faltado a lo largo de la historia de España notables bibliófilos que con su labor a menudo discreta y no pocas veces tachada como manía, la bibliomanía, han contribuido a enriquecer el patrimonio nacional y al conocimiento de documentos que si no fuera por ellos permanecerían ignotos. Frente a la habitual desidia institucional, en gran medida fueron estos personajes, ilustres y marginales, caballeros y pícaros, académicos y autodidactas, quienes con una mezcla de pasión, habilidad, bueno ojo y unos métodos más o menos legales, a la postre consiguieron que el deslumbrante acervo cultural del país se haya conservado.

Para elaborar una lista de insignes bibliófilos podríamos remontarnos a nombres tan destacados como los de Séneca, Marcial o San Isidoro de Sevilla; también se podría citar a monarcas apasionados por los libros, como Alfonso X, Sancho IV o Isabel la Católica; o a nobles que dedicaron parte de su fortuna a construir fabulosas colecciones, caso del marqués de Santillana o del conde-duque de Olivares; tampoco faltarían estudiosos que todavía soñaban con poder reunir una biblioteca universal, quimera imaginada por Hernando Colón o Nicolás Antonio. Se pueden encontrar más detalles sobre estos y otros coleccionistas en la obra de referencia de Manuel Sánchez Mariana Bibliófilos españoles.

En este artículo nos vamos a centrar en los eruditos españoles del siglo XIX, la edad de oro de la bibliofilia. Se han señalado diversos factores para explicar el fulgor bibliófilo de la época romántica, como un cambio en las mentalidades que propició un mayor reconocimiento del valor de los documentos históricos y una nueva apreciación del patrimonio cultural de España. Pero quizá el hecho decisivo que explica este fenómeno fue la serie de desamortizaciones que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX y que pusieron en el mercado una ingente cantidad de obras de todo tipo hasta entonces resguardadas en conventos, monasterios y otras instituciones religiosas. Una ocasión caída del cielo para que ilustrados y avispados se hicieran con ejemplares únicos y formaran bibliotecas de un valor que hoy sería incalculable.

Bartolomé José Gallardo.

La figura central de la bibliofilia romántica española es el extremeño Bartolomé José Gallardo (1776-1852). Admirado y vilipendiado a partes iguales, su ingente saber bibliográfico, que aún en la actualidad le sitúa como uno de los más importantes nombres de esta disciplina, solo es comparable a su actividad como rastreador y compilador de libros raros. Erudito entre los eruditos, poseedor de una memoria prodigiosa, eterno iniciador de ambiciosos empeños que por desgracia pocas veces llegaron a término, autoridad indiscutida en cualquier cuestión referente a la historia de la literatura española, Gallardo sufrió a lo largo de su vida, y todavía póstumamente, de toda suerte de insidias y ataques personales. La más famosa de estas afrentas tuvo lugar el 13 de junio de 1823, cuando exaltados absolutistas tiraron gran parte de sus preciados baúles al Guadalquivir y robaron algunos de sus manuscritos y libros.

Con frecuencia la vida de estos aparentemente anodinos y huraños personajes, a los que imaginamos sepultados bajo montañas de libros, cobra tintes novelescos. Así, en la biografía de Gallardo no faltan algunos inverosímiles episodios, como aquella vez en que durante su exilio en Londres sufrió el espionaje de la embajada española, temerosa de lo que pudiera escribir. Solo pensarlo parece fantasía, y durante mucho tiempo se creyó que era una de las fabulaciones del sabio paranoico, como también lo sería la pérdida de sus valiosos libros y notas tras la reacción absolutista. Pero como demostró otro eminente bibliógrafo, Rodríguez-Moñino, todo lo que decía Gallardo era cierto, tanto respecto al espionaje como al saqueo.

Nombrado bibliotecario de Cortes, Gallardo pudo reunir una importante colección al servicio del Estado, pero los encontronazos políticos y la falta de interés institucional hicieron que la señera biblioteca que tan penosamente había reunido se dispersara. Algo parecido sucedería con su colección personal, que después de su muerte pasaría a un sobrino, más interesado en sacar partido pecuniario de la herencia que de mantener su integridad. Por suerte, una de las personas que pudieron hacerse con parte de los libros más importantes de Gallardo y de sus notas de estudio fue José Sancho Rayón, también uno de los grandes nombres de la bibliofilia española.

Otros Bibliófilos.

Pero antes de saber qué sucedió con el legado de Gallardo, vamos a conocer a otros de sus contemporáneos, amigos o rivales, habitualmente ambas cosas. Por tal tránsito pasó el malagueño Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), conocido como El Solitario, uno de los introductores del costumbrismo en España. Siempre interesado por el descubrimiento de desconocidas joyas bibliográficas, su desahogada situación económica le permitió formar una gran colección en la que destacaban los libros de temática árabe. Su estancia en Italia en 1849 como auditor general del ejército en su misión para reponer a Pío IX, propició el aumento de su biblioteca, ya que no dejaba sin inspeccionar archivo, biblioteca o palacio de cualquier recóndito pueblo por el que pasara. Según Moñino, su colección incluía libros de historia, noveles del Siglo de Oro, libros de caballería, cancioneros y un infierno que delata la predilección de Estébanez por el erotismo.

Bien relacionado con los mayores eruditos de su tiempo, su desavenencia con Gallardo tuvo origen en un oscuro caso de falsa atribución de un supuesto texto desconocido de Cervantes. Lo que hasta el momento había sido una fructífera amistad, se transformó en un odio desaforado que dio lugar al famoso soneto que Estébanez dedicó a su antiguo compadre y que empieza con el verso “Caco, cuco, faquín, biblio-pirata”. Un iracundo Gallardo no se quedó atrás y bautizó a Estébanez como “Aljamí Malagón Farfalla”: hasta en sus descalificaciones era culterano. La disputa incluso llegó a juicio, que no dejó contento a nadie, sobre todo a Gallardo, que se murió antes de que se resolvieran los recursos. Por cierto, que en la querella también se vio implicado el sobrino de Estébanez, Antonio Cánovas del Castillo (Malaguín, para Gallardo), quien heredó la pasión bibliográfica de su tío, sobre quien escribió una excelente biografía, El solitario y su tiempo (1883) y que puso de moda la bibliomanía entre la clase política de su tiempo: Cánovas se resfriaba y el resto estornudaba.

En el destino de la biblioteca del Solitario también se cruzará Sancho Rayón, pero todavía quedan otros personajes por presentar. Uno que fue amigo de Estébanez, y lo sería durante toda su vida, fue Pascual de Gayangos (1809-1897), que además compartió su pasión por el arabismo. Aparte de ser una figura clave en el renacer del interés por el mundo árabe en España después de siglos de abandono, su trabajo mantiene una enorme utilidad hoy en día, siendo imprescindible su bibliografía sobre novelas de caballería. También es de destacar su papel en la fundación de la Sociedad de Bibliófilos Españoles y de la Biblioteca de Autores Españoles de la editorial de Rivadeneyra. En Gayangos nos encontramos con una aparente paradoja que sin embargo es común entre muchos bibliófilos. Por una parte, es reconocida su gran generosidad, su labor incansable por poner al servicio de los estudiosos todo tipo de documentos tanto a través de su labor como bibliógrafo como, materialmente, prestando valiosísimos libros sin garantía de devolución. Que se lo preguntaran a Ticknor, cuya obra capital, Historia de la literatura española, es enormemente deudora de Gayangos en ambos sentidos. Por otro lado, también está acreditado que no tenía demasiados escrúpulos a la hora de tomar “prestados” libros ajenos y después “olvidar” que tenía que devolverlos. Es curioso que algunos de estos préstamos fueran de hecho tales, pues después de su muerte la colección de Gayangos fue a parar a la Biblioteca Nacional, que se resarció así de las pecoreas del ilustre erudito, quien había tenido en la BN una de sus víctimas predilectas, según denunciaba Gallardo. Por cierto, que volveremos a encontrarnos ambos nombres unidos gracias a… Efectivamente, Sancho Rayón.

La biblioteca de Gayangos es una de las joyas de los actuales fondos de la BNE, sin la cual muchos ejemplares únicos y auténticos tesoros bibliográficos no contarían con la protección y la disponibilidad que ofrece esta institución, además de la facilidad que supone contar con tal diversidad de fondos en un único espacio. Porque no solo de libros se nutre una biblioteca, y si no, veamos el impresionante muestrario de estampas y dibujos adquirida por el pintor Valentín Carderera (1796-1880), arquetipo del coleccionista romántico, que pudo reunir obras de Goya, Durero o Rembrandt, e incluso un raro dibujo de Velázquez, hoy en custodia de la BNE.

O asombrémonos con la colección del famoso compositor Francisco A. Barbieri (1823-1894), quien legó su incomparable biblioteca a la Biblioteca Nacional, gracias a lo cual disponemos de unos fondos musicales de enorme valor, sin olvidar otras piezas históricas pertenecientes a ámbitos tan dispares como la filología, el arte, la geografía o la filosofía. Como había hecho Gayangos, Barbieri sustrajo piezas únicas en sus merodeos por las salas de la antigua sede de la BNE en la calle Arrieta, pero quizá arrepentido de su bibliopatía, in articulo mortis decidió devolver con creces todo lo que había distraído.

A Agustín Durán (1789-1862) la BNE le debe su primer Reglamento y su colección especializada en teatro, que aunque no salió gratis (su viuda la vendió por 9.000 duros), se convirtió en el corazón de los fondos de nuestra biblioteca dedicados al arte dramático. Además, fue el autor de un impresionante Romancero general (1849), compilación de poesía popular que Menéndez Pidal valoraba como una de las grandes obras de erudición del siglo XIX, sin parangón en otros países, y que serviría para despertar la vocación poética de los hermanos Machado, emparentados con Durán por vía materna.

Otra viuda benefactora fue María Sandalia del Acebal y Arratia, quien legó a la Biblioteca Nacional la impagable colección de libros heterodoxos que había reunido su marido, el peculiar y admirable Luis de Usoz y Río (1805-1865), quien durante toda su vida luchó por dar a conocer en España la obra de autores cuyas ideas divergentes respecto al catolicismo oficial los habían apartado de la escena pública. Poniendo en riesgo su propia libertad, importó libros protestantes gracias a sus contactos con los círculos cuáqueros de Inglaterra. Gran patriota, decidió que los libros que con tanto riesgo había podido reunir permanecieran en España y en la actualidad forman parte de uno de los fondos más singulares y valiosos de la BNE. Bien lo sabía el maestro Menéndez y Pelayo, director de la institución, quien utilizo profusamente los libros de la colección Usoz para la redacción de su Historia de los heterodoxos españoles.

Y ahora ha llegado el momento de presentar formalmente a José Sancho Rayón (1830-1900), bibliófilo, bibliógrafo y bibliotecario, continuador de la obra de Gallardo. Este había dejado a su muerte una enorme cantidad de papeletas de trabajo con proyectos que nunca llegó a culminar y que Sancho Rayón adquirió, suponemos que con unas expectativas y una ilusión desbordantes. Con este material bruto de unas posibilidades ilimitadas y con la ayuda de Zarco del Valle, Rayón elaboraría una obra que iba a cambiar el concepto de bibliografía en España, el Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos (1863), más conocido como el Gallardo. Se trata de una obra de referencia todavía vigente siglo y medio después de su publicación, que revolucionó la manera de presentar la bibliografía al incluir reseñas que aportaban datos sobre cada libro y que rescató a autores y títulos casi desconocidos hasta entonces. Además del trabajo de Sancho Rayón y Zarco del Valle para completar la tarea iniciada por Gallardo, el Ensayo final se vio beneficiado por las aportaciones de diversos eruditos, en especial de Gayangos, quien puso su saber respecto a los libros de caballería al servicio del proyecto, enriqueciendo aún más su valor como referente imprescindible.

Aparte de como bibliógrafo, Sancho Rayón también destacó como bibliotecario a través de su labor como asesor en la formación de la lujosa colección privada de Zabálburu y como encargado de la biblioteca del Ministerio de Fomento, donde reunió la de Estébanez Calderón, la no menos fabulosa colección del marqués de la Romana y otros fondos que hacían de esta institución una de las más esplendidas de la época. Por eso fue tremendo el golpe que recibió cuando en 1872 y debido a intrigas políticas, todos los libros que había reunido fueron depositados en la Biblioteca Nacional, que así se pudo beneficiar aunque fuera indirectamente de su trabajo. Por ello, su nombre, hoy casi olvidado, merecería un homenaje que reconociera su papel en la formación de la actual BNE.

Sancho Rayón también pudo construir una colección propia a lo largo de su vida. A las joyas que había adquirido a través del sobrino de Gallardo, unió otras de gran valor gracias a sus infatigables pesquisas y a su legendaria habilidad para la compraventa de libros, arte que le hizo ganarse el apelativo de Culebro, por el que era conocido en el mundillo. A su muerte, lo mejor de esta biblioteca pasaría a manos de otro egregio bibliófilo, el marqués de Jerez de los Caballeros (1852-1929), siempre al acecho de las mejores oportunidades, aficionado sincero a las letras y no mero coleccionista opulento. Sin embargo, quizá esta misma pasión le llevó a excesos y finalmente tuvo que vender su magnificente biblioteca. En lo que según palabras de Menéndez y Pelayo fue un desastre peor que la pérdida de las colonias, la colección del marqués salió de España al ser adquirida por Archer Huntington, quien la donó a su fundación Hispanic Society of America, donde todavía se conserva.

Otras importantes bibliotecas de bibliófilos del siglo XIX que por diversas circunstancias no han pasado a la BNE, y que sin embargo son dignas de mención, son las del Doctor Thebussem (anagrama de “embustes” usado como seudónimo por Mariano Pardo de Figueroa) y la de Lázaro Galdiano. La de Thebussem contaba con una exquisita selección sobre gastronomía y un amplio repertorio cervantino. Por suerte, la BNE cuenta con una espléndida colección dedicada a Cervantes gracias entre otros a su director cervantista Rodríguez Marín o a la donación de Juan Sedó, ya en el siglo XX. Por su parte, la colección que reunió el empresario y filántropo Lázaro Galdiano se encuentra en la biblioteca del museo que lleva su nombre. También cabría citar en este apartado a algunos libreros que por su oficio tuvieron a su disposición libros en gran cantidad y calidad. Destacan el valenciano Vicente Salvá, cuyos catálogos son una fuente bibliográfica de primera categoría y que además redactó uno de los diccionarios del español más importantes del siglo XIX; y Pedro Vindel, patriarca de una saga de libreros y bibliógrafos, cuyo establecimiento se situó entre los mejores de Europa, y esto en un país en el que nunca había destacado este tipo de comercio. Sus catálogos se han convertido a su vez en piezas de coleccionista y su hijo Francisco elaboró un Manual del bibliófilo que junto al Manual del librero de Antonio Palau y Dulcet sigue siendo de imprescindible consulta.

Como vemos, las figuras del bibliógrafo y del bibliófilo se ven a menudo mezcladas, aunque alguien dijo, no sin razón, que un bibliógrafo es un bibliófilo pobre. En el siglo XX, estos raros especímenes quizá perdieron su halo romántico y a veces se confunden con coleccionistas cuyo interés es más la posesión que el conocimiento. Pero todavía pervivieron algunos grandes nombres, como Pedro Sainz Rodríguez, que llegó a ministro de Educación y que se las sabía todas a la hora de hacerse con los mejores ejemplares; o el ya varias veces citado Antonio Rodríguez-Moñino, figura tutelar de la bibliografía española del pasado siglo, cuya biografía muestra curiosos paralelismos con la de su paisano Gallardo.

Por su parte, la BNE también ha seguido beneficiándose de la labor de coleccionistas particulares que con generosidad han contribuido a la continua mejora de sus fondos. Entre las procedencias modernas, las bibliotecas particulares más voluminosas que han enriquecido el patrimonio de la BNE y por tanto del país, han sido las del militar Tomás García Figueras, obsesivo recopilador de información sobre Marruecos que permitió forjar la valiosa colección de África; y la de Eduardo Comín Colomer, que reunió una exhaustiva biblioteca sobre la guerra civil, el comunismo y la masonería. También cabe destacar la donación de la biblioteca de poesía de Ramón de Garciasol o la adquisición de la de Luis de Videgain dedicada a la tauromaquia. Junto a legados de miles de obras, ha habido, y continúa habiendo, donantes de obras concretas que permiten completar esa colección que quedaba afeada por una falta inoportuna; aficionados que saben que no hay lugar mejor para conservar y difundir su pasión, por minoritaria que parezca; coleccionistas de videojuegos, vinilos o tebeos que quieren compartir con todos lo que es suyo; bibliotecáfilos todos, cada uno a su manera, que hacen de la BNE una biblioteca mejor.

Dedicado a Eduardo Anglada, bibliotecario gallardo.

BIBLIOGRAFÍA

Barbieri: música, fuego y diamantes. [Madrid]: Biblioteca Nacional de España: Acción Cultural Española, 2017. /sites/default/files/repositorio-archivos/catalogo-barbieri.pdf B 72 MUS

Cánovas del Castillo, Antonio. El solitario y su tiempo: una visión de la sociedad, la política y la cultura en la España de Fernando VII e Isabel II a través de la biografía de Serafín Estébanez Calderón. [Madrid]: Ediciones 19, [2019]. 11/128787

Gallardo, Bartolomé José. Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos: formado con los apuntamientos de don Bartolome Jose Gallardo coordinados y aumentados por D. M.R. Zarco del Valle y D. J. Sancho Rayón. Madrid: Gredos, [1968]. 4 v. B 11 17

Sainz Rodríguez, Pedro. Estudio sobre la Historia de la crítica literaria en España: don Bartolomé José Gallardo y la crítica literaria de su tiempo. New York: [s.n.], 1921. R.DOC/572

Sánchez Mariana, Manuel. Bibliófilos españoles: desde sus orígenes hasta los albores del siglo XX. Madrid: Biblioteca Nacional: Ollero & Ramos, D.L. 1993. B 21 BIB ESP

Rodríguez-Moñino, Antonio. Catálogo de los manuscritos poéticos castellanos existentes en la biblioteca de The Hispanic Society of America: (siglos XV, XVI y XVII). New York: The Hispanic Society of America, 1965-1966. 3 v. [Cuenta con un prólogo con datos sobre las bibliotecas de Gallardo, Sancho Rayón y el marqués de Jerez de los Caballeros]. B 75 EUA HS V.1

Rodríguez-Moñino, Antonio. Historia de una infamia bibliográfica, La de San Antonio de 1823: realidad y leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de Don Bartolomé José Gallardo: estudio Bibliográfico. Madrid: Castalia, [1965]. 1/113780

Sobolevskiï, Sergueï Aleksandrovich. Bibliofilia romántica española: (1850). Valencia: Castalia, 1951. B 11 1850

Vindel, Francisco. Los bibliófilos y sus bibliotecas desde la introducción de la imprenta en España hasta nuestros días. Madrid: [s.n.], 1934 (Imp. Góngora). CERV/1490(6)

Discoveries at the Four Courts Bookstalls, 1796-1886


Bookstalls outside the Four Courts are clearly visible in this 1885 photograph by George Francis Osborne.


From the Freeman’s Journal, 19 February 1921:

TREASURE HUNTERS HAUNTS

Reminiscences of Dublin’s Old Book Stores

(By M. M. O’H.)

“The old bookshops of Dublin! What a vista of pleasant thoughts they create.  What delightful experiences of eager prowlings round their shelves, of unexpected ‘finds,’ of surprising bargains, of staunch friends acquired at trifling cost, of jostlings with ardent book-hunters – poets and prosewriters, judges, doctors, artists, musicians, a formidable fraternity bound by one of the strongest and most agreeable of bonds.

As in Paris, our old book shops and stalls have always clung to the river bank, and though Dublin may not be able to boast the secondhand treasures to be seen in the Gay City, this is no case of Eclipse first and the rest nowhere.

A close-up on one of the bookstalls in the Osborne photograph above, complete with eager browser or perhaps the bookseller himself arranging his wares to best advantage.

Forty years ago there were far more second-hand bookstalls in Dublin than to-day.  The vendors of those days, for the most part, did trade in the open air, not having as yet advanced to the dignity of shops and shutters.  The great rendezvous in the early Eighties was the Four Courts.  The moveable cases, in all stages of Decrepitude, were fixed standing on a low platform running from the main entrance on the quays each side of the gates of the eastern square.  The cases were tied to the railings with bits of rope and straps that had seen many weathers.
The other bookstall shown in the Osborne photograph, with seller and browsers clearly visible.
It was a queer, quaint show surely.  But when the Courts rose for the day, here could be seen all the legal luminaries prying into decrepid volumes and peering at the titles of the tattered tomes huddled in the cases.

Two of the chief vendors of the time were the Traynors – all elderly women – and quaint old John Campion, who used to sport a splendiferous top hat on Sundays as befitted one with his literary connections.  It was a time and a place for real, hard, well-contested bargaining, in which the lawyers had not always the best of it.

At the close of the day the cases were taken down, the counters dismantled, and books, shelves, planks and props were shouldered across the Court yard, and left in repose for the night in the basement of what was then the Exchequer and Common Pleas building. What a free and easy age it was.  And this procedure had been going on time out of mind.

Besides John Campion, the doyen of the trade, there was a Mr Traynor, who kept shop near Parliament street bridge.  But his was a more proper, secondhand store – the wares at the Four Courts being rather fifth, sixth, indeed tenth hand stock if their venerable appearance did not woefully belie them.  Traynor kept his books with scrupulous neatness, and they were sufficiently new-looking to grace any library.

Dear old Father CP Meehan, Clarence Mangan’s friend, and himself an author of many gifts, was constantly to be seen delving amidst Traynor’s treasures. Canon O’Hanlon, another eminent Irish historian, was also a frequent visitor, and I have seen the late Professor Galbraith, of Trinity, and the late Mr Justice William O’Brien, in his seedy frock coat and tattered tall hat, going the rounds of the shop together, while the judge’s detective guard stood leaning against the quay wall, doubtless making internal uncomplimentary remarks about his distinguished charge’s addiction to literature…

Hickey, of Bachelor’s Walk, next appeared on the scene, and his store was as dishevelled looking as Traynor’s was neat.  It looked as though the books had wandered into him and flung themselves down any way – tired out with their peregrinations.  One could always ‘cut’ Hickey.  He hated to see anybody leave his shop without a book, and I have known him to toss up with a customer over an odd sixpence.  His description of classics, especially to people who had not a bookish appearance, was sometimes quaint and fearsome.  He was the last of the old school.  Today the second hand book trade has gone holus-bolus to the Southern Quays, the shops are on Crampton Quay and Aston’s quay, and the barrows lined upon the whole length of Aston’s place.  There are pretty much the same kind of hunters and the same kind of jostling…”

Thomas Dermody, the ragged country lad with extraordinary poetic gifts ‘discovered’ at one of the Four Courts bookstalls around the time of its opening in 1796.

Not just books, but poets, could be discovered at the Four Courts.  As recounted in the Limerick Chronicle of 1837, the poet Thomas Dermody owed his brief and tragic success to a chance meeting at one of its bookstalls:

“One day a gentleman, whose name has escaped us, was turning over the leaves of an old volume at a bookstand in the vicinity of the Four Courts, in Dublin, when his attention was attracted by a squalid boy in the ragged dress of a peasant, standing close beside him, devouring in silent abstraction, the contents of a mutilated Greek Homer.  The circumstance naturally excited curiosity, and produced inquiries which led to the discovery that, with the powerful impetus of genius struggling against obstacles, the wretched-looking boy had abandoned his native village, destitute of friends and meant to seek books and mankind in the metropolis.  Fortunately the gentleman was a patron of letters, and a man of great influence: he undertook to advance the fortunes of the stranger, and through his means, Dermody, whom the reader will have recognised in the ragged urchin, was introduced to the Countess of Moira, who continued to patronize him until he exhausted her patience by his irreclaimable vices…”

Another poet often seen standing before the bookstalls of the early 19th century Four Courts was James Clarence Mangan, described in a retrospective account in the Dublin Weekly Nation of 18 August 1883 as ‘spectral-looking’ in appearance, ‘sicklied over with the diaphanous pallor said to distinguish those in whom the fire of genius has burnt to rapidly even from childhood,’ and never without his ‘large malformed umbrella which, when partly covered by his cloak, might easily be mistaken for a scotch bagpipe.’


Traducción. 

Los puestos de libros fuera de Four Courts son claramente visibles
 en esta fotografía de 1885 de George Francis Osborne.


Del Freeman's Journal, 19 de febrero de 1921:

LUGARES DE CAZADORES DE TESOROS

Reminiscencias de las librerías antiguas de Dublín

(Por M. M. O'H.)

“¡Las antiguas librerías de Dublín! Qué vista de pensamientos agradables que crean. ¡Qué deliciosas experiencias de ansiosas vueltas por sus estantes, de 'hallazgos' inesperados, de tratos sorprendentes, de fieles amigos adquiridos a un costo insignificante, de empujones con fervientes buscadores de libros: poetas y prosistas, jueces, médicos, artistas, músicos, un formidable fraternidad unida por uno de los lazos más fuertes y agradables.

Al igual que en París, nuestras antiguas librerías y puestos siempre se han aferrado a la orilla del río, y aunque es posible que Dublín no pueda presumir de los tesoros de segunda mano que se ven en la Ciudad Gay, este no es el caso de Eclipse primero y el resto en ninguna parte.

Un primer plano de uno de los puestos de libros en la fotografía de Osborne de arriba, completo con un buscador ansioso o quizás el propio librero organizando sus productos de la mejor manera.
Hace cuarenta años había muchos más puestos de libros de segunda mano en Dublín que en la actualidad. Los vendedores de aquellos días, en su mayor parte, comerciaban al aire libre, sin haber llegado aún a la dignidad de tiendas y persianas. La gran cita a principios de los años ochenta fue el Four Courts. Las cajas móviles, en todas las etapas de Decrepitud, se fijaron de pie sobre una plataforma baja que iba desde la entrada principal en los muelles a cada lado de las puertas de la plaza este. Las cajas estaban amarradas a las barandillas con trozos de cuerda y correas que habían pasado por muchas inclemencias del tiempo.
El otro puesto de libros que se muestra en la fotografía de Osborne, con el vendedor y los navegadores claramente visibles.

Sin duda fue un espectáculo extraño y pintoresco. Pero cuando los tribunales se levantaron para el día, aquí se podía ver a todas las luminarias legales curioseando en volúmenes decrépidos y mirando los títulos de los tomos andrajosos amontonados en los casos.

Dos de los principales vendedores de la época eran los Traynor, todas mujeres ancianas, y el pintoresco anciano John Campion, que solía lucir un espléndido sombrero de copa los domingos como correspondía a sus conexiones literarias. Era un momento y un lugar para negociaciones reales, duras y bien disputadas, en las que los abogados no siempre tenían la mejor parte.

Al final del día, los casos se retiraron, los mostradores se desmantelaron y los libros, estantes, tablones y accesorios se transportaron a través del patio y se dejaron en reposo durante la noche en el sótano de lo que entonces era el Exchequer and Common Pleas. edificio. Qué edad tan libre y fácil fue aquella. Y este procedimiento había estado pasando en el tiempo fuera de la mente.
Además de John Campion, el decano del comercio, había un señor Traynor, que tenía una tienda cerca del puente de la calle Parliament. Pero la suya era una tienda de segunda mano más adecuada: las mercancías de Four Courts eran más bien de quinta, sexta y hasta décima mano si su venerable apariencia no las desmentía lamentablemente. Traynor guardaba sus libros con escrupulosa pulcritud y tenían un aspecto lo suficientemente nuevo como para adornar cualquier biblioteca.
Querido anciano padre CP Meehan, amigo de Clarence Mangan y autor de muchos regalos, se le veía constantemente hurgando entre los tesoros de Traynor. El canónigo O'Hanlon, otro eminente historiador irlandés, también era un visitante frecuente, y he visto al difunto profesor Galbraith, de Trinity, y al difunto juez William O'Brien, con su sórdida levita y su sombrero de copa andrajoso, yendo al recorrieron la tienda juntos, mientras la guardia de detectives del juez estaba apoyada contra la pared del muelle, sin duda haciendo comentarios internos poco halagadores sobre la adicción a la literatura de su distinguido protegido...
Hickey, de Bachelor's Walk, apareció a continuación en escena, y su tienda estaba tan desaliñada como ordenada la de Traynor. Parecía como si los libros hubieran vagado dentro de él y se hubieran arrojado hacia abajo de cualquier manera, cansados ​​de sus peregrinaciones. Uno siempre podría 'cortar' a Hickey. Odiaba ver que alguien saliera de su tienda sin un libro, y lo he visto discutiendo con un cliente sobre seis peniques impares. Su descripción de los clásicos, especialmente para las personas que no tenían una apariencia libresca, a veces era pintoresca y temible. Fue el último de la vieja escuela. Hoy en día, el comercio de libros de segunda mano se ha trasladado a los muelles del sur, las tiendas están en Crampton Quay y en el muelle de Aston, y los túmulos se alinean a lo largo de toda la plaza de Aston. Hay más o menos el mismo tipo de cazadores y el mismo tipo de empujones…”
Thomas Dermody, el harapiento muchacho de campo con extraordinarias dotes poéticas 'descubierto' en uno de los puestos de libros de Four Courts en el momento de su apertura en 1796.
No solo se pueden descubrir libros, sino también poetas, en los Cuatro Cortes. Como relata el Limerick Chronicle de 1837, el poeta Thomas Dermody debió su breve y trágico éxito a un encuentro casual en uno de sus puestos de libros:

“Un día, un caballero, cuyo nombre se nos escapa, estaba hojeando las hojas de un viejo volumen en un estante de libros en las cercanías de Four Courts, en Dublín, cuando le llamó la atención un niño escuálido con el vestido andrajoso de un campesino, de pie junto a él, devorando en abstracción silenciosa, el contenido de un Homero griego mutilado. La circunstancia, naturalmente, despertó la curiosidad y produjo indagaciones que llevaron al descubrimiento de que, con el poderoso ímpetu del genio que lucha contra los obstáculos, el niño de aspecto miserable había abandonado su aldea natal, desprovisto de amigos y con la intención de buscar libros y humanidad en la metrópolis. . Afortunadamente, el caballero era un mecenas de las letras y un hombre de gran influencia: se comprometió a hacer avanzar la fortuna del extranjero, y por su medio, Dermody, a quien el lector habrá reconocido en el pilluelo andrajoso, fue presentado a la condesa de Moira, quien continuó siendo condescendiente con él hasta que él agotó su paciencia con sus irreclamables vicios…”
Otro poeta que a menudo se ve de pie ante los puestos de libros de Four Courts de principios del siglo XIX fue James Clarence Mangan, descrito en un relato retrospectivo en el Dublin Weekly Nation del 18 de agosto de 1883 como de "aspecto espectral", "enfermizo con la palidez diáfana se dice que distingue a aquellos en quienes el fuego del genio ha ardido rápidamente incluso desde la infancia, y nunca sin su 'gran paraguas deforme que, cuando está parcialmente cubierto por su capa, podría confundirse fácilmente con una gaita escocesa'.




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