anllela hormazabal moya |
La Araucana (1569, 1578 y 1589) es un poema épico del español Alonso de Ercilla que relata la primera fase de la Guerra de Arauco entre españoles y mapuches. Introducción La historia de la conquista española de América, ofreció gran material para la literatura ejemplo de ello es la audacia de pequeñas bandas de aventureros españoles; la lucha indígena por preservar su libertad y el trauma mutuo de ambas culturas por el enfrentamiento de un "otro" radicalmente diferente. De esta forma se llega a la creación estética de "La Araucana" conformada por este amplio y complejo mundo de elementos enmarañados en una representación histórica contradictoria. Todo gracias al genio de Alonso de Ercilla y Zúñiga que jugó el papel de poeta y soldado logrando en ello expresar un poema épico de gran sentimiento heroico. Ahora bien, dentro de esta complejidad nos centraremos en el "Heroísmo de la Conquista en La Araucana", tal tema fue llevada a cabo ideológicamente expresando las grandes hazañas de ambos grupos; sin embargo la idealización de la raza araucana sobresale majestuosamente y monumentalmente sobre la de los conquistadores españoles. Este trabajo se ve acompañado por evocaciones a la naturaleza y a los mitos griegos y latinos queriendo lograr igualar a los héroes araucanos con personajes como Ulises y Aquiles, a su vez que enaltece su propia épica utilizando imitativamente recursos de la épica tradicional que acompaña con un sentimiento del renacimiento de éste género. Historia de la Conquista de Chile La conquista se inicia en l519 con la entrada de la banda de Hernán Cortés al imperio controlado por la ciudad de Tenochitlán, el período de la conquista culmina literariamente con "La Araucana" de Alonso de Ercilla y Zúñiga(1533-1596).En tal época se lleva a cabo la estabilización de colonos en Chile bajo el liderato de Pedro de Valdivia. En "La Araucana" se observa un conjunto de motivos contradictorios que quedan insertados en el monumental espectáculo de una victoria militar elevada a la universalidad espiritual del imperio. La estructura narrativa de la obra está basada en la movilización del imperio araucano contra la segunda expedición de Pedro de Valdivia al sur de Chile en 1553. Este material histórico cubre desde el salto araucano al fuerte de Tucapel hasta la derrota sufrida por los indios en Quipeo a fines de 1558. Lo cual podría tratarse de un desarrollo horizontal en el que Ercilla introduce un eje vertical marcado por la llegada de García de Hurtado y su expedición punitiva a la Isla de Quiriquina en 1557, en la que venía el poeta. Este acontecimiento da la visión ideológica en la que Ercilla habla de la concentración de un poder superior en individuos que al intervenir en el curso de la historia la transforman en una gloria imperial. A modo de superar los errores cometidos por los españoles en la campaña como la muerte de valdivia y el avance de Lautaro, líder militar araucano sobre la ciudad de Santiago y la muerte de éste en un ataque sorpresivo sirven de augurio del arribo de la Expedición de García de Hurtado con que se inicia la segunda parte de la obra. De allí en adelante se dan las victorias españolas. Por otra parte la tercera parte se inicia con la derrota española en Purén con la sublevación araucana que implica una disgregación y desviación del material histórico. En parte esto se debe a la declinación del ánimo combativo de los araucanos: Caupolicán el segundo líder militar araucano es capturado y ejecutado. En adelante Ercilla presenta la guerra araucana diluida en múltiples escaramuzas menores hasta la gran batalla en Quipeo es ésta la tercera parte en la que predomina un aspecto autobiográfico de la pacificación .En ella relata el incidente conocido del duelo, por tal conducta fue condenado a muerte, perdonado y encerrado en prisión. Según el propio autor, que participó en dicho conflicto, el poema fue escrito durante su estadía en Chile usando, a manera de papel, cortezas de árboles y otros elementos rústicos. Ercilla, quien como antiguo paje de la corte de Felipe II contaba con una educación mayor a la del promedio de los conquistadores, había llegado a dicho país como parte de la expedición de refuerzo comandada por el nuevo gobernador García Hurtado de Mendoza. Tras el regreso de Ercilla a España, el libro fue publicado en Madrid en tres partes a lo largo de dos décadas. El primer volumen se editó en 1569; el segundo, en 1578; y el tercero, en 1589. El libro obtuvo, entonces, un considerable éxito entre los lectores. Aunque la historicidad de muchos de los relatos que aparecen en la obra es relativa, se la considera uno de los mayores escritos testimoniales acerca de la Conquista, y en su tiempo fue habitualmente leída como una crónica verídica de los sucesos de Chile. La Araucana había sido precedida por una gran cantidad de textos españoles que describían el Nuevo Mundo a los lectores europeos, como los Naufragios de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, que relataban las aventuras de su autor en Norteamérica, o la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, que divulgó la asombrosa caída del Imperio azteca. Sin embargo, La Araucana se distinguió entre estos libros como la primera obra de literatura culta dedicada al tema con claras ambiciones artísticas. Se trataba de un poema, en verso, en vez de una crónica en prosa. Luego de La Araucana, surgió una gran cantidad de obras sobre temas americanos que imitaban su estilo poético: La Argentina, Arauco domado y Purén indómito, etc. Con el paso del tiempo, en estos textos se acrecentó el distanciamiento respecto de la crónica y narración de hechos históricos. Los autores optaron por trasladar temáticas del Renacimiento europeo al exótico escenario americano. Así, muchos de estos poemas realmente trataban más sobre sentencias morales, el amor romántico o tópicos latinos, que acerca de la Conquista. La fama de Alonso de Ercilla como poeta se debe a "La Araucana", uno de los pilares de la épica castellana. Compuesta en octavas reales y dividida en tres partes con un total de 37 cantos, la obra ofrece la crónica de los cruentos enfrentamientos entre araucanos y españoles en tierras de Chile. Al respecto de este poema decía don Roque Esteban Scarpa, Premio Nacional de Literatura 1980: "Chile tiene el honor, gracias a don Alonso de Ercilla y Zúñiga, de ser la única nación posterior a la Edad Media cuyo nacimiento es cantado en un poema épico como lo fueron España con el "Poema del Cid", Francia con "La Chason de Roland" o el pueblo germano con "Los Nibelungos"… A diferencia de otros poemas épicos, "La Araucana" no presenta un protagonista individual, sino colectivo, que unas veces corresponde al grupo araucano y otras al español. La heroica valentía de los indígenas impresionó vivamente a Ercilla, quien describió con brillantez la gallardía de caudillos araucanos tales como Lautaro y Tucapel. |
1985. La Araucana, 1626. Colección: Biblioteca de Federico Joly Höhr (Cádiz). Marroquín marrón. Decoración dorada realizada a mano con hierros del S XVII. Gran bordura externa realizada con hierros sueltos en forma de volutas. Contratapas y guardas volantes en papel pintado, original del encuadernador. Cortes dorados. Cantos y contracantos dorados. |
Recepción de la obra.
Es una de las obras que, en la ficción, Miguel de Cervantes salvó en la escena de la quema de los libros de caballerías que tiene lugar en el capítulo VI de Don Quijote de la Mancha. La Araucana comparte con este tipo de obras cierto estilo deliberadamente literario y la inclusión de algunos episodios fantásticos. -... Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana, de don Alonso de Ercilla; La Austríada, de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato, de Cristóbal de Virués, poeta valenciano. -Todos esos tres libros -dijo el cura- son los mejores que, en verso heroico, en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia: guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España. Miguel de Cervantes El mismo Cervantes ya antes le había tributado sus halagos a Ercilla en el «Canto de Calíope» de La Galatea. Voltaire, que dedicó parte de un ensayo a La Araucana, consideró que el poema alcanzaba cumbres sublimes en la arenga de Colo Colo del Canto II, que juzga superior al episodio similar protagonizado por Néstor en la Ilíada. Pero en términos generales, Voltaire opinaba que Ercilla sufría de cierta incontinencia literaria, que lo hacían enredarse en pasajes excesivamente fastidiosos: Hacia el final de la obra, el autor, que es uno de los principales héroes del poema, hace de noche un largo y aburrido camino seguido de algunos soldados, y para pasar el rato, hace surgir entre ellos una discusión sobre Virgilio y en especial sobre el episodio de Didón. Alonso aprovecha la ocasión para hablar con sus soldados de la muerte de Didon, tal como la cuentan los antiguos historiadores y para mejor desmentir a Virgilio y restituir su reputación a la reina de Cartago, se divierte discutiendo el asunto durante dos cantos enteros. Además no es un defecto menor el que su poema se componga de treinta y seis cantos muy largos. Se puede suponer con razón que un autor que no sabe o no puede detenerse, no es merecedor de tal carrera. La publicación de La Araucana dio pie a que el entonces virrey del Perú, García Hurtado de Mendoza, quien se sentió menoscabado en el relato, encargara otro poema épico, Arauco Domado (1596), al poeta chileno Pedro de Oña. Esta segunda obra, habitualmente considerada inferior al poema de Ercilla, es el primer texto poético publicado por un autor nacido en Chile. En Chile se suele considerar, incorrectamente, a La Araucana como el último poema épico que narra el nacimiento de una nación, a la manera de los poemas clásicos como la Eneida o los cantares de gesta medievales. Incluso algunos autores llevan más allá esta idea: Chile fue escogido por los hados, y podemos gloriarnos de ser entre los pueblos modernos, el único cuyos orígenes hayan sido celebrados por la trompa épica, a semejanza de las antiguas ciudades griegas y romanas. Eduardo Solar Correa Sin embargo, se escribieron poemas épicos nacionales entre los siglos XVII y XIX, como La Argentina y conquista del Río de la Plata de Martín del Barco Centenera, publicada en 1602, y los poemas épicos nacionales finlandeses Kalevala, publicado en 1835 gracias al trabajo de recopilación folclórica de Elias Lönnrot, y Las Historias de Ensign Stål, escritas en 1848 por Johan Ludvig Runeberg. Por considerársele el poema épico nacional, en Chile se les suele enseñar a los escolares de educación básica la siguiente estrofa de la obra: Chile, fértil provincia y señalada Canto I, La Araucana. El compositor chileno Gustavo Becerra-Schmidt (1925-2010), uno de los más prominentes de su país, compuso en 1965 un oratorio basado en La Araucana que lleva igual título. Tiene la particularidad de incluir instrumentos musicales del pueblo mapuche dentro de la orquesta sinfónica. Araucana y el Quijote. Cabe destacar en este trabajo la estrecha relación que hay entre la famosa obra "El Hidalgo Don Quijote de la Mancha" de Miguel de Cervantes y "La Araucana" de Alonso de Ercilla: Sí se observamos las portadillas de ambas obras, contenidas en esta misma página, podrá observarse que la primera edición del Quijote fue impresa en Madrid en el año 1605 por Juan de la Cuesta, el mismo editor que también publicaría, cinco años después, una de las ediciones de "La Araucana" con sus tres partes. Agreguemos que en nuestra investigación descubrimos que según don José Toribio Medina (el más importante biógrafo de Ercilla, sin lugar a dudas) Ercilla y Cervantes debieron conocerse durante la campaña de Portugal y las Islas Azores, emprendida por Felipe II entre 1580 y 1583, en la cual ambos escritores y soldados participaron. Autor
Nació en Madrid, en 1533. Sus padres —Fortún García de Ercilla, jurista del Consejo Real, y Leonor de Zúñiga— eran oriundos de Bermeo (Vizcaya, País Vasco). Sexto y menor de los hijos, cuando tenía apenas un año, muere su padre. Su madre tratará de sacar adelante a su familia y se desplaza a los distintos señoríos en los que puede recibir rentas (Bermeo, Nájera, Bobadilla). La situación económica se agrava al ser despojada por una discusión sobre su patrimonio en 1545, al tiempo que su hijo mayor muere en Madrid. Casi en la pobreza destina su segundo hijo a la Iglesia y solicita el favor de Carlos V. En 1556 llega al Perú y acompaña a García Hurtado de Mendoza, el recién nombrado gobernador y capitán general de Chile, donde se habían sublevado los araucanos. Estuvo en Chile diecisiete meses, entre 1557-1559 y conoció a don Francisco Pérez de Valenzuela. Participó en las batallas de Lagunillas, Quiapo y Millarapue, siendo testigo de la muerte de Caupolicán, protagonista de su poema: La Araucana, poema épico de exaltación militar en 37 cantos, donde narra los hechos más significativos de la guerra de Arauco contra los araucanos (mapuches) y que empezó a escribir en campaña. En marzo de 1558 don García fundó la ciudad de Osorno y, cuando se realizaba una fiesta en la nueva ciudad con la participación de todos sus vecinos, salió don García por una puerta falsa de su casa cubriendo el rostro con un casco de visera cerrado acompañado de Alonso de Ercilla y Pedro Olmos de Aguilera. De improviso se incorporó Juan de Pineda, quien estaba enemistado con Alonso de Ercilla por rencillas anteriores y en un momento dado ambos sacaron espadas produciéndose un confuso incidente. Don García se percató de la situación y arremetió contra el más exaltado, que era Alonso de Ercilla, y lo derribó con un golpe de maza. Malherido, Alonso de Ercilla corrió a una iglesia y buscó asilo. El gobernador mandó encarcelarlos y degollar a ambos contendientes al día siguiente. La vecindad y muchas personas influyentes, considerando injusta la condena, trataron de persuadir a García Hurtado y Mendoza, pero los preparativos para la ejecución prosiguieron y la esperanza de salvarlos estaba perdida. Entonces dos mujeres, una española y otra india, se acercaron a la casa de don García y se introdujeron por la ventana y por medio de súplicas lograron conmover el duro corazón del gobernador, quien perdonó la vida a los sentenciados. Alonso de Ercilla siguió preso tres meses más y luego fue desterrado al Perú. Escribiría don Alonso en su épico poema La Araucana respecto de este serio incidente: Ni digo cómo al fin por accidente La Araucana fue considerada por Cervantes como una de las mejores obras épicas en verso castellano que haya producido España y la salva novelísticamente del fuego a que fue sometida la biblioteca de don Quijote. Después de residir en el Perú, regresó a España en 1562, donde publicó su gran obra (1569), dedicada a Felipe II. Fue nombrado gentilhombre de la corte y caballero de Santiago en la villa de Uclés, tras lo cual participó en diversas acciones diplomáticas. En 1570 se casó con María de Bazán y se instaló en Madrid, donde terminó las partes segunda (1578) y tercera de su poema (1589). Ercilla usa la palabra araucano como gentilicio de la palabra en mapudungun rauko (tierra gredosa). Fallece en Madrid a los 61 años en 1594. Sus restos reposan en el Convento de San José situado en la ciudad de Ocaña en Toledo. El convento se halla habitado por carmelitas descalzas. Sus restos estuvieron varios siglos bajo el altar en una cripta donde se enterraban las propias monjas, pero fueron trasladados a la iglesia anexa al monasterio para que pudiesen ser visitados con más facilidad. Todos los días del año, a las 8 de la mañana, se abre la iglesia. |
LA PLUMA Y LA ESPADA - ALONSO DE ERCILLA. Alonso de Ercilla y la gran épica ‘La Araucana’ Soldado y autor, desgrana en primera persona la singular campaña de los españoles contra el pueblo mapuche durante la conquista de Chile Antonio Pérez Henares - 26/12/2022 Alonso de Ercilla, hoy un autor en buena medida olvidado, fue en su tiempo no solo de los más exitosos sino considerado por los más grandes de nuestra literatura y en aquel Siglo de Oro de nuestras letras que compartieron como una de las cumbres de la poesía, en su caso épica. Merced, sobre todo, no tiene una obra extensa, a La Araucana, escrita en su juventud y siendo él mismo un soldado de quienes combatieron en aquella guerra en el confín del mundo conocido, en el extremo y desolado sur de Chile. En ella, escrita en plena campaña, utilizando como soporte cueros cortezas o pedazos de cartas, fue desgranando sus versos para contar aquella singular campaña y cruenta guerra con la etnia mapuche que había derrotado y dado muerte al avezado militar y conquistador Pedro de Valdivia, fundador de Santiago de Chile y de Concepción. Quizá también en parte por ello, porque aunque en ella se narra la victoria final, no puede sustraerse el recuerdo de lo que fue una verdadera tragedia para las tropas españolas, y mucho más todavía porque no es precisamente afición a leer lírica épica, con la excepción del Mío Cid, lo que ahora abunda en España. Sin embargo, el personaje de Valdivia sí continua suscitando interés y levantando pasiones encontradas. Inés del alma mía, la novela de la chilena Isabel Allende, es buena prueba de ello y la conjunción de la figura de Valdivia, con su aguerrida y leal amante, en la hermosa prosa de la autora, ha sido un éxito mundial. Valdivia, un curtido militar que había servido con Francisco Pizarro en la La Araucana es un poema épico que narra la guerra de los españoles contra los indios araucanos durante la conquista de Chile, conquista de Perú y alcanzado rango y honores, había sido determinante en la derrota, ya muerto este asesinado por los almagristas, de su hermano menor el rebelde Gonzalo de Pizarro, sublevado contra la Corona y al que venció en la batalla definitiva al frente de las tropas realistas. Tras ello se desplazó hacia el inhóspito Chile y allí conquisto todo el norte de la actual nación, fundando Santiago y bajando luego continente abajo para establecer también Concepción. Topó allí con los mapuches. Los venció en varias ocasiones, pero liderados por Lautaro, que había sido de niño capturado por los españoles y servido como paje del propio Valdivia, fugado y habiendo aprendido sus tácticas y el uso de la caballería, acabó por derrotarlo, darle muerte, tomar Concepción y amenazar la propia capital. Según algunos cronistas, la muerte de Valdivia fue espantosa, vengándose con atroces torturas y mutilaciones de las que él había infligido antes a los indios. Otros aseguran que su fallecimiento, tras su captura, fue rápido y de un mazazo en la cabeza. En cualquier caso, la situación era penosa para los castellanos. Y fue entonces cuando el joven Alfonso Ercilla se alistó para combatir en aquellas lejanas tierras, que le subyugaron e hicieron brotar el gran poema épico con el que ha pasado a la historia. Había nacido en Madrid (1533), aunque sus padres eran vizcaínos, de Bermeo, de origen noble, Fortún García de Ercilla, miembro del Consejo Real, y Leonor de Zúñiga, con parentesco con las más linajudas familias, como los Mendoza y los Manrique, siendo el hijo menor de los cinco del matrimonio. Al año de nacido quedó huérfano de padre y para colmo de desdichas su familia había perdido en un pleito su renta más importante, el señorío de Bobadilla, y quedado prácticamente en la ruina. Acudió en su ayuda el propio emperador Carlos, quien los acogió en la corte e hizo de la madre dama de la emperatriz, la bellísima y eficaz Isabel de Portugal. Alonso, por su parte, acabó como paje del futuro Felipe II. Viajes y cultura. Supo sacar buen provecho a ello y adquirió una importante formación renacentista en todos los aspectos, desde la cultura, los idiomas -sabía cuatro, además de castellano; latín, francés, italiano y alemán-, a las armas, aprendiendo a montar a caballo y manejarlas con destreza. Acompañando al príncipe Felipe viajó por muchos lugares de Europa, recorrió Génova, Milán, Trento, Innsbruck, Múnich, Ulm, Luxemburgo, Bruselas y Augsburgo. Al volver a España se afincaron en Valladolid (1549), lo que le permitió presenciar el gran y apasionado debate del momento y que tuvo trascendencia oceánica, entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, sobre el derecho de conquista. Después, viajó a Viena acompañando a su madre y doña María, hermana de Felipe, a su boda con el rey de Hungría y Bohemia. Tres años después, regresó a España para acompañar ahora de nuevo a Felipe, esta vez a Inglaterra como rey consorte por su matrimonio con María Tudor. Allí le llegó la noticia de la insurrección de Hernández Girón en Perú y la derrota y muerte de Valdivia a manos de los araucanos. Nombrados Andrés Hurtado de Mendoza, virrey de Perú, y Jerónimo de Alderete, gobernador de Chile, para poner remedio al desastre, Ercilla consiguió licencia de Felipe para partir con ellos desde Cádiz rumbo a las Indias en el año 1555. Alderete murió de fiebres en la isla de Taboga, antes de llegar, y Ercilla siguió junto al el virrey hasta Lima hospedándose con él en el palacio virreinal. Derrotado Hernández Girón, decidió entonces proseguir la aventura y enrolarse con las tropas de su hijo García Hurtado de Mendoza, nombrado gobernador y capitán general de Chile, que partían para combatir la revuelta araucana (1557). Cuando Alonso de Ercilla llegó al territorio, el signo de la contienda había cambiado. Las tropas españolas al mando de Francisco de Villagra, tras no pocos reveses -Concepción había quedado despoblada tras la derrota de Valdivia y luego, repoblada de nuevo, otra vez abandonada tras un nuevo asalto mapuche- habían logrado rehacerse. Los araucanos no consiguieron hacerse con Santiago y desde allí Villagra lanzó su contraofensiva contra un Lautaro al que sus éxitos habían ensoberbecido y hecho que surgieran disensiones y descontento entre las diversas tribus contra su despótico liderazgo. Finalmente, Villagra no solo consiguió sorprenderle y derrotarle sino que pereció en el combate (abril de 1537). La rebelión, sin embargo, seguía siendo muy fuerte y Ercilla sufrió junto con las tropas los duros combates y las terribles inclemencias del tiempo al que hubieron de enfrentarse: Ercilla permaneció en Chile 18 meses, 12 de los cuales estuvo en campaña capitaneando una compañía y dio prueba de valor y temple militar. Participó en las batallas de Lagunillas, Quiapo y Millarapue. Fue testigo de la captura y muerte de uno de los grandes líderes araucanos de Caupolicán, a quien convertiría en protagonista de La Araucana. En él, Alonso de Ercilla, no solo hace exaltación militar de los soldados españoles sino que manifiesta una profunda admiración y respeto a la valentía, así como gran compasión con los mapuches, y reprocha con dureza las crueldades cometidas contra ellos. Camino lleno de baches. Pasó indudables peligros, alguno de gravedad para su vida, pero donde estuvo a punto de perderla fue ya vuelto hacia el norte y con su jefe y amigo el gobernador García. Este había fundado la ciudad de Osorno y, celebrando una fiesta en ella, salió de incógnito, cubriéndose el rostro con un casco con la visera bajada y acompañado de Ercilla. En el trayecto se metió de por medio un enemigo de Ercilla, quien le buscó pendencia, acabando ambos a mandobles y estando a punto el poeta de matar a su rival. Don García, con una maza que llevaba en el arzón del caballo lo derribó de un golpe y, aunque se refugió en un templo, fue apresado. El gobernador, furioso, condenó a los dos rivales a muerte y a ser degollados al día siguiente por haber puesto en peligro la suya provocando aquel incidente. Intentaron muchas personas influyentes persuadir a Hurtado de Mendoza para que suspendiera la ejecución, pero no hubo manera. Se estaba ya levantando el cadalso cuando dos mujeres, una española y otra india, lograron acceder por una ventana a la estancia de don García, que se había aislado y prohibido que se le importunara con aquello. Ellas consiguieron, con muchas súplicas, que finalmente accediera a no ejecutarles y les perdonó la vida. Eso sí, Ercilla estuvo tres meses preso y luego fue desterrado a Perú. Pasado luego un tiempo, la relación con García se restablecería y volverían a amigar. Aun así, el escritor dejaría en la propia La Araucana, relato y queja por todo el trato recibido: «Ni digo cómo al fin por accidente del mozo capitán acelerado a plaza fui sacado injustamente a ser públicamente degollado; ni la larga prisión impertinente do estuve tan sin culpa molestado ni mil otras miserias de otra suerte, de comportar más grave que la muerte». Para cuando regresó definitivamente a España, en el 1563, ya tenía compuesta la primera parte de su gran obra, que dedicó -¿a quién sino?- a Felipe II. Tuvo desde su salida a la luz un éxito fulgurante y le valió el elogio y el aplauso. También el reconocimiento del rey y su entrada en la corte, pues fue nombrado gentilhombre de la misma y, además, caballero de Santiago en la sede central de la Orden en Uclés, con lo que ello implicaba. Enlace. Agasajado y celebrado, participó en misiones diplomáticas al servicio de Su Majestad, pero se preocupó además de hacer una inmejorable boda, pues se casó con una pariente cercana del marqués de Santa Cruz, el gran marino Álvaro de Bazán, quien unía a sus grandes dotes militares y navales, demostradas en Lepanto, una gran fortuna. Contrajo matrimonio en 1570 con María Bazán, que aportó como dote la nada desdeñable cifra de ocho millones de maravedíes, con lo cual el poeta pudo dedicarse por entero a culminar, tras fijar residencia en Madrid, las partes segunda (1578) y tercera (1589). Se tomó su tiempo, de su magno poema. A su joven esposa, con la que no tuvo hijos, aunque sí reconoció a dos naturales -uno de ellos perecería en la Armada Invencible-, le dedicó un poema muy sentido: «Era de tierna edad, pero mostraba / en su sosiego discreción madura, / y a mirarme parece la inclinaba / su estrella, su destino y mi ventura; / yo, que saber su nombre deseaba, / rendido y entregado a su hermosura, / vi a sus pies una letra que decía: / del tronco de bazán doña María». A su poderoso pariente también le dedicó otro tras su victoria naval contra los franceses en La Terdera de las Azores, que supuso acabar con los obstáculos para la llegada al trono de Portugal de Felipe II. Murió en Madrid en 1594, a los 61 años y sus restos fueron enterrados en el convento de san José en la villa toledana de Ocaña, en cuya iglesia siguen hoy reposando. En su tiempo mereció muchos elogios, puede que algunos de aduladores, pero no lo fue sino sentido el que tuvo para el nada menos que don Miguel de Cervantes, quien consideró a La Araucana una de las mejores obras épicas en lengua castellana y da prueba de su aprecio salvándola del fuego purificador a las que condena en El Quijote a las de la biblioteca del andante caballero y por la que había perdido el juicio. Más recientemente fue Marcelino Menéndez Pidal quien puso en valor su trabajo. |
La tumba de Alonso de Ercilla. 11/01/2023 Si uno va a Ocaña, es imprescindible visitar la tumba del gran Alonso de Ercilla y Zúñiga, el poeta-soldado autor de La Araucana, sin duda una de las mejores obras épicas en verso de la literatura universal. Alonso de Ercilla falleció en Madrid en 1594, pero sus restos reposan en el Convento de San José de las carmelitas descalzas de Ocaña, junto con los de su mujer, María Bazán y los de su hermana, Magdalena de Zúñiga, por ser los fundadores de ese convento. Restos que estuvieron varios siglos en un nicho entre dos bóvedas del coro bajo del monasterio y que en la actualidad se hayan en la iglesia anexa al convento, donde se trasladaron en el año 1961. Sus huesos ya se habían sacado de la sepultura en el año 1869 para cumplir con el proyecto de las Cortes Constituyentes de hacer un Panteón Nacional de españoles ilustres en la Iglesia madrileña de San Francisco el Grande, hacia donde se llevaron los restos de buena parte de las grandes figuras del país con no pocos conflictos y polémicas que malograrían la idea. Ocaña cedió sólo el cráneo de Ercilla, que, fracasado el proyecto del Panteón Nacional, fue devuelto al pueblo en 1877. Pero ya no reintegraron el cráneo, metido en una urna, al nicho con los demás restos de donde lo habían sacado, lo colocaron en una mesita de la capilla del coro junto con un busto de Ercilla. La urna con el craneo desapareció en la Guerra Civil. En 1961, con motivo de un gran homenaje que Chile hace al autor de La Araucana, se abrió de nuevo su primitivo enterramiento, después de los oportunos permisos del Arzobispado de Toledo. El forense reconoció los restos y sacó parte de ellos, los que consideró que eran del poeta, ya que en el mismo sepulcro, como dije, estaban los de su mujer y de su hermana, fueron depositaron en una arqueta de zinc, madera y terciopelo rojo, adornada con cintas de los colores de la bandera de Chile y España, trasladada por autoridades políticas y académicas chilenas y españolas, se empotró en un muro de la Iglesia y se colocó una lauda en bronce esculpida por el escultor hervasense Enrique Pérez Comendador con la figura del gran poeta Alonso de Ercilla y Zúñiga, ahora olvidado en los textos escolares, que consideraba que «las honras consisten no en tenerlas, sino en sólo arribar a merecerlas». |
Alonso de Ercilla y Zúñiga.
Ercilla y Zúñiga, Alonso de. Madrid, 1533 – 27.XI.1594. Poeta, militar y diplomático. Sus padres, Fortún o Fortuño García de Ercilla, jurista del Consejo Real, y Leonor de Zúñiga, eran oriundos de Bermeo (Vizcaya). Sexto y menor de los hijos, cuando tiene apenas un año, murió su padre. Leonor trató de sacar adelante a su familia y se desplazó a los distintos señoríos en los que podía recibir rentas (Bermeo, Nájera, Bobadilla). La situación económica se agravó al ser despojada por un pleito de su patrimonio (1545), al tiempo que su hijo mayor murió en Madrid. Casi en la pobreza, destinó a su segundo hijo a la Iglesia y solicitó el favor de Carlos V. El Emperador la asignó al servicio de la infanta doña María (su hija recién casada con el rey de Hungría y Bohemia, Maximiliano II) y a su hijo Alonso, como paje al servicio del príncipe Felipe en su viaje por otros estados del imperio. Desde Valladolid (1548), recorrió Barcelona, Génova, Milán, Trento, Innsbruck, Múnich, Ulm, Luxemburgo, Bruselas y Augsburgo (I. Lerner). Regresó a España en 1551 y residió en Valladolid, estancia decisiva, de acuerdo con la crítica, para la redacción de La Araucana, pues le permitió ser testigo presencial de las apasionadas confrontaciones entre Sepúlveda y Las Casas sobre el conflictivo tema de la guerra justa. Viajó a Viena para acompañar a su madre y hermanas en el séquito de doña María y regresó al cabo de tres años como paje del príncipe, a quien acompañó a Inglaterra con motivo de su matrimonio con la reina María. Algunos autores (J. Toribio Medina) señalan que estuvo en Flandes, si bien habría llegado a Londres con el séquito del príncipe cuando se recibió la noticia del levantamiento de Hernández Girón en Perú y la terrible muerte de Valdivia en Chile a manos de los araucanos. Su educación sufrió los contratiempos de estos viajes. Se redujo a las lecturas de Virgilio y Lucano, la historia romana, la Ilíada, la Biblia y los poetas contemporáneos, sobre todo Ariosto, pero también Dante, Petrarca, Bocaccio o Sannazaro, junto a Garcilaso, gracias a las clases impartidas por el humanista Calvete de Estrella, quien fue cronista real. El príncipe Felipe, durante su estancia en Inglaterra, nombró a Andrés Hurtado de Mendoza virrey de Perú y a Jerónimo de Alderete, gobernador de Chile. Su objetivo principal era someter la insurrección de Hernández Girón. Ercilla, con licencia del príncipe, se enroló en las filas que partían desde Cádiz (1555) rumbo a las Indias. Alderete murió de fiebres en la isla de Taboga y Ercilla continuó el viaje hasta Perú, donde llegó en 1556. Se hospedó en el palacio virreinal cuya sede fue ocupada por el virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Según J. Toribio Medina, decidió, tras la derrota de Hernández Girón, enrolarse en la expedición de castigo contra los araucanos al mando del hijo del gobernador de Chile, García (febrero de 1557). Tras pasar por La Serena, llegaron a Concepción el 28 de junio, después de haber sufrido una tempestad (I. Lerner). A partir de este momento, la biografía de Ercilla se completa con los datos que él mismo refiere en La Araucana. El poema consta de tres partes (divididas a su vez en treinta y siete cantos), publicadas en 1569, 1578 y 1589 e introducidas cada una por su correspondiente “exordio” (C. Goic). Redactado en octavas reales, refiere la conquista del Arauco tras la muerte de Valdivia. Ercilla es consciente de su valor como testigo presencial de los hechos y destaca reiteradamente el componente autobiográfico del poema ("podré ya discurrir como testigo / que fui presente a toda la jornada /.../ va la verdad desnuda de artificio / para que más segura pasar pueda”). El poema refiere su desembarco en Coquimbo, la visita a La Serena y su llegada a la isla de Quiriquina. La hostilidad de los indios desaparece al considerar como señal divina la caída de un meteoro. No escatima esfuerzos en el relato del detalle e incluso refiere la construcción de toldos, pabellones o fuertes o bien refiere acciones heroicas, como la de Mencía de Nidos que defendió la Ciudad de Concepción (La Araucana, I, 109). El 25 de agosto tuvo lugar el primer asalto araucano (de acuerdo con J. Toribio Medina, pero, según Góngora Marmolejo, sería el 15). Ercilla, por su parte, lo retrasa al 10 de agosto, de modo que coincida con el día de la victoria de San Quintín. Tras el asalto, y la estrategia araucana de adentrarse en su tierra para obtener la victoria, los españoles cruzan el Bio, Bío donde son nuevamente atacados. Es el primer encuentro con Tucapel y Galvarino que se encuentra entre los prisioneros y a quien se le infringe el castigo de quebrarle las manos. Acampa en la cuesta de Andalicán y envían emisarios de paz que no regresan. Decide García continuar el camino y se interna en tierra enemiga donde Caupolicán reta al jefe de la expedición a un combate que es aceptado. Sin embargo, es una emboscada y no luchará en solitario el jefe araucano, sino acompañado de ocho o diez mil araucanos (Barros Arana). El poema refiere con especial insistencia el combate entre los distintos jefes de ambos bandos. Tucapel, Caupolicán, Rengo, Galvarino, Lincoya, luchan como héroes homéricos (I. Lerner). El propio Ercilla, junto al genovés Andrea, colabora en la victoria, deslucida por el comportamiento sanguinario de los españoles, que llegan —de acuerdo con el poema— a exigir de él una mayor agresividad. La humanidad del poeta destaca en su actuación con Galvarino, de quien solicita el indulto, sin éxito, debido a la actitud del jefe araucano que pide ser ejecutado al igual que el resto de los caciques (“me opuse contra algunos, procurando / dar la vida a quien ya la aborrecía”). De este modo se materializa “el insulto y castigo injusto”. Las peripecias de Ercilla corren parejas al relato épico. El gobernador trata de pacificar la tierra y para ello se hace preciso emprender un viaje a La Imperial en busca de avituallamiento. A su regreso, los indios les tienden una emboscada que tendrá un final feliz para los españoles, gracias a diversas estratagemas y a la actuación valiente de Ercilla, quien, al mando de su compañía, logra alcanzar la cima de una sierra desde donde atacar a los indios. Finalmente llegan al campamento y tras diversas escaramuzas fundan la población de Cañete que queda al mando de Reinoso. A principios de 1558, regresan a La Imperial, donde reciben la noticia de un nuevo ataque araucano a la población recién fundada. De acuerdo con el relato lírico, Caupolicán en este nuevo enfrentamiento será definitivamente vencido, y trece de sus caciques ejecutados de un modo bárbaro. Varias partidas marchan en busca del huido jefe araucano a mediados de febrero. El engaño de los guías y la fragosidad de la tierra desaniman a los expedicionarios, que nuevamente serán engañados por un indio viejo y astuto que les indica un camino falso. Sin embargo, tras varios días en los que hace estragos el hambre y el cansancio y cuando perdían toda esperanza de salvación, encuentran una verdadera visión paradisíaca de un lago surcado por canoas de indios pacíficos. El cambio de situación anima a los descubridores a continuar, lo que les permite llegar hasta la “isla” de Chiloé. Ercilla en solitario avanzará media milla más y dejará grabado en un árbol su testimonio, el 28 de febrero de 1558 a las 2 de la tarde. Guiados por un indio baquiano regresan a La Imperial. Durante su estancia en la población, tiene lugar uno de los sucesos más destacados de su biografía. Con ocasión de celebrar el advenimiento de Felipe II al trono de España, se convocan justas y desafíos. Recuerda su contemporáneo Góngora de Marmolejo que, estando Ercilla y Pedro Olmos de Aguilera juntos, un tercero se quiso meter entre ambos. Ercilla echó mano a la espada y Pineda hizo otro tanto. García, que acudió al festejo cubierto con una máscara, arremetió contra Ercilla con una maza que llevaba colgando del arzón de la silla. Otro contemporáneo, el fraile agustino Bernardo Torres, señala como motivo una discusión sobre la precedencia en los lugares que le correspondían en la iglesia y Pedro Mariño Lobera refiere que el altercado tuvo como origen, asimismo, el lugar que les correspondía en el festejo y que, don García recelando no fuera una traición, arremetió con la maza y le derribó del caballo, al parecer con ánimo de matarle. Por su parte, Suárez de Figueroa ofrece como motivo una discusión sobre quién había herido mejor en el estafermo (J. Toribio Medina). Ambos se refugiaron en la iglesia, pero García ordenó que se les ahorcase al día siguiente. La injusticia de la decisión hizo que varios caballeros intercedieran por Ercilla a fin de que García cambiara la sentencia, lo que al parecer se consiguió finalmente gracias a que intercedió por él una joven india, amiga del jefe español. Medina refiere que el gobernador, encerrado en su despacho, no permitió que nadie se le acercase y las mujeres tuvieron que escalar hasta la habitación para implorar el perdón. Ercilla fue finalmente encarcelado y desterrado a Perú, lo que aún se retrasó por las exigencias de la guerra e incluso participó en algunas escaramuzas (...después del asalto y gran batalla / de la albarrada de Quipeo, temida / donde fue destrozada tanta malla, / y tanta sangre bárbara vertida / fortificado el sitio y la muralla / aceleré mi súbita partida /.../ salí de aquella tierra y reino ingrato, / que tanto afán y sangre me costaba”). Dos meses más tarde, llega a Callao (1558). Participa en algunas escaramuzas, pero poco se sabe de su estancia en Perú. Trata de incorporarse a la batalla con Lope de Aguirre, pero enterado de la muerte de éste, apresura su partida y embarca en Panamá, como él mismo refiere en el poema, a finales de septiembre de 1561. En Panamá tuvo lugar otro altercado. En conversación con Fernando de Santillán, éste se quejó de ciertos comentarios, proferidos por Ercilla sobre él, que implicaban una ofensa y de los que había tenido noticia a través de Ramírez de Cartagena. Ercilla se hizo el encontradizo a la salida de la iglesia y en compañía de Bartolomé Pineda, que actuó como testigo, le pidió explicaciones. El caso se solucionó y, en el expediente del proceso que se instruyó en España, quedó de manifiesto la actitud caballerosa del poeta. Seguramente desde Panamá marchó a Nombre de Dios, de donde partían las naves hacia la Península. Una extraña enfermedad que padeció, según refiere en el poema, detuvo su regreso cerca de dieciocho meses. A mediados de 1563 llega a Sevilla y se encamina hacia Madrid con la noticia de la muerte de su madre (ocurrida en 1559). Tras dar cuenta de su viaje al Rey, emprende viaje a Viena en busca de su hermana Magdalena, quien tenía tratado matrimonio con Fadrique de Portugal y aún servía como dama a doña María, mujer de Maximiliano. Con tal motivo, recorre Francia, Italia, Alemania, Silesia y Moravia. Su llegada a la Corte fue recibida con satisfacción y el Monarca le nombró gentilhombre de la Boca de los Príncipes de Hungría. La reina doña María escribió una carta de recomendación a su hermano Felipe II. Acompañando a su hermana, María Magdalena, llegó a Madrid en agosto de 1564. El matrimonio se celebró en abril de 1565, y fue muy breve, pues su hermana falleció meses más tarde, el 18 de octubre del mismo año. Ercilla fue su heredero principal y con Fadrique de Portugal firmó una transacción relativa a la dote. Vendidos los bienes en almoneda tuvo que ajustar con su hermano Juan de Zúñiga, provisor y capellán del Hospital Real de Villafranca de Montes de Oca. Su precaria situación anterior mejoró con la herencia, si bien aún se le ve solicitar los cuatro años de sueldo que le debían las cajas reales de Lima. Fruto de su relación con una mujer de origen muy humilde, Rafaela de Esquinas, nació su hijo Juan (1568) y compró para ambos una casa en la calle de los Jardines. En 1569, y a su costa, publicó la primera parte del poema, dedicado a Felipe II. Su éxito lo confirma la edición de la segunda parte nueve años más tarde, seguida en 1589 de la tercera. La obra completa apareció publicada en 1590. Las variantes del poema estudiadas por J. Toribio Medina revelan que Ercilla corrigió y pulió. En vida de Ercilla el éxito fue tal que se hicieron más de diez ediciones. Aparece citado en el “Canto a Calíope” de La Galatea cervantina y en El Quijote es alabado por el cura quien califica el poema de “los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos”. Por su matrimonio en 1570 con María de Bazán —pariente de Álvaro Bazán, el vencedor de Lepanto—, logró acceder a la nobleza de mayor alcurnia. Así lo revela el hecho de que sus padrinos fueron doña Ana de Austria y el emperador Rodolfo. Su encuentro queda inmortalizado en el poema: “Era de tierna edad, pero mostraba / en su sosiego discreción madura, / y a mirarme parece la inclinaba / su estrella, su destino y mi ventura; / yo, que saber su nombre deseaba, / rendido y entregado a su hermosura, / vi a sus pies una letra que decía: / del tronco de bazán doña maría” (Canto XVIII). La madurez y confianza en su mujer quedará puesta de manifiesto al encomendarle incluso cuestiones jurídicas y económicas. Pese a ciertas dificultades iniciales, debidas a la desconfianza de sus suegros, el matrimonió se realizó, aunque no tuvo descendencia. Sin embargo, sí consta el reconocimiento de dos hijos naturales. Juan, ya citado, que murió en el naufragio de la nave San Marcos que formaba parte de la Armada Invencible, y una hija que ingresó en un convento. Por estas fechas, fue nombrado gentilhombre de Cámara del Emperador y caballero de la Orden de Santiago, tras la información precisa de limpieza de sangre (29 de noviembre de 1571). Para cumplir con los preceptos de la Orden y bajo el mandato de Su Majestad, se embarcó en Cartagena y meses más tarde partió con la expedición de socorro de La Goleta en África, sitiada por los turcos, que se perdió antes de ver llegar el socorro. No siendo necesaria su presencia en Nápoles y habiendo cumplido con lo prescrito por los estatutos de la orden, se dirigió a Roma, donde fue presentado ante el papa Gregorio XIII, quien había sido compañero en Bolonia de su padre. Continuó su viaje por el norte de Italia, visitando Siena, Florencia, Bolonia, Ferrara, Mantua, Cremona, Piacenza, Milán y Pavía, como recuerda en La Araucana. Pasó a Venecia, donde trabó amistad con el embajador español Guzmán de Silva. El 9 de septiembre de 1575 se encuentra en Praga asistiendo a la coronación del rey Rodolfo como rey de Bohemia. Se recluyó en Uclés para conocer la regla y ceremonias por las que se rige la Orden de Santiago, de donde salió tres meses más tarde para reintegrarse a su casa. Allí preparó la segunda parte de La Araucana, cuyo éxito corroboran las cuatro ediciones que ya se habían hecho en ese momento de la primera. Cabe reseñar que esta segunda parte incluye un soneto laudatorio de su compañero y capitán García Hurtado de Mendoza, lo que indica que el altercado y sus consecuencias habían sido olvidados por ambos. Su fama, la dedicatoria de esta segunda parte y su conocimiento del idioma, hicieron que fuera comisionado para entrevistarse con el duque de Brunswick, casado con una prima de Felipe II, con objeto de llevarles cartas de bienvenida del Rey, y la expresa advertencia de que, por todos los medios, procurase que no pasaran de Zaragoza. El carácter del duque y sus pretensiones de un puesto en el alto gobierno, no permitieron el éxito total de tal empresa y Ercilla no volvió a recibir ninguna otra encomienda personal del gobernante. En Madrid ha de atender a la enfermedad y muerte de su hermano que tiene lugar en Almaraz el 26 de agosto de 1580. En 1582 viajó a Lisboa. El motivo, según J. Toribio Medina, fue la conquista de las Azores, encomendada a su pariente Álvaro de Bazán. Lo confirma el hecho del romance debido a su pluma y dedicado a la batalla. En Portugal o en las Azores habría conocido entre otros escritores a Cervantes y a Cristóbal Mosquera de Figueroa, quien escribió un poema laudatorio incluido en la tercera parte de La Araucana. Regresó a Madrid a principios de 1583. El Consejo de Castilla le comisionó como censor de libros, desde 1580, tarea que le permitió ponerse en contacto con los escritores de su tiempo, y participar en tertulias particulares, como la del marqués del Valle, donde concurrían Fernando de Herrera, Pedro de Padilla, López Maldonado, Gabriel de Mata, Vicente Espinel, Cristóbal de Mesa, Sánchez de Lima, Gabriel Lasso de la Vega o el cronista Garibay. Entre otras ocupaciones, figura su dedicación a la lucrativa tarea de un comercio de valor, e incluso llegó a ser prestamista, como indica De Amezúa (Opúsculos III, pág. 288). Su último viaje tuvo como objeto el cobro de la dote de su hermana y cierto dinero que había prestado, para lo que se dirige a Alemania. A su regreso, tuvo noticias de la muerte de su hermana María y de su hijo natural Juan de Ercilla, desgracias que minaron su ánimo, como se trasluce en el poema, en el que asoma cierto tono melancólico. Durante sus últimos años residió en Madrid, donde revisó y completó la tercera parte de La Araucana (1589). La erudición y las digresiones se amplían. El poema en su conjunto mezcla realidad y ficción, combinación que justifica el que se ponga en entredicho la importancia de Caupolicán como jefe araucano y su participación en la muerte y emboscada de Valdivia. De hecho, es Lautaro quien derrota y da muerte a Valdivia. Pese a estas desviaciones históricas, como recuerda Lerner, la gran influencia del relato épico de Ercilla incluye a sus contemporáneos que refieren hechos y nombres de los jefes araucanos. Dos elementos resaltan en la obra: la referencia al imperialismo español como dominio de los mares mediante la referencia a la batalla de Lepanto y San Quintín (lograda a través de la intervención del mago Fitón), la defensa de los derechos de Felipe II al trono de Portugal y la introducción de historias ficticias o mitológicas, como las de Elisa y Dido, o los relatos de amor entre los indígenas (Caupolicán y Fresia, Guacolda y Lautaro o Glaura y Cariolán), todos ellos orientados, como indica J. Toribio Medina, a la defensa del amor conyugal. De este modo, los nativos inducen la imaginación poética de Ercilla mientras que los españoles reflejan la realidad histórica. En cualquier caso, el autor respeta y admira el deseo de libertad y la defensa de su propia tierra que llevan a cabo los nativos. Entre las valoraciones de la crítica, desde tiempos cercanos a la redacción del poema, se encuentra un extenso repertorio de ediciones, dieciséis tan sólo durante el siglo que vio a luz el poema a lo que se unen didácticas poéticas que proponen a La Araucana como modelo retórico (Miguel Sánchez Lima, Arte poética en romance castellano, 1580; Díaz Rengifo, Arte poética española, 1592; Luis Alfonso de Carvallo, Cisne de Apolo, 1602; Bartolomé Jiménez Patón, Elocuencia española, 1604; Francisco Cascales, Tablas poéticas, 1617) o referencias, como El Laurel de Apolo (1631) de Lope de Vega, o su auto sacramental basado en el poema, como también lo hace el romance incluido en el Ramillete de Flores de Pedro Flores (1593) y los seis romances incluidos en el Romancero de 1604, o críticas como la de Pedro de Oña, quien le acusa de deformar la realidad o autores que basan sus obras en el poema de Ercilla, como Góngora de Marmolejo o Ricardo de Turia (La belígera española), Luis Belmonte Bermúdez (Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza), o, Francisco de Bustos (Los españoles en Chile) o Gaspar de Ávila (El Gobernante prudente) y Juan de Ariza (don Alonso de Ercilla). Otros como Diego Santisteban Osorio tratan de continuar el poema con la Cuarta y Quinta parte de la Araucana (Salamanca, 1597). La investigación sobre la vida de Ercilla cobra un nuevo impulso a través de los estudios de José Toribio Medina (1852-1930), quien aportó nuevos documentos y reseñó cerca de treinta ediciones. La contribución de Medina al estudio de La Araucana recoge las variantes que reflejan el interés de Ercilla por pulir el poema. Salvo por lo derivado de su oficio como censor, apenas se añade algo nuevo a su biografía. Residió en su casa, donde puso en orden su cuantioso patrimonio y donde murió el 27 de noviembre de 1594. Su testamento refleja cómo llegó a estar relacionado con la Corte, puesto que figuran como testigos y albaceas gentiles hombres de corte y embajadores. Obras de ~: La Araucana de Don Alonso de Erzilla y Cuñiga. Gentil Hombre de su Magestad y de la boca de los Sereníssimos principes de Vngria. Dirigida a la S.C.R.M. del Rey Phelippe nuestro Señor, Madrid, Pierres Cossin, 1569; Primera y segunda parte de la Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga, cauallero de la orden de Santiago, gentil hombre de la camara de la Magestad del emperador, Dirigida ala del Rey don Phelippe nuestro Señor, Madrid, Pierres Cossin, 1578; Tercera parte de la Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga cauallero de la orden de Santiago, gentil hombre de la camara de la Magestad del emperador, Dirigida ala del Rey don Felippe nuestro Señor, Madrid, Pedro Madrigal, 1589 (Primera, segunda y tercera partes de La Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga, Madrid, Licenciado Castro, 1597; La Araucana de D. Alonso de Ercilla y Zúñiga: edición del centenario ilustrada con grabados, documentos, notas históricas y bibliográficas y una biografía del autor, ed. de J. Toribio Medina, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1927; La Araucana pról. de A. de Undurraga Madrid, Espasa Calpe, 1969; La Araucana, pról. de A. Cornejo Polar, Lima, Universo, 1975; La Araucana, ed., intr. y notas de M. A. Morínigo e I. Lerner, Madrid, Castalia, 1979; La Araucana, selec., pról. y notas de G. Araya, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1988 (9.ª ed.); La Araucana, selec., pról. y notas de C. García Alvarez, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1989 (2.ª ed.); La Araucana, ed. y pról. de J. L. de la Fuente, Dueñas (Palencia), Simancas, 2003, 5 vols.; La Araucana, adaptación cinematográfica de la obra de Alonso de Ercilla, Guión: E. Llovet. Enrique Campos. Julio Coll, Madrid, Paraguas Films, 1971). Bibl.: A. Bello, “La Araucana de Alonso de Ercilla”, en El araucano, Santiago, 5 de febrero de 1841; J. de Ariza, Don Alonso de Ercilla, drama original en cuatro actos y en verso, Madrid, Imp Repullés, 1848; J. 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Marrero Fente, “El lamento de Tegualda: Duelo, fantasma y comunidad en La Araucana”, en Atenea (Universidad de Concepción), n.º 490 (2004), págs. 99-114. |
Alonso de Ercilla, "el épico veraz" Ignacio Echevarría 30 marzo, 2022 Tras una violenta refriega, el indio Galvarino es capturado por los españoles, quienes, en “ejemplar castigo”, le amputan las dos manos y lo dejan volver junto a los suyos. Exhausto y casi desangrado, Galvarino llega por su propio pie al campamento del ejército araucano, cuyos jefes se hallan reunidos en consejo. Irrumpe entre ellos y, mostrando sus muñones, los arenga bravamente, disuadiéndolos de cualquier pacto con los conquistadores. Les dice entre otras cosas: “Volved, volved en vos, no deis oído / a sus embustes, tratos y marañas, / pues todas se enderezan a un partido / que viene a deslustrar vuestras hazañas; / que la ocasión que aquí los ha traído / por mares y por tierras tan estrañas / es el oro goloso que se encierra / en las fértiles venas de esta tierra. // Y es un color, es aparencia vana / querer mostrar que el principal intento / fue el estender la religión cristiana, / siendo el puro interés su fundamento; / su pretensión de la codicia mana, / que todo lo demás es fingimiento, /pues los vemos que son más que otras gentes / adúlteros, ladrones, insolentes”. Dos nuevas ediciones de 'La Araucana' ponen de actualidad un texto asombroso, cuya lectura movió a Juan Benet a entonar un mea culpa por haberlo desdeñado siendo joven Rimadas a mediados del siglo XVI por un español, Alonso de Ercilla, que participó como soldado en la ferocísima Guerra de Arauco, en el sur de Chile, estas palabras parecen una réplica apasionada a los argumentos blandidos por quienes, más de cuatro siglos después, aún pretenden que “nuestro legado” en América fue “llevar el catolicismo, la civilización y la libertad”, como dijera Isabel Díaz Ayuso. El Cultural entrevistaba hace poco al historiador Antonio Espino, experto en la Conquista, el último de cuyos libros, La invasión de América (Arpa, 2022), presenta ésta como “una historia de violencia y destrucción”. Como si se tratara de acudir en apoyo de esta premisa y contrarrestar la ofensiva revisionista que ha tenido recientemente lugar a propósito de la cuestión, el azar ha determinado que desembarquen en las librerías, casi simultáneamente, dos nuevas y formidables ediciones de La Araucana, de Ercilla, el único poema épico de la edad moderna que ha ingresado en el canon de la literatura española. Las dos ediciones no compiten entre sí. La de la Biblioteca Castro, a cargo de Luis Íñigo-Madrigal, autor de la instructiva y experta introducción, presenta el texto limpio de notas. La de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, al cuidado de Luis Gómez Canseco, es una edición monumental, tan erudita como didáctica, que además de un copioso aparato de notas incorpora una verdadera enciclopedia ercillana, que permite acceder al texto desde varias perspectivas y a distintos niveles, y que revela a Ercilla como un cortesano de mente calculadora, inspirado por el afán de éxito más que de gloria, en las antípodas de la entrañable humanidad de Cervantes, viejo soldado también, quien sin embargo lo admiraba. Las dos ediciones ponen de actualidad un texto por muchos motivos asombroso, cuya lectura movió a Juan Benet a entonar un mea culpa por haberlo desdeñado siendo joven. A Benet le fascinó del poema la insólita mezcla de épica y crónica, “dos categorías que las más de las veces se repugnan y excluyen” pero que Ercilla, “el épico veraz”, se siente en el deber de superar “porque le ha sido dado un favor que no ha disfrutado ninguno de los épicos que le precedió: ser testigo de la misma gesta”. Es por eso por lo que, dice Benet, “todo el poema resulta un canto a la ambivalencia”: ambivalencia de géneros pero también de sentimientos: “horror a la guerra y admiración hacia el coraje; orgullo por la conquista y desprecio hacia la dominación; respeto y admiración hacia el nativo y odio a la barbarie”. |
La Araucana (1569, 1578 y 1589) es un poema épico del español Alonso de Ercilla que relata la primera fase de la conquista de Chile, particularmente la Guerra de Arauco entre españoles y araucanos. Contexto histórico Según el propio autor, que participó en dicho conflicto, el poema fue escrito durante su estancia en la Capitanía General de Chile, principalmente lo que en la actualidad corresponde a Chile y las regiones occidentales de Argentina, usando, a manera de papel, cortezas de árboles y otros elementos rústicos. Ercilla, quien como antiguo paje de la corte de Felipe II contaba con una educación mayor que la del promedio de la época, había llegado a dicho país como parte de la expedición de refuerzo comandada por el nuevo gobernador García Hurtado de Mendoza. Tras el regreso de Ercilla a España, el libro fue publicado en Madrid en tres partes a lo largo de dos décadas. El primer volumen se editó en 1569; el segundo, en 1578; y el tercero, en 1589. El libro obtuvo, entonces, un considerable éxito entre los lectores. Aunque la historicidad de muchos de los relatos que aparecen en la obra es relativa, se lo considera uno de los mayores escritos testimoniales acerca de la Conquista, y en su tiempo fue habitualmente leída como una crónica verídica de los sucesos de Chile y parte de Argentina. La Araucana había sido precedida por una gran cantidad de textos españoles que describían el Nuevo Mundo a los lectores europeos, como los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que relataban las aventuras de su autor en Norteamérica, o la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, que divulgó la asombrosa caída del Imperio azteca. Sin embargo, La Araucana se distinguió entre estos libros como la primera obra de literatura culta dedicada al tema con claras ambiciones artísticas. Se trataba de un poema, en verso, en vez de una crónica en prosa. Tras La Araucana, surgieron gran cantidad de obras sobre temas americanos que imitaban su estilo poético: La Argentina, Arauco domado y Purén indómito, etc. Con el paso del tiempo, en estos textos se acrecentó el distanciamiento respecto de la crónica y narración de hechos históricos. Los autores optaron por trasladar temáticas del Renacimiento europeo al exótico escenario americano. Así, muchos de estos poemas realmente trataban más sobre sentencias morales, el amor romántico o tópicos latinos, que acerca de la Conquista. Argumento. La Araucana incluye episodios históricos, como la captura y ejecución de Pedro de Valdivia así como la historia de los caciques mapuches Lautaro, Fresia, Colo Colo y Caupolicán. Sin embargo, la trama guerrera hace demasiado uniforme el poema, como ya lamenta el propio Ercilla en el canto XX:
La Araucana. Debido a esto, también se insertan sucesos fantásticos, como el de un hechicero que eleva al narrador en un vuelo sobre la Tierra, permitiéndole ver acontecimientos que suceden en Europa y Oriente Medio, como la batalla de Lepanto. Destaca también el episodio del encuentro con una mujer indígena, Tegualda, que busca a su marido, Crepino, entre los muertos en un campo de batalla. Este último relato es una muestra del aspecto humanista del trabajo de Ercilla y de su condolencia por la suerte corrida por el pueblo indígena, fabulando una carencia de malicia y vicios en la gente hasta la llegada de los españoles, en la línea del mito del Buen Salvaje. Los versos rinden loas a la valentía tanto de conquistadores como de indígenas. Estilística. Como se puede apreciar, el narrador participa activamente en la trama, lo que en ese entonces no era habitual dentro del panorama de la literatura culta española.[cita requerida] La métrica de la obra es la estrofa denominada octava real, que rima ocho versos endecasílabos con el esquema ABABABCC:
La obra pertenece al subgénero del poema épico culto, característico de principios de la edad moderna. Más específicamente La Araucana fue influida por lo que se ha dado en llamar el Canon de Ferrara, dos poemas épicos cultos escritos en dicha ciudad italiana:
La coincidencia entre los poemas ferrarenses y la obra de Ercilla no acaba en el uso del mismo tipo de poema, de temática heroica y caballeresca, sino que existen además otras coincidencias formales, como es el uso de la octava como metro poético. Rastreando las influencias de La Araucana, se debe acotar que a su vez los dos Orlandos eran deudores de la Divina Comedia de Dante, que en 1321 había creado el poema épico culto, trabajando con una temática teológica. La Araucana, por tanto, forma parte de la renovación de la poesía española con formas italianas, surgida a raíz de la intensa intervención política y militar española que se desarrollaba por esos años en la península itálica. De hecho, Ercilla había viajado a Italia como paje del futuro rey Felipe II, lo que le habría dado la ocasión de familiarizarse con los poemas del Canon de Ferrara y el resto de los autores del Renacimiento italiano{cr}. Por otra parte, el poema épico culto era la última moda. Poco tiempo antes de la publicación de La Araucana, otros émulos de los poetas ferrarenses aparecían por doquier. El portugués Luís de Camões había publicado su obra Los lusiadas en 1572. En los años siguientes siguieron Torquato Tasso con Jerusalén liberada en 1575, en 1582 Hipólito Sans con La Maltea, e incluso el rey de Escocia, Jaime VI, se animó a escribir Lepanto en 1591. Pero las raíces más profundas de la poesía épica se remontaban a la antigüedad clásica, de la cual la tradición renacentista italiana hacía eco en ese entonces. En este sentido, La Araucana es deudora de los poemas épicos grecolatinos.
Por otra parte, La Araucana aplicaba un tratamiento de poema épico a hechos recientes. En este sentido reproducía la práctica de una antigua obra latina; la Farsalia de Lucano, que narraba los sucesos de la guerra civil entre Julio César y Sexto Pompeyo, con claras ambiciones de erigirse en un relato verídico. Objetivo e ideología El propio Ercilla expresa las motivaciones de la obra con estas palabras: «[...] por el agravio que algunos españoles recibirían quedando sus hazañas en perpetuo silencio, faltando quien las escriba; no por ser ellas pequeñas, pero porque la tierra es tan remota y apartada y la postrera que los españoles han pisado por la parte del Perú, que no se puede tener della casi noticia, y por el mal aparejo y poco tiempo que para escribir hay con la ocupación de la guerra, que no da lugar a ello; así el que pude hurtar, lo gasté en este libro, el cual, porque fuese más cierto y verdadero, se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños que no cabían seis versos, que no me costó después poco trabajo juntarlos [...].» Alonso de Ercilla. La obra es, por tanto, una reivindicación del valor desplegado por los soldados españoles en una guerra lejana y olvidada. Entre los soldados de esta guerra olvidada figuraba el propio Ercilla, por lo que, en algún sentido, también es una reivindicación de la actuación personal. Ese es el objetivo explícito y expresado. Sin embargo, un historiador estadounidense cree que el texto tiene como motivación oculta la reivindicación de la figura del indígena, sin embargo se suele interpretar esta valoración del indígena como una forma indirecta de autovaloración del español que lo vence. Recepción de la obra Es una de las obras que, en la ficción, Miguel de Cervantes salvó en la escena de la quema de los libros de caballerías que tiene lugar en el capítulo VI de Don Quijote de la Mancha. La Araucana comparte con este tipo de obras cierto estilo deliberadamente literario y la inclusión de algunos episodios fantásticos.
El mismo Cervantes ya antes le había tributado sus halagos a Ercilla en el «Canto de Calíope» de La Galatea. Voltaire, que dedicó parte de un ensayo a La Araucana, consideró que el poema alcanzaba cumbres sublimes en la arenga del cacique Colo Colo del Canto II, que juzga superior al episodio similar protagonizado por Néstor en la Ilíada. Pero en términos generales, Voltaire opinaba que Ercilla sufría de cierta incontinencia literaria, que le hacían enredarse en pasajes excesivamente fastidiosos:
La publicación de La Araucana dio pie a que el entonces virrey del Perú, García Hurtado de Mendoza, quien se sintió menoscabado en el relato, encargara otro poema épico, Arauco Domado (1596), al poeta Pedro de Oña. Esta segunda obra, habitualmente considerada inferior al poema de Ercilla, es el primer texto poético publicado por un autor hispano nacido en tierras de la actual Chile. En Chile algunos nacionalistas suelen considerar, incorrectamente, a La Araucana como el último poema épico que narra el nacimiento de una nación, a la manera de los poemas clásicos como la Eneida o los cantares de gesta medievales. Incluso algunos autores llevan más allá esta idea:
Sin embargo, se escribieron poemas épicos nacionales entre los siglos XVII y XIX, como La Argentina y conquista del Río de la Plata de Martín del Barco Centenera, publicada en 1602, y los poemas épicos nacionales finlandeses Kalevala, publicado en 1835 gracias al trabajo de recopilación folclórica de Elias Lönnrot, y Las Historias de Ensign Stål, escritas en 1848 por Johan Ludvig Runeberg. Por considerárselo el poema épico nacional, en Chile se les suele enseñar a los escolares de educación básica la siguiente estrofa de la obra:
El compositor chileno Gustavo Becerra-Schmidt, uno de los más prominentes de su país, compuso en 1965 un oratorio homónimo basado en La Araucana. Tiene la particularidad de incluir instrumentos musicales del pueblo mapuche dentro de la orquesta sinfónica. El crítico literario Álvaro Bisama, establece en su obra "Cien libros chilenos", que la Araucana es el inicio de la literatura en Chile, un libro "falso", pero que no se puede rechazar, sobre todo si fue elegido por Cervantes. Continuaciones. Aparte del ya mencionado Arauco domado de Pedro de Oña, que generó su propia imitación, el Purén indómito del alférez Diego Arias de Saavedra, cabe citar a Diego de Santisteban, que compuso la Quarta y quinta parte de La Araucana (1597), y a Hernando o Fernando Álvarez de Toledo, autor de Araucana, otra epopeya culta en octavas reales que no ha llegado hasta nosotros sino en fragmentos citados por el historiador Alonso Ovalle. |
La octava real es una estrofa, propia del Renacimiento, de ocho versos endecasílabos (once sílabas) con rima consonante y el siguiente esquema de rimas: 11A 11B 11A 11B 11A 11B 11C 11C. El primer registro que se tiene de esta estrofa es de una obra de Giovanni Boccaccio y, aunque al principio se utilizó con fines líricos, en ese mismo siglo ya se constituyó en vehículo ideal y exclusivo para largos poemas narrativos de épica culta desde que los grandes escritores épicos del Renacimiento italiano lo utilizaran en sus obras (Matteo Maria Boiardo en su Orlando Innamorato, Ludovico Ariosto en Orlando Furioso y Torquato Tasso en Jerusalén liberada). Este uso sería imitado en español por Alonso de Ercilla en La Araucana. |
HISTORIA Y LITERATURA Ríos de sangre en Chile: el poeta soldado español que conquistó a los mapuches y fue comparado con Homero. Biblioteca Castro presenta la edición definitiva de la obra cumbre de uno de nuestros mejores y más desconocidos literatos: 'La Araucana', de Alonso de Ercilla Por Daniel Arjona 20/12/2021 Octubre de 1555. Un joven paje real de 21 años, bisoño en las artes militares —y tal vez víctima de un desengaño amoroso— emprende viaje a las Indias en compañía de Andrés Hurtado de Mendoza, nuevo virrey del Perú tras la muerte en Chile a manos de los araucanos del gobernador Pedro de Valdivia. ¿Su misión? Sofocar la doble sublevación del intrigante Francisco Hernández de Girón y de los rebeldes mapuches. ¿Su nombre? Alonso de Ercilla y Zúñiga, un poeta madrileño destinado a convertirse a su poema épico 'La Araucana' en uno de los grandes cantores de la conquista por los españoles de la más austral, lejana e ignota provincia del Imperio y a caer, después, injustamente en el olvido. Explica el historiador Luis Íñigo-Madrigal, autor de la nueva y definitiva edición de 'La Araucana' (Biblioteca Castro):
En 1569, casi 20 años después de su sanguinaria aventura chilena, Alonso de Ercilla publicaba la primera de las tres partes y 27 cantos de un extenso poema épico en octavas realas —la estrofa de moda para estos menesteres en aquellos tiempos— que cifran su llegada a aquellas tierras y las batallas que se sucedieron, en muchas de las cuales participó su autor. Aunque es verdad que trufada de elementos míticos, 'La Araucana' se considera uno de los grandes textos para la historiografía de la conquista de América a la altura de los 'Naufragios' de Álvar Núñez Cabeza de Vaca o la 'Historia verdadera de la conquista de la Nueva España' de Bernal Díaz del Castillo. 'La Araucana' muestra, sin embargo, una ambición literaria muy superior a las mencionadas y, aunque ensalza, por supuesto, el valor de los soldados españoles, otorga un papel no menor al enemigo mapuche, en muchas ocasiones elogiado, hasta el punto de que quizás su más memorable personaje es el gran Caupolicán. A la altura de Homero. Recuerda Íñigo-Madrigal que uno de los más antiguos reparos que se le opuso a 'La Araucana' para cuestionar su carácter literario fue el de calificarla como 'crónica rimada'. Pero aunque es cierto que el autor del poema enfatiza la veracidad de lo narrado y que los historiadores así la han valorado, esto es perfectamente compatible con la altura poética que alcanza la obra y que fue señala, entre otros, por Marcelino Menéndez Pelayo, que la puso —quizás en un exceso retórico— a la altura del genio de la 'Ilíada'. "Tres cosas hay, capitales todas", escribe Menéndez Pelayo, "en que Ercilla no cede a ningún narrador poético de los tiempos modernos: la creación de caracteres (entendiendo por tales los de los indios); las descripciones de batallas y encuentros personales, en que probablemente no ha tenido rival después de Homero, las cuales se admiran una tras otra y no son idénticas nunca, a pesar de su extraordinario número; las comparaciones tan felices, tan expresivas, tan varias y ricas, tomadas con predilección del orden zoológico, como en la epopeya primitiva, que tan hondamente tenía sus raíces en la madre naturaleza". "Ercilla no cede a ningún narrador poético de los tiempos modernos" Lautaro, Colocolo, Tucapel o el citado Caupolicán son algunos de los principales caciques indígenas cuya figura y carácter adquiere relieve y evoluciona a medida que se suceden los versos, entre vívidas y atroces descripciones de batallas —que, con razón dieron fama a Chile como "sepoltura de españoles"—, y todo ello con un lenguaje riquísimo y popular que cautivó a los lectores de finales del XVI en numerosas ediciones e imitaciones. Las llamadas Guerras del Arauco se prolongaron nada menos que 236 años —entre 1536 y 1772— y enfrentaron a las tropas españolas y a sus aliados indígenas con las facciones mapuches y sus partidarios de los pueblos cunco, huiliche, picunche y pehuenche. La devastación de tan dilatada contienda a la que sucedieron matanzas y expulsiones de tierras ha dejado un poso de resentimiento en el centro y sur de Chile contra el Gobierno del país cuya voz volvió a alzarse recientemente y no ha dejado de hacerse notar en la campaña electoral de las presidenciales que se ha dirimido entre Gabriel Boric y José Antonio Kast.
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Tengo dos libros completos de la Araucana.
profesora de ingles. |
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